Hugo

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Hugo siempre conseguía alegrarle el día con cualquier tontería o una simple sonrisa, era ver al chico y que una alegría anticipada se apropiara de su cuerpo, incluso aunque hubiera tenido una de sus típicas broncas con sus padres. Era tan vivo, tan despreocupado, tan enérgico que le trasmitía todas esas sensaciones positivas y le hacían cambiar su perspectiva de la vida, aunque solo fuese durante unas horas. Sin embargo, esta vez se sentía todo muy diferente.

Cuando vio al chico, cuando comenzaron a besarse, cuando se acostaron en la cama del hotel, no pudo evitar notarse muy off de todo, porque a pesar de que su cuerpo estaba allí presente, su mente divagaba en un lugar muy lejano. Y la culpabilidad e impotencia la invadió nuevamente, debería estar sintiendo la adrenalina recorrer todos los poros de su piel, debería estar besándolo hasta cansarse, debería estar disfrutando. Y no lo estaba haciendo.

Porque imaginaba el cabello rubio y los ojos azules constantemente, pero no los de Hugo, o al menos, ya no.

El chico, sin embargo, tan ajeno a todo, sumido en su mundo feliz y despreocupado no había notado nada y le estaba contando una anécdota de un campamento mientras caminaban camino al restaurante en el que habían reservado. Ella intentaba prestarle atención, concentrarse en sus atractivos rasgos que tan loca le volvían y que ahora, sin embargo, no le despertaban gran cosa. Tampoco entendía lo que decía, era como si sus ocurrencias ya no le causaran la misma gracia. Como si no hubiera esa chispa en sus miradas o sus coqueteos.
No entendía nada, ¿qué había podido cambiar en tres días?

- Anaju, bebé, hemos llegado-dijo Hugo al notar como ella seguía para delante sin rumbo.

Ana Julieta se sonrojó ofreciendo una sonrisa tímida mientras retrocedía sobre sus pasos para entrar en el restaurante.

Cenaron entre conversaciones sin importancia, risas vacías y poco más. Hugo le sonreía y le hacía caricias suaves en la mano pero ella no sentía nada apenas, por alguna razón no lograba encontrarse ni disfrutar de la cita. Si hubiera ocurrido días atrás estaría saltando, con la adrenalina desbordando por todos los poros de su cuerpo, pero ahora, solo sentía que estaba allí por obligación. ¿Por qué? Tenía ganas de llorar, no quería que le pasara lo que le estaba pasando pero era incapaz de dejar de sentirse así.

Inconscientemente el paseo para bajar la comida, los llevó al Retiro.

Tienes una voz preciosa, como tú.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo al recordar las palabras que Samantha le había dedicado en ese mismo lugar. Pero, ¿por qué no podía quitárselo de la cabeza, aún estando con Hugo, el chico que le gustaba, el que le ponía los nervios a flor de piel?. Dónde quedaba esa sensación que él ya no le transmitía.

Fueron hacia una barandilla para asomarse a ver el gran lago. Era precioso, el agua centelleba por el reflejo de la luna creando un efecto ilusorio increíble.
Una mano en su espalda baja le hizo girar la cabeza.

- Estás rara, princesa- odiaba que la llamara así, pero él no parecía entenderlo- ¿Te pasa algo?

Ana Julieta quería decirle tantas cosas, y a la vez no decirle nada. Tampoco sabía cómo empezar, ni cómo explicarlo, no comprendía lo que le pasaba. Ojalá poder hacerlo para así liberarse de esa confusión.

- Solo estoy cansada. Ha sido un día intenso-su sonrisa era tan forzada que le dolieron todos los músculos de la cara al hacerlo.

Hugo la miró intensamente unos segundos antes de unir sus labios colocando las manos en la parte baja de su espalda para posteriormente agarrarle el culo, y a diferencia de otras veces en las que este gesto le había hecho desfallecer del placer, esta vez le provocó una angustia que no supo explicar. Sin embargo, él la besaba y ella tenía que devolvérselo. Así que movió sus labios contra los suyos, intentando seguir su sintonía, intentando que las ganas de separarse no se incrementasen, intentando disfrutar genuinamente del momento.

Hugo fue el que se separó, con una amplia sonrisa y una mirada maravillada.

- Está bien. Te llevo a casa-dijo con cariño.

Ana Julieta asintió conforme. Tenía ganas de volver al piso. El camino de vuelta se le hizo largo y extremadamente incómodo. Una vez más era él el que llevaba la conversación con pequeñas participaciones de ella. Cuando por fin divisó el piso de Samantha, se despidió de él iniciando ella misma un largo beso que no le hiciese sospechar más y se metió dentro.

Entró con un nudo en la garganta deseando que no hubiese nada despierto y con unas ganas de llorar tremendas. Pero, desafortunadamente, la luz del salón se encendió nada más llegó, su hermano apareció en escena algo adormilado.

- No quería dormirme hasta que llegaras-aclaró con una sonrisa torcida.

Ella asintió intentando sonreír y rezando porque su hermano no notara la clara angustia que llevaba encima. Pero estaba tan cansando que tras darle un beso en la cabeza se fue a su habitación donde estaría Samantha ya durmiendo. Se quedó mirando la puerta cerrarse,deseando ser ella la que entrara ahí y no él. Espera... ¿qué? No, no, eso no tenía ningún sentido.

Se dirigió a su cuarto de forma atropellada y, tras cerrar la puerta, se tiró en su cama antes de dejar escapar un pequeño sollozo. Hundió la cara en la almohada para que no oyeran sus gemidos lastimados mientras aguaba la tela de la sábana.

Qué había pasado, qué había cambiado en Madrid, qué le había hecho cambiar, quién. El rostro de Samantha apareció en su pensamiento una vez más, ¿en qué momento había dejado que una persona que estaba empezando a conocer se inmiscuye en su vida y en su pensamiento de esa manera?. Pensamientos de Samantha agarrándola, acariciándola, besándola, porque sí, no podía negar que los había tenido. Empezó a darse cuenta de una verdad muy grande que no quería asumir porque le daba demasiado miedo: le gustaba la novia de su hermano.
La corriente eléctrica que le recorría el cuerpo cada vez que le hacía cumplidos o le rozaba se debía a que le atraía.

¿Cómo podía ser tan gafe? Encima esos sentimientos eran nuevos para ella, nunca se había sentido atraída hacia una mujer, y encima ella estaba con Flavio.

Era un sentimiento prohibido, si alguien se enteraba, ni quería saber lo que podía pasar.

Es un capítulo corto. Perdón. Pero al menos aquí lo traigo.

Me jodiste, Madrid (Samaju)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora