XVIII: Víboras en la mesa

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Tessa Stekur

El sonido de los caballos al otro lado de la puerta la hizo levantarse de golpe.

Se había puesto el mejor de sus vestidos y su cabello estaba recogido en trenzas que caían por toda su espalda. En un principio estuvo a punto de quitárselas, pero Gareth le convenció de que no lo hiciera.

"—Estáis preciosa, señora —dijo"

Desde luego no recibió agradecimientos por su parte, solo otra regañina por llamarla de ese modo.

Irwin bajó las escaleras y la miró durante unos segundos, pero, como siempre, no dijo ni una palabra. Los dos jóvenes se acercaron a la puerta a darle la bienvenida los Stekur.

Al otro lado, saliendo de dos carruajes, estaba el padre del chico, su cuñado, Marlin Stekur, con ropa elegante y maneras de vestir muy parecidas a las de su hijo. A su izquierda estaba su nuera, Melisa. Una señora que tenía más arrugas que su propio esposo, pero el elegante vestido que llevaba la hacía parecer más bella de lo que realmente era. En el segundo transporte salieron tres personas. Uno era varón, alto y delgado, Pio, y junto a él dos chicas que tenían un parecido extraordinario. Elisa y Mary.

Había estado las últimas horas estudiando cada nombre de cada integrante, pero nunca pensó que serían hermanas gemelas. Toda la que ahora era su nueva familia tenían rasgos muy similares. La mayoría de ellos, las tres mujeres e Irwin, eran rubios. Cabellos claros y llamativos. Sin embargo, Marlin y Pio, carecían de ese color y lo sustituía un marrón neutro.

—Buenos noches, querido —saludó Melissa al acercarse, agarrada del brazo de su esposo.

Su nuera sonrió alegremente y extendió la mano a su hijo. Tessa frunció el ceño al ver tal acto. ¿Por qué hacía eso? Era su hijo, no su sirviente. Irwin tardó en hacerlo, pero al final esbozó una sonrisa incómoda y besó la piel de su mano. Marlin, sin embargo, no se molestó en mirarlo y ambos se dirigieron a Tessa.

—Tenía muchas ganas de conocerte Melsa —comentó ella.

—Muchas gracias, señora. Pero me llamo Tessa —la corrigió.

Melissa puso los ojos en blanco con una expresión muy exagerada, a su parecer.

—¡Por supuesto!

—Eres más hermosa de lo que me han contado —dijo el Marlin Stekur.

Tenía una barba que cubría la mayor parte de su rostro y su pelo estaba peinado a un lado.

—Lástima que no se aproveche —siguió diciendo, mirando de reojo a su hijo.

Tessa no contestó y esperó a que entraran dentro de la casa. Miró a Irwin, y él también lo hizo. Los mechones rubios del chico caían sobre su frente y su mandíbula se endureció al apretar los dientes, nervioso. Acto seguido apareció su hermano, Pio. Tessa se inclinó para saludarlo, pero pasó descaradamente de los dos y entró dentro de la estancia. Elisa y Mary hicieron algo parecido, pero miraron por el rabillo del ojo y esbozaron una sonrisa (muy falsa e inapropiada) a Irwin.

—Vaya... —soltó Tessa, cuando se quedaron solos en la entrada.

Solo había conocido a sus primos, en su boda, y sin duda eran mucho más amables y educados que ellos, que ni si quiera se presentaron. Caminaron los dos hacia dentro e Irwin colocó su mano en la cintura de Tessa, cariñosamente.


—¡Agh! —se quejó Melissa Stekur al meterse una cuchara del delicioso pisto (al menos para Tessa) que hacía la señora Bolívar, su sirvienta.

Estaban todos sentados en la mesa, grande y de madera caoba. Marlin y su esposa estaban juntos, al igual que ella e Irwin y, por su parte, los tres hermanos.

—Dime, Tessa —dijo el señor Stekur, interrumpiendo el espectáculo que había montado su esposa al masticar el vegetal— ¿Cómo estás llevando esta nueva vida, aquí, con mi hijo?

—Genial, Marlin —mintió—. Es una completa delicia vivir en este lugar.

—Oh. Llámame señor Stekur, por favor.

Tessa intentó disimular el chasco que se había llevado con una sonrisa y un asentimiento. Hubo un silencio incómodo durante minutos que se le hicieron eternos. Hasta que, de nuevo, su nuero lo rompió.

—Oye, Irwin. Estaba pensando... Ya que tu cumpleaños se acerca, hemos decidido quedarnos unos días aquí. De todas formas la casa es enorme y hay sitio de sobra para todos.

El chico se atragantó con la bebida, pero, al igual que Tessa, lo disimuló.

—Por supuesto, padre.

—Y ya que somos los invitados, ¿por qué no te llevas estos panecillos? Ya están muy duros.

—Oh —lo interrumpió Tessa, haciéndole una seña a los sirvientes— Pueden hacerlo los sir...

—No. Que lo haga mi hijo.

Irwin se quedó quieto y callado durante un rato, pero después, sin más remedio lo hizo. Se levantó de la mesa y cuando fue a agarrarlos, Marlin los tiró a la cazuela que contenía sopa caliente. Muy caliente.

—Diablos —maldijo, sarcásticamente y le hizo una seña con los ojos para que los recogiera.

Irwin frunció el ceño y lo miró.

—¡Venga, hermano! No tenemos todo el día —se quejó una de las gemelas, aunque no supo diferenciar quién era quién.

—Irwin —susurró Tessa, sin poder procesar todo lo que estaba pasando.

Él la miró y ella le negó con la cabeza. La sonrisa malévola como víboras de cada integrante de esa familia le producía escalofríos.

Irwin Stekur tragó saliva e introdujo lentamente la mano en la sopa hirviendo. Tessa se estremeció al ver la cara de satisfacción de su padre y el rostro dolorido de su recién esposo. Por un impulso, se levantó de la mesa y se inclinó hacia él, le agarró de la muñeca y tiró de ella para sacarla del líquido.

La tenía roja, quemada e hinchada.


Iwin estaba apoyado en la barandilla del balcón, mirando el jardín, solo alumbrado por la luna. Tessa no estaba segura de lo que estaba haciendo, hasta pensó en darse la vuelta y hacer como si nada de esto hubiera ocurrido. La familia Stekur había subido a sus dormitorios y Gareth les estaba ayudando a colocar sus posesiones en sus respectivos lugares.

Pero Tessa no podía dejar de sacarse de la cabeza todo lo que le había obligado a hacer su padre. ¿Qué clase de personas eran esas? Ahora ya entendía porque no se habían presentado en su noche de bodas, y la verdad es que lo agradeció.

Caminó hacia él muy despacio, vacilando en cada paso que daba y se colocó a su lado, de frente al jardín. Estuvieron así durante un buen rato, sin decir ni una palabra. Algunas veces la misma presencia de alguien ayudaba, sin necesidad de tener que abrir la boca.

Al final, Irwin se inclinó hacia ella y la miró.

—Solo te necesitaba a ti en la cena. Por eso te lo pedí —dijo, se dio la vuelta y desapareció.

Tessa no supo que hacer. Era, aunque no lo pareciera, lo más bonito que le había dicho.

Por un momento sintió compasión por él y su estómago parecía producirle sensaciones extrañas. No quería sentir aquello.

Pero, al mirar hacia la entrada de la cueva y pensar en lo que ocultaba Irwin dentro de su propia casa, los niños, las minas y Mauro, se le pasó por completo.


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