Arian Betancourt
8 minutos antes
Dos escoltas en la parte interior.
Un escolta en cada esquina.
Dos escoltas en cada extremo del trono.
Arian no dejaba de observar cada minúsculo detalle de la sala central. Lo hacía casi inconscientemente. Casi. Porque una parte de él estaba convencido de lo que iba a pasar y por eso observaba la mejor manera de escapar y a cuántos hombres tendría que enfrentarse para hacerlo.
Pero Hazel captaba toda su atención. Parecía aturdida y había momentos en los que parecía que iba a perder el equilibrio. Ella le preocupaba y, aunque no sabía por qué, admitía que sí. Pero estaba furioso por no poder convencerla de lo que es correcto. Estaba furioso con Louis por dejar que la reina fuera al lugar más inadecuando que pudiera existir en una guerra.
En los jardines, mientras Hazel y Yerek hablaban, intentaba buscar la salida al exterior del conducto donde habían tirado el cadáver de aquella ramera. Parecía algo habitual y por lo ante tendría que ser efectivo y rápido.
La mitad del castillo estaba bordeado por agua. Podría ser un mar o un lago grande, no estaba seguro. Pero lo que sí era que la manera menos compleja era depositarlos ahí.
Knell y la reina estaban en un lado del sendero platicando sobre algo que podía escuchar, y aprovechó el momento para agarrar una de las plantas que adornaban el castillo. Belladona.
—Niña tonta —susurró el rey—. Puede que tengáis los armamentos más lujosos de todo el continente, las mejores armas, las más efectivas, los mejores hombres... pero os falta lo más importante. La inteligencia.
Arian agarró la empuñadura de su espada mientras miraba a todos lados. Entonces, observó como uno de los escoltas se acercaba a Hazel por la espalda y le clavaba un daga en la espalda. La chica soltó un quejido en el momento en que se lo clavaron y en que lo retiraron de su carne.
Arian se quedó atónito, petrificado, estupefacto. El corazón se le aceleró de una manera tan rápido que por un momento pensó que iba a dejar de funcionar y desenfundó la hoja de su arma. Se acercó al hombre, que iba protegido con una armadura no tal fuerte como la sura.
Lo señaló con el daga y dijo algo en el leilani.
Arian con fuerza el mango de su espada mientras respiraba como un animal con falta de agua. El soldado parecía subestimarlo. Levantó el objeto punzante y corrió hacia Arian gritando como un loco, para clavárselo en la cara. Lo esquivó, levantó su hoja y le rasgó el costado.
—¡Ahg! Jasaki ti mula samra —gritó mientras se incorporaba.
Pero él estaba demasiado iracundo y no podía dejar de mirar de reojo el cuerpo de Hazel, donde la sangre se extendía a su al rededor. El guardia volvió a intentarlo, mientras le gritaba palabras llenas de odio en su lengua. Arian miraba como intentaba evitar el hecho de que tenía el lateral abierto y lo odió.
Lo odió tanto que sacó su puñal de su funda, le pegó una fuerte patada en el estómago (que instintivamente se llevó la mano a la barriga acompañado de un grito) y le clavó el acercó en el ojo. Dos veces.
La sangre le salpicó en la cara y escupió el salado líquido que había caído en su boca.
Ufazi les había ordenado a los guardias de la sala que no avanzaran, confiado en que no ganaría. Por el rabillo del ojo podía ver que mientras la palea había estado sonriendo todo el tiempo, hasta que su hombre murió.
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Sangre y fortuna
De TodoEl cosquilleo de su estómago no hacía más aumentar, y su mano temblaba aún más cada vez que intentada detenerlo. Era irónico. La gente lo conocía como uno de los hombres más valientes y osados de toda la nación, pero a penas podía controlar los lati...