Capítulo 4: Nos quedamos intrigadas

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Audrey decidió preguntarle a la anciana sobre el misterioso niño que había conocido durante su niñez. Tenía que quitarse la duda de la cabeza. ¿Era o no era Iverette?

—Señora, ¿podría contarme más sobre ese niño que la ayudó cuando era pequeña?

—Sí, recuerdo que era un niño muy gentil, pero también era muy ingenuo, todo parecía nuevo para él, siempre preguntaba por todo —dijo la anciana con una mirada nostálgica—. Siempre estaba alegre y sonriente.

Audrey sólo se limitó a escuchar, sintiendo la piel de gallina al notar que la descripción calzaba perfectamente con Iverette.

—Cuando estaba enferma, él me dio de beber un extraño líquido de color dorado. Después de beberlo, me quedé dormida y al despertar, ya estaba curada. ¡Era un milagro! —dijo la anciana con emoción—. Siempre quise agradecerle, pero ya se había ido cuando desperté. Fue una lástima. —La anciana hizo una pequeña pausa, tratando de recordar más detalles—. Supongo que se habría ido con su amigo de cabello oscuro. Parecía que no quería quedarse mucho tiempo. En verdad, era un niño bastante extraño, casi lo contrario de Iverette.

—¿Un amigo de cabello oscuro? ¿Podría ser... Abigail? —se preguntó Audrey. Si era así, entonces él era una persona muy cercana a Iverette desde que eran niños.

—Ese amigo tuyo se parece mucho al niño que me ayudó. Son tan similares que parecen la misma persona. En verdad, me sorprendí mucho cuando lo vi, pero es absurdo pensar eso. ¿Cómo sería posible? —dijo la anciana moviendo una mano como tratando de quitarle importancia a lo dicho.

—Sí, sería absurdo pensar eso —respondió Audrey en voz baja.

—Tal vez sea un descendiente suyo, ¿no crees?

—Umm, tal vez —dijo Audrey, quedando con más dudas que certezas.

Pronto oscureció y el silencio invadió la casa. Empezaba a hacer frío y Audrey decidió hacer un poco de té para calentarse. Fue un rato a la cocina y cuando regresó con dos humeantes tazas, notó a la anciana cabeceando sentada en una vieja silla de madera al lado de la habitación del niño.

—Señora, hace frío. Traje algo de té —dijo Audrey, acercándole una humeante taza.

—Gracias, jovencita —dijo cogiendo la taza y dándole un pequeño sorbo.

—Se tarda mucho, ¿no cree? Ya han pasado más de ocho horas desde que se encerró allí —dijo preocupada Audrey, manteniendo la taza entre sus manos para calentarlas—. Además, no se escucha nada desde hace un buen rato.

—Tienes razón. Hace horas que no se escucha nada adentro. ¿Habrá pasado algo?

La anciana se levantó y tocó la puerta de la habitación, sin respuesta alguna. Volvió a intentar un par de veces más, incluso Audrey pegó su oreja a la puerta para ver si lograba oír algo.

—No hay ninguna respuesta. ¡Qué raro! —dijo la anciana con algo de preocupación.

La anciana abrió la puerta y echó un vistazo a la habitación que se hallaba en penumbras. Audrey la siguió unos pasos por detrás.

—No puede ser —dijo enojada Audrey al ver la escena dentro de la habitación.

En la oscura habitación, el niño dormía apaciblemente en su cama, mientras que Iverette dormía cerca suyo sentado en el suelo, apoyando la cabeza en el colchón.

—¡Se quedó dormido! —dijo Audrey indignada por el comportamiento de Iverette: mientras ellas esperaban preocupadas fuera de la habitación, él dormía tranquilamente. ¡Al menos podría haberles avisado que había terminado!

En busca de AbigailDonde viven las historias. Descúbrelo ahora