Nunca es fácil (Final)

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Corría y corría. 

El viento helado golpeaba su cara con rudeza, sus piernas empezaban a dejar de responder correctamente, el miedo opacaba cada uno de sus sentidos y acciones.

Y seguía corriendo.

Pensaba en su vida, en su madre que lo abandonó, su padre que recuperó, sus amigos, su familia, en su primer verdadero amor.

Si moría aquí, no tenía nada de qué quejarse.

Media hora para llegar a Colorado.





...



El transporte en el que iban se había detenido una vez habían llegado a su destino.

El primero en bajarse fue el comandante Harrison, seguido muy de cerca por su pequeña hija, Romina.

Una vez había dado la señal, un grupo de personas fueron al encuentro. Todos tenían diferentes tipos de armas, pero no por eso, dejaban de ser letales.

El grupo avanzó cautelosamente a través de los escombros, testigos de la destrucción que esta cosa había ocasionado. Algunos lamentaron brevemente la pérdida, otros, ya se había acostumbrado a la masacre.

Siguieron, buscando algún indicio de la bestia desalmada. Que, por supuesto, no era nada sutil.

Un fuerte estruendo resonó, tocando una fibra incluso en el más insensible. El grupo se puso alerta ante lo que venía, dando por comenzada la misión.

Los tentáculos de la criatura caían deliberadamente en el pavimento ya destrozado. Todos esquivaban ágilmente la viscosidad negra, evitando ser corroídos por el ácido que esta desprendía.

Eli aplicaba cada técnica aprendida a lo largo del tiempo desde que había empezado a entrenar. Evitando una muerte segura y dolorosa más de una vez.

El resto de la banda lograba seguirle el paso a su líder, trayendo de nuevo ese desagradable encuentro en las Cavernas Profundas. Bajo el consuelo de poseer más compañía y un verdadero plan, continuaron corriendo.

—¡Eli, detrás de ti!

El chico a penas y tuvo tiempo para ver lo que se avecinaba. Pero antes de recibir una horrible quemadura, un destello planteado le salvó la vida.

—Eh... ¡Gracias, Wendo!

La chica asintió y se fue corriendo, aún con su katana en mano.

Ya habían llegado al autobús, el conductor pisó con todas sus fuerzas el acelerador y condujo por donde habían venido, sus dedos temblaban ligeramente, pero se mantuvo firme.

Los pasajeros no perdieron tiempo en realizar disparos en partes estratégicas, consiguiendo que los destrozadas estructuras les consigan algo de tiempo retrasando a la criatura.

Comienzo de la fase dos: doce horas para llegar a Colorado.




...



La Luna irradiaba un ferviente brillo que brindaba una silenciosa compañía, el conductor había sido relevado y algunos ya descansaban confiando enteramente en sus compañeros. Habían podido tomar provecho al estar las carreteras vacías y acelerar sin restricciones, por lo que Colorado estaba a un par de horas.

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