Arian Betancourt
6 minutos
El corte de la espada en el antebrazo que le había hecho su compañero, Lope, había empezado a sangrar y el chorro rojizo caía por todo su cuerpo.
—Has mejorado, pero sigues sin superarme —se burló su amigo.
—Veremos, amigo mío, veremos —contestó y se hecharon a reír.
El comandante les había ordenado ponerse por parejas y ahora el cercado donde entrenaban día y noche estaba lleno de dúos que combatían entre sí.
Todo era normal, rutinario, hasta un guardia del rey entró por la puerta que conectaba al palacio, aparentemente desesperado.
—¿Quién de vosotros es el mejor? —gritó y todas las cabezas lo miraron, deteniendo las luchas.
El hombre miraba a todos y cada uno de los varones que había dentro de la valla, pero no obtuvo respuesta de nadie.
—Que salga el mejor soldado —repitió.
Todos los presentes se miraron entre sí, confusos, y sin saber cómo, todas los observaban, a Lope y a Arian. Como bien se veía en sus vestiduras, era un soldado real y este no era su sitio, si no en el castillo escoltado al rey. La única explicación lógica era que algunos de los nobles, ya sea un señor, príncipe o el mismísimo rey solicitaban su presencia, y eso, tan sólo con ver la cara de pánico de Lope, se dio cuenta de que no era bueno.
El guardia se les acercó y los miró de pies a cabeza.
—¿Quién es el mejor de los dos? —repitió por tercera vez.
—Yo —contestó Arian, antes de que su compañero lo hiciera, ofreciéndose voluntario por él.
No sabía si lo que había hecho era honesto o pura necedad, pero fue por simple impulso. Él asintió y se dio media vuelta, con Arian siguiéndole. Tragó saliva y evitó las miradas confusas de los soldados que se movían a un lado para dejar paso.
Se integraron en los pasillos que llevaban a palacio y durante unos minutos caminaron hasta llegar a una enorme puerta de madera tallada en ella dibujos. Arian no entendía que le iba a ocurrir y, aunque no quería admitirlo, tenía miedo y curiosidad al mismo tiempo. Pero a parte de todo, solo tenía ojos para el interior del castillo.
Los escoltas de la puerta, al verlos, abrieron de par en par la puerta, dejando a la vista una gran sala. En medio de ella, una mesa larga color marfil oscuro y once hombres sentados a su al rededor. En el estremo inferior, de cara a la entrada, se sentaba un hombre joven y destacaba por sus vestiduras llamativas y glamurosas. A su lado (llamando más la atención, al ser la única mujer) había una chica, de cabellos largos y claros, y constaba de un vestido de tela fina color malva.
—¿Cómo te llamas, muchacho? —preguntó el que parecía ser rey.
—Arian Betancourt, mi señor.
—Muy bien, Arian. Deberás cumplir con tu deber y guiar a mis esposa a la capital leilani. La protegerás, escoltarás y darás tu vida si es necesario hacerlo. Si ella muere, tú también. Hazel Shallow será mi sustituta mientras esté en la frontera combatiendo. Y al ser la reina regente se reunirá con el líder de Leilania.
Uno de los ancianos se levantó de la mesa y golpeó con su brazo la madera.
—¡No puedo permitir tal subordinación! ¡Es una mujer! ¿Qué pensará el enemigo ante tal respuesta por nuestra parte? Recapacitad, mi señor. No tiene el valor suficiente de un varón —gritó como un loco.
Louis Humerton se levantó despacio y lo miró a los ojos.
—Maestre. Si volvéis a dirigiros de esa forma a mi esposa, será castigado con la pena de muerte. ¡Yo soy el rey! ¡Y tenéis que obedecerme!
La chica Shallow, más bien, la reciente reina regente, hablaba con Louis Humerton mientras que los criados preparaban los carruajes que cruzarían la frontera de camina a Leilania.
—Son muy coloridos —se quejó Arian, señalando el transporte—. Se puede ver desde cientos de leguas y es un blanco fácil para los ladrones. Se supone que debemos pasar inadvertidos y apuesto a que los bandidos de las montañas asaltarán primero la de la reina. ¡Parece un maldito palacio con tantas decoraciones!
Su comandante y el jefe de la guardia real estaba a su lado, soportando todas sus quejas. Arian estaba enfadado. ¿Por qué rayos se había presentado voluntario? Debería haber dejado que Lope se presentara. Todos sus compañeros solo se dedicaban a hablar de de mujeres y seguro que cualquiera mataría por sustituirlo y estar con la reina. Que evidentemente era una tentación para todos aquellos hombres que se dejaban el pellejo en el entrenamiento y no estaban con mujeres desde meses.
Pero a él no le preocupaba nadie más que su familia. Llevaba casi tres meses separados, ya sea en un calabozo o en el ejército, y seguro que ya lo daban por muerto. Pero con esta oportunidad se podría ganar el favor de la joven reina y de los nobles. Solo soñaba que le ofrecieran oro o plata por su valentía y así ayudar a sus padres y hermanos.
—Te acompañarán veinte hombres. Soldados entrenados que darían la vida por ella —lo miró por el rabillo del ojo.
—¿Veinte hombres? ¿Cuántas personas se necesitan para proteger a esa niña?
—Los necesarios para que le hagan ni un rasguño —masculló el señor—. Esa mujer es tú prioridad ahora desde luego no es una niña.
Arian asintió, no muy convencido de su respuesta. Hizo ademán de alejarse, pero el casi anciano que le había estado entrenando durante poco más de un mes le colocó la mano en el abdomen, impidiendo su avance.
—Y si vuelves a hablar de ese modo sobre tu reina, yo mismo te mataré —le amenazó.
Volvió a hacer una reverencia con la cabeza y alejó, tragando saliva. Siempre había odiado el absurdo comportamiento que debía tener el pueblo ante un rey. La chica Shallow no era más que una afortunada que había contraído matrimonio con el hombre adecuado y había ocurrido el suicidio adecuado.
—Mi reina —hizo una reverencia—. Debemos partir ya.
Ella asintió y caminó con él hasta su carruaje, sin poder dejar de mirar con ojos tristes a Humerton. Arian habría jurado que era otro matrimonio por conveniencia, con el de su hermana, que tanto odiaba.
Era irónico. Seguro que su madre le daba por muerto, al igual que su familia entera, Tessa estaría al otro lado del país, a las afueras, viviendo y comiendo con un desgraciado como Iriwn, sin un mísero problema y Tricas seguía en el calabozo, pagando la pena equivocada.
Y él estaba allí. De camino a la ciudad enemiga, escoltando a la reina.
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Sangre y fortuna
RandomEl cosquilleo de su estómago no hacía más aumentar, y su mano temblaba aún más cada vez que intentada detenerlo. Era irónico. La gente lo conocía como uno de los hombres más valientes y osados de toda la nación, pero a penas podía controlar los lati...