En medio de un gran prado descansaba un chico de larga y ondulada cabellera negra, que amarraba con una cinta blanca. De repente, su descanso se vio interrumpido por un incesante sonido que parecía provenir de sus alrededores. El chico se despertó irritado. Pensaba que había encontrado un lugar tranquilo para descansar, pero al parecer algo o alguien no pensaba igual que él. Se levantó y su gran capa blanca ondeó empujada por la brisa. Observó a su alrededor y vio, no muy lejos de donde estaba, un pequeño bosque. Se acercó a ver y notó un viejo letrero cuyo mensaje llamó su atención.
Dentro del bosque, un grupo de leñadores trabajaba rápidamente lanzando miradas nerviosas a los alrededores de vez en cuando. Uno de los hombres, que parecía ser el jefe, apuraba al resto.
De repente, un sonido alarmó al grupo y todos voltearon a ver qué pasaba. El chico de cabellera negra había aparecido detrás de ellos clavando el letrero en el suelo con fuerza, asustándolos. En el letrero podría leerse claramente: "Zona protegida. Prohibido talar. Prohibido cazar". Los leñadores, al ver que sólo se trataba de un solitario chico, se relajaron y continuaron cortando la madera.
—¡Nos asustaste, chico! Creíamos que eras un guardia —dijo uno de los leñadores.
—¡No nos molestes y vete! ¡Y ni se te ocurra abrir la boca o verás lo que te pasa! —amenazó otro blandiendo su hacha.
El chico no respondió, pero frunció el ceño en señal de desaprobación.
—¡Ya déjalo, sigue trabajando! —dijo el jefe mientras continuaba cortando un árbol.
El chico chirrió los dientes ante el despreciable comportamiento de los leñadores. Harto de su descaro, el chico corrió, dio un gran salto y se colocó entre los árboles y el grupo de hombres, extendiendo sus brazos hacia sus lados con gesto desafiante para impedir que continúen con sus acciones.
Inicialmente, el grupo se sorprendió por las inesperadas acciones del chico y lo amenazaron mostrándole sus hachas, pero el chico no se movió de su lugar, incluso forcejeó con uno de los hombres haciéndole tirar su hacha al suelo.
—¡Vas a pagar caro por eso, niño! —dijo enojado uno de los leñadores acercándose con su hacha, dispuesto a herir al chico.
El chico lanzó una pequeña risita, algo ronca para la edad que aparentaba, y con un rápido movimiento se quitó uno de los guantes que cubrían sus manos.
El hombre blandió su hacha con ambas manos, apuntando a la cabeza del chico, pero el chico fue más rápido y logró detener el ataque, sosteniendo el mango del hacha con una sola mano, lo que sorprendió al hombre y a sus compañeros. ¿Cómo un chico era capaz de detener el ataque de un hombre adulto con una sola mano? Y no sólo eso, poco a poco iba alejando el filo del hacha de su cabeza aún cuando su atacante seguía sosteniendo el hacha con ambas manos.
El hombre iba a pedir ayuda al resto, pero antes que pudiera decir algo, el chico colocó la mano que no tenía el guante puesto en su cuello, apretando con fuerza su garganta. Así, ninguna palabra pudo salir de su nota. El hombre soltó su hacha para tratar de golpear al chico y obligarlo a que lo suelte, pero por alguna razón misteriosa sentía que las fuerzas lo abandonaban. Un par de segundos después, el hombre dejó de luchar y perdió la consciencia. Pero, aunque el hombre ya no forcejeaba, el chico seguía sosteniéndolo del cuello para incredulidad de sus compañeros. Segundos después, el chico lanzó el cuerpo del hombre en dirección al resto.
Uno de sus compañeros se acercó a él para socorrerlo, pero tras acercar su oído a su pecho y ver la palidez en su piel, se dio cuenta que el hombre estaba muerto por lo que lanzó un chilido ahogado del susto mientras daba un pequeño salto hacia atrás, alejándose del ahora cadáver de su compañero.
—¡Está muerto, está muerto! —chilló aterrado el hombre, perdiendo el color de la piel. El resto de los hombres sintió escalofríos al oír aquello.
El chico empezó a reírse con un tono grave que les puso la piel de gallina y los hizo retroceder un par de pasos. Luego, los vio fijamente con los ojos bien abiertos. Los hombres se dieron cuenta que eran los ojos de un depredador en busca de su siguiente presa y sintieron sus piernas temblorosas como gelatina. El chico empezó a caminar lentamente hacia ellos, esperando a ver cuál sería su siguiente reacción. Al ver esto, los hombres huyeron dejando atrás sus herramientas y el cadáver de su compañero. Segundos después, un agudo chillido, que parecía provenir de una terrible bestia, se oyó en todo el bosque, espantando a todos los animales del lugar.
El chico volvió a colocarse su guante mientras se relamía como si hubiera comido un delicioso banquete. Su rostro mostraba una gran satisfacción, como si hubiera ganado un gran juego. A su alrededor, yacían los cuerpos de todos los leñadores sin signos de vida. Lanzó nuevamente una pequeña risita, hasta que reparó en los dañados árboles a su alrededor. Se acercó a uno de ellos y lo miró con lástima, pasando su enguantada mano por la corteza de éste con suavidad. Después, apoyó su frente en la corteza y cerró los ojos, y poco a poco los cortes producidos por los leñadores fueron reduciéndose de tamaño hasta que no quedó ninguna evidencia del paso de éstos. Por último, destruyó las hachas, aplastándolas con sus pies.
Al terminar, empezó a temblar como si de repente hubiera sido bañado en agua fría y se acurrucó en el suelo, abrazándose a sí mismo. Mientras yacía en el suelo, a su mente vinieron imágenes de muchas personas, entre ellas un niño de ojos y cabello blanco, a quien él le trenzaba el cabello y el niño a cambio le regalaba una gran sonrisa. El chico sintió una gran irritación. ¿Por qué venían esos recuerdos a su mente? ¿Por qué venía la imagen de ese chico a su mente? El chico se llevó las manos a la cabeza, como si sufriera de un terrible dolor y cerró los ojos con fuerza. Al mover su manos por su cabeza, descubrió sus orejas. En una de ellas, la izquierda, llevaba un pendiente alargado de cuencas blancas, adornadas con un metal dorado.
Poco antes de sumirse en un profundo sueño, una especie de hilo de color dorado, del cual se desprendía un ligero brillo, brotó de su pendiente y empezó a extenderse hacia la lejanía, antes de desaparecer junto con la consciencia del misterioso y terrible chico.
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En busca de Abigail
Short StoryHace mucho tiempo, existía un enigmático pueblo al que todos llamaban el "pueblo blanco". Éste desapareció sin dejar rastro tras una gran guerra, quedando como una vieja leyenda. Un día, Audrey, una entusiasta adolescente, conoce a un peculiar chic...