Capítulo 6

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    Vacío. Un vacío doloroso y profundo en la boca del estómago. Era lo único que sentía Emma en ese momento. Miraba fijamente la puerta por la que segundos antes había salido Killian, intentando asimilar lo que había pasado. Se había ido. Sencillamente se había ido y la había dejado allí, sola, con mil cosas todavía por decir. Ahora sabía cómo se había sentido él hace tiempo, cada vez que había intentado acercarse a ella, y Emma simplemente se había marchado, dejándole con la palabra en la boca. Y entonces lo entendió: siempre que ella había actuado así, lo había hecho por miedo, por inseguridad, porque no quería volver a sufrir... no porque no sintiera nada. Porque para qué seguir negándolo: Killian había despertado algo en su interior desde que subieron juntos el tallo de judías. Ya entonces desconfió y huyó, y esa sólo fue la primera de muchas. Pero él... nunca se rindió con ella. Se quedó a su lado siempre, ayudándola cuando le necesitó, animándola, confiando en ella más de lo que nunca había confiado ella misma, ganándose su corazón poco a poco. ¿Acaso no le debía ella lo mismo?

    Casi como por arte de magia, se recompuso. Sintió que la seguridad volvía a ella, la determinación que te da el saber exactamente qué quieres hacer. No iba a quedarse allí viendo cómo se marchaba; si él hubiese hecho lo mismo con ella, su vida sería muy diferente ahora. Después de lo que había pasado, Killian tenía miedo, y había decidido que huir era lo más sencillo. Pues bien, ahora sería Emma quién luchase por él. Salió a la calle, mirando a ambos lados, intentando averiguar hacia dónde se habría ido. Llevándose por su intuición, tomó una calle a la derecha y empezó a correr. Notó que los tacones le quitaban estabilidad, y sin pensárselo dos veces, se los quitó, los agarró con una mano y siguió corriendo. Iba sin rumbo, simplemente llevada por un impulso. Había comprobado por sí misma que tenía poderes, que la magia vivía dentro de ella, y esa magia estaba ligada a sus emociones. Así que estaba decidida a confiar en lo que su intuición le dijera. Y se dio cuenta de que tenía razón cuando, al girar en una esquina, se encontró con que había llegado a Central Park, y vio a Killian sentado en un banco, con la mirada perdida.

    Cuando notó la presencia de Emma, levantó la cabeza y se la quedó mirando. Ella pudo ver lo perdido que estaba, la lucha interna que estaba librando entre levantarse e irse o acercarse hasta ella, abrazarla y no soltarla. Llegó hasta él, que se puso de pie en silencio.

    - ¿Me harás el favor de escucharme antes de volver a irte? Sólo te pido eso.

    - Swan, ¿por qué te empeñas en hacer esto más difícil para ambos?

    - Porque alguien tiene que luchar ahora. Tú lo has hecho muchas veces por mí, ahora es mi turno.

    - ¿Qué estás diciendo?

    - La cagaste con lo de Rumple. Cometiste un error. ¿Pero crees que eso te da derecho para decidir que lo nuestro ha terminado, para valorar si eres o no lo suficientemente bueno para mí? Porque métete esto en la cabeza: soy yo la que elige si alguien merece estar conmigo. ¡Estoy harta de que todos decidáis por mí!

    - Estás enfadada por cómo me fui y lo siento. Pero eso no significa...

    - ¿Puedes callarte, por favor? Lo que digas ahora no significa nada, porque no hablas tú, habla tu miedo. Es mucho más fácil volver a ese barco y tirar tu vida a la basura, ¿verdad? Si no sientes, no sufres. Créeme, yo inventé esa frase. Pero alguien me dijo que esa pared, esa barrera que me protegía de lo malo, también dejaba fuera lo bueno. Fuiste un pirata, hiciste cosas mal, pero eso lo sé desde el día que te conocí. Y puede que antes me hiciese dudar, pero ya no. Me dijiste que te ganarías mi corazón sin trucos, y lo has hecho. Vas a seguir cometiendo errores porque eres humano, y todos lo hacemos. Pero los afrontaremos juntos, porque no pienso volver a Storybrooke sin ti. Y me da igual lo que digan mis padres, lo que diga cualquiera. En mi corazón mando yo. No va a ser fácil... soy la Salvadora, nada en mi vida lo es. Pero voy a luchar por esto, por nosotros, y quiero que tú también lo hagas.

    - Emma, no...

    - Te quiero, Killian. Siento no haber sido capaz de decirlo hasta ahora, pero probablemente ni yo lo sabía. Fue el perderte lo que me hizo darme cuenta de que me he enamorado como una idiota de ti, y si sabiendo eso decides marcharte en ese barco, no serás un pirata, serás un cobarde, porque sé que tú también me quieres.

    Se hizo el silencio entre los dos. Emma lo había soltado al fin; se sentía liberada, como si se hubiese quitado un enorme peso de encima. Acababa de entregarle su corazón al hombre que tenía delante, y si éste no reaccionaba pronto y decía algo, lo iba a hacer añicos, y esa pared que antes había mencionado volvería a crecer dentro de ella. Pero Killian no habló en ese momento; se acercó más a ella, hasta que quedaron separados por escasos centímetros uno de otro, sin llegar a tocarse. La miraba más intensamente que nunca, y tratándose de él, eso era mucho decir.

    - Swan...

    - ¿Sí?

    - ¿Has venido hasta aquí descalza?

    - Era imposible correr con estos tacones y... espera, ¿eso es todo lo que tienes que decir? Eres un...

    Pero no pudo terminar la frase, porque Killian puso la mano en su cintura y la atrajo hasta él para besarla. Todo se evaporó a su alrededor. Emma se rindió al segundo, tiró los zapatos al suelo y puso ambos brazos alrededor de su cuello, enredando los dedos en su pelo negro. Ambos se perdieron en ese beso, probablemente el más apasionado y romántico, a partes iguales, que hubieran compartido nunca. Ninguno estaba dispuesto a romper ese momento, pero Killian aún tenía algo que decir, así que se obligó a separar sus labios de los de Emma. Apoyó su frente en la de ella, recuperando el aliento.

    - Yo también te quiero, Emma.

    Se miraron, sonriendo, felices. Killian aun tenía a Emma agarrada, su brazo alrededor de la cintura de ella. El garfio estaba al lado de su cadera, sin tocarla. Entonces Emma puso su mano sobre el frío artilugio de metal y lo llevó hasta su cara, y acarició su propia mejilla con él.

    - Nunca vuelvas a poner esto como excusa, ¿de acuerdo?

    - De acuerdo. No más excusas. ¿Volvemos a casa, amor?

    - Volvemos a casa. - Emma se acercó para besarle de nuevo.

    Estaban tan absortos el uno en el otro, que no se dieron cuenta de que alguien les observaba. Henderson y su tripulación habían visto toda la escena desde lejos. El capitán dibujó a una sonrisa envenenada en su rostro.

    - Bueno, chicos, ¿vamos a dar la enhorabuena a los tortolitos?

    Con las carcajadas de todos como respuesta, se dirigieron hacia la pareja, dispuestos a no ponerles las cosas demasiado fáciles.

Tú me has hecho mejorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora