Capítulo III: Te entrego mi corazón

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Ella se sentó sobre Ulquiorra, con las rodillas sobre el sillón, con sus piernas Inoue atrapó las del espada, eso lo desconcertó, no era agresivo, era paciente, pero gustaba de mantener su distancia con el mundo, el confundido espada la miró directamente a sus ojos grises, que no mostraban titubeos, no lloraba, ni sonreía, pero no se veía triste la mujer, más bien lucía segura; la adolescente sujeto el cuello del traje del arrancar, Ciffer mantenía su compostura pesé a las acciones de la doncella.

Orihime tiernamente besó los labios negros del arrancar, súbitamente su cabeza del pelinegro se lleno de un torrente de preguntas, todas absurdas, algo en el fondo de esa alma, una memoria perdida de un tiempo donde fue un simple ser humano se hizo presente en él, no era algo que recordará de forma consciente pero su ser sí. Cerró los ojos y respondió a la cálida caricia de esos labios, Inoue lo pudo sentir en ese simple toque, una inmensa tristeza, una enorme agonía, una terrible soledad y un llanto doloroso, sin lágrimas que cayeran por esos ojos verdes, la dulce pelirroja quería llorar por ese dolor que su corazón sentía, en eso coincidía con el cuarto, "¿alguna vez escuchaban el dolor de un alma herida?", la respuesta era clara, los shinigami no escuchaban a los hollow.

Ulquiorra se hundió en ese sentimiento de su alma, la tormenta de su cabeza desapareció al enriquecer ese beso, estaba en blanco, no había nada, sólo la calidez de una memoria que alguna vez amo y fue por el amor que al morir se quedó vacía su alma, la mano de Ciffer sujeto suave el mentón de la pelirroja, su beso era más apasionado, pero gentil, Inoue estaba dispuesta a entregar su corazón, por lo que él límite sólo yacía en el propio espada; con su otra mano el ojiverde abrazo la cintura de la mujer acercandola un poco más hacia él, la chica soltó el cuello del traje, con una mano deslizó el cierre de la vestimenta que cubría el torso del espada, no sabía porque pero sentía que debía llenar ese vacío, esa soledad con lo que llamamos amor.

El hollow sacó los brazos de su chaqueta, la dejó caer por el costado del sillón, entonces hizo lo propio con la pequeña torera de la pelirroja, la cual también se retiró, lanzando la prenda al suelo, aquel sutil coqueteo era puro, cada caricia era una sensación de cariño que venía desde el fondo de sus entrañas, era una guía invisible a una trampa, la locura de la lujuria; el pelinegro bajo por la silueta  de la mujer hasta las botas, las desabrocho despacio, se las retiró de sus suaves pies, desde los tobillos hasta los hombros recorrió el cuerpo de Inoue, subiendo el vestido, la pelirroja levantó sus brazos dejando que le quitará de una sola vez las dos piezas del vestido, miró la adolescente aquellos brillantes ojos verdes que ahora lucían tan profundos, entonces le regaló nuevamente un beso a esos labios negros, ninguno parecía sentirse incómodo o amenazado, más bien se les distinguía inocentes pero cómodos.

El calor de su juego de lenguas y bocas causaba estragos en el interior de sus cuerpos, que gritaban por un poco más, más caricias, más toqueteo, más placer... la de ojos grises se sujetaba de los hombros del espada, sus manos se intercalaban para buscar sentir más de la piel de Ulquiorra, su pecho, su torso, su cuello, su espalda, incluso deslizar sus dedos en ese fino cabello negro, Ciffer sentía la ansiedad de ver ese cuerpo tan seductor completamente desnudo, si ella le estaba dando su corazón no necesitaba su ropa, solo el pudor la exige, así que gentil recorrió con sus manos su figura desde su cadera hasta su espalda, la chica tembló un poco al sentir como el ojiverde desabrochaba su prenda y dejaba libres sus senos, como reacción la adolescente se abrazo fuerte al pecho del arrancar, el olor de su piel le era agradable, a su vez su cuerpo se calentaba con esa fragancia, por lo que empezó a regalar al cuello del hollow pequeños y tiernos besos, atrevido el varón deslizó sus manos por su cintura de Orihime, el pelinegro fue bajando despacio por su cadera, atrapando entre sus dedos la última prenda que cubría la intimidad de la dama, ella se levantó ligeramente para permitir el paso de la prenda, haciendo que esta pieza de ropa cayera al suelo.

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