XXVII: Calen Betancourt

19 8 10
                                    


Calen Betancourt

19 años antes

Calen se tapó los oídos para no escuchar el llanto insoportable de su hermano Arian, que estaba aprendiendo a caminar.

—¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate! —gritó el niño.

Su madre le había pedido que jugara con él un rato mientras limpiaba el huerto de las malas hierbas, pero le pareció un trabajo imposible. El puñetero niño lo único que hacía era levantarse, caerse y llorar ¡Qué suplicio! Tayte se había quedado dormida en el granero, sobre la paja y junto a las vacas. Al menos ella podía quitarse de encima a ese crío llorón.

No pudo soportarlo más. Así que se levantó del suelo y salió corriendo de la habitación de sus padres, en busca de los mismos. Se quedó un rato en la puerta trasera, mirando el campo oscuro. Era de noche, y la noche le daba mucho miedo.

¡Imposible! El maldito llanto de su hermano le rebotaba en la cabeza y no podía dejar de escucharlo. Vio a Shanna entre las plantas y corrió hacia ella lo más rápido que pudo.

—¡Madre! —la llamó, escandalizado y enfadado.

Cuando estuvo cerca, se percató de que también estaba Russel, su padre, a su lado. Ambos lo miraron y se sobresaltaron.

—¡Calen! —gritó su madre, mirando a todos lados. Agarró el niño del brazo y lo obligó a sentarse junto a ella—. Ssshhhhh. Te dije que te quedaras con tu hermano.

Calen estaba confuso. Miró a Russel y observó que estaban arrodillados junto a un animal que se movía, envuelto en una manta ¡No podía aguantarlo más! Aún seguía escuchando el llanto de Arian en su cabeza, como si estuviera a su lado.

Entonces se dio cuenta. No era su cabeza, si no el animal. Pero... Shanna miró a su padre y de nuevo al niño, que no podía despegar los ojos de aquella cosa.

—Cariño, mírame —le dijo su madre y él le hizo caso—. No puedes contárselo a nadie jamás, ¿de acuerdo?

—¿Qué es? —su voz no desarrollada acompañó el sonido agudo y continuo de los grillos.

Russel acercó sus manos al ser que lloraba y le quitó las mantas.

Era un bebé. Una niña.

—Nunca le digas a nadie como la conociste, tienes que tratarla como si fuera una más de la familia —susurró la mujer— Como si fuera Arian o Tayte, ¿lo juras?

El niño estaba desconcertado, pero asintió con la cabeza.

—Se llamará Edmee.

Actualmente

El chico se dejó caer junto a la pared y apoyó la cabeza en la piedra. Estaba agotado y hambriento. Llevaba días que no dejaba de trabajar en el campo bajo el sol abrazador y las hierbas que dejaban su piel arañada y llena de sarpullidos. Su padre hacía todo lo posible para mantener la familia entre los tres: él, Russel y Shanna. La salud de los niños era su prioridad, pero no era bastante.

Eran muchos y todos estaban delgados y desnutridos.

Calen llevaba demasiado tiempo sufriendo por dentro. Echaba de menos a su madre y a su hermano. Al menos tuvo el placer de enterrar a Shanna, no como a Arian, que su cadáver estaría perdido en algún lugar de ese maldito país.

Tenía miedo, lo admitía.

La guerra se acercaba e iba a acabar conto todo a su paso. Se levantó de la esquina y caminó hacia la ventana. Le volvió el recuerdo de Arian al pensar en su maestro Tirlon. Era un hombre sabio, que sabía utilizar la espada de una manera impresionante. Había muerto recientemente por Malaria. Ya era el quinto muerto que se sabía de la zona pobre y tal vez seguiría avanzando hasta acabar con todos ellos.

Al menos morirían a causa de un mosquito y no de locos leilanis.

—¿Vas a despegar alguna vez la vista de la ventana? —oyó la voz de Edmee a su espalda.

Calen esbozó una pequeña sonrisa y se dio la vuelta. Ella estaba de pie junto a la puerta, con un vestido color café y tan hermoso como siempre.

—Has vuelto —susurró mientras se acercaban el uno al otro.

Calen odiaba que Edmee trabajara en un lugar como ese. El hecho de pensar que cualquier desesperado mental la tocara lo enfurecía. La intentó convencer de que no lo hiciera, pero sabía que era algo imposible, y también necesario. No había otro remedio.

—Ya no soy una niña, Calen. Lo sabes. No hace falta que sufras tanto por mí —insistió. Sonrió y tan solo con hacer eso le mejoró el estado de ánimo.

—Estás preciosa —susurró y la agarró por la cintura, acercándola hacia él.

Edmee levantó sus manos y acarició su rostro. Calen acercó sus labios y los suyos y la besó con delicadeza, que poco a poco se iba avivando más. Ella envolvió sus brazos en sus hombros y él es sus caderas. Acarició su boca con amor y pasión, como siempre hacía.

No había ningún momento en su vida que no se sentía aterrorizado estando con ella. No era su hermana, sí, pero eso nadie lo sabía. Él no tenía la culpa de lo que sentía, y ella tampoco. Pero si alguien los veía, alguno de sus hermanos...

Pero aquel día le dio igual.

Solo le importaba ella.


¡Nuevos capítulos cada miércoles!

No olvides comentar y votar si te ha gustado, me ayuda mucho :)

Gracias por leer <3 

Sangre y fortunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora