Tiranía

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Junjie vigilaba constantemente la entrada de la cueva en la que habían decidido refugiarse por ahora.

Los restos de una fogata aún desprendían algo de humo, indicando que no se había apagado hace mucho. Eli descansaba a un lado, parecía respirar con menos dificultad que hace un rato.

"Todo va a estar bien", se consoló a sí mismo mientras se aseguraba de que el muchacho estuviera bien, antes de volver a la entrada.

Tenía que admitir que la noche en estas cavernas era hermosa. Habían algunos destellos colocados aleatoriamente en lo alto, simulando el brillo de las estrellas.

Estrellas: Junjie había escuchado de ellas, siempre quiso verlas. Sintió curiosidad por los relatos de Lian, quien hablaba como si las hubiera visto...

Como si las añorara.

Eso es lo único que Junjie envidiaba de aquellos de la Superficie, podían verlas todas las noches. Él también quería, si eran como las de aquí, definitivamente quería verlas.

—Junjie.

Se levantó rápidamente hasta donde estaba Eli, viendo como este también se ponía de pie.

—¿Qué pasó? ¿Necesitas algo?

—Yo... Yo estoy bien, tú, por otro lado, deberías dormir un poco.

Junjie le miró inseguro, Eli suspiró, conociendo la terquedad del otro. Sin decir nada, el chico de la gabardina amarilla se sentó junto al pelinegro, ambos mirando las falsas estrellas.

—Eli, tú vienes de la superficie, ¿verdad?

—Así es.

—¿Cómo son las estrellas?

El chico se lo pensó un par de segundos antes de contestar.

—Las de verdad: bolas luminosas de gas caliente, hidrógeno y helio; que algún día explotarán antes de morir.

El asiático le miró con una ceja alzada. Eli rió un poco.

—Las que la humanidad logró ver simplemente no se pueden explicar. Cada uno le encontró un significado. Algunos ven esperanza, otros felicidad... otros las odian. La mejor parte es que siguen ahí. 

>Pasen los días, pasen los años, pase una vida. Ellas seguirán ahí.

—Quisiera verlas alguna vez.

Permanecieron en silencio por unos minutos, con el canto de las grillos de fondo y la brisa del viento cantando una suave melodía.

—Deberías ir a la superficie un día.

—¿Tú crees?

—Lo sé, lo mereces, y... yo estaré ese día, te lo prometo.



...



La parte difícil no fue colarse en el calabozo, sino buscar a sus amigos.

¿Eran necesarios tantos pasillos?

—¿Ya no habíamos pasado por aquí tres veces?

—Ni siquiera puedo negarlo.

Soltaron un suspiro cansado y frustrado. ¿Dónde estaba Tad cuándo lo necesitaban?

Oh, claro. En el descanso.

Según él para no llamar la atención, pero... ¿pudo dejar algunas indicaciones, no?

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