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Luka nunca tuvo una familia.
Su madre era una actriz de teatro. Hermosa, talentosa, perfecta. Tenía una preciosa piel oscura y cobriza que brillaba en tonos dorados bajo los reflectores del escenario. Su padre era un escultor de renombre mundial. Un estricto hombre japonés que había llegado a San Fransokyo en su adolescencia, cuando la ciudad aún se llamaba San Francisco.
Nunca estaban en casa, por supuesto. Luka vivía en una casa enorme con servidumbre y una institutriz de rictus severo llamada Eleonora. Eleonora era estricta, exigía excelencia en el estudio y pulcritud en los modales. Eleonora manejaba todos los aspectos de su vida. Procuraba su salud, cuidaba su alimentación, se encargaba de supervisar sus estudios y de ver por sus modales. Eleonora siempre estaba allí para regañarlo cuando el aburrimiento lo llevaba a jugarle bromas pesadas a las sirvientas o cuando intentaba escaparse de la casa.
Sus padres eran una cuestión distinta. Eran una pareja sumamente reconocida y admirada en las altas esferas sociales y su vida parecía girar en torno a eso. Todos los recuerdos que Luka conserva de sus padres son de noche, cuando él se quedaba despierto esperando a que ellos llegaran a casa. Los veía entrar en sus costosos trajes de gala y les sonreía con la ilusión de tener, aunque fuera un poco de su atención. Entonces ellos le dedicaban una palmada en la cabeza o un beso en la frente y lo mandaban a la cama. Permitirle quedarse despierto hasta que sus padres llegaran era uno de los pocos gestos compasivos que Eleonora tenía con él.
A veces, sus padres pasaban semanas enteras lejos de casa, meses. Su madre tenía constantes giras con su compañía de teatro. Su padre siempre la acompañaba porque ella era su razón de vida, su musa. La historia de sus padres es bastante romántica. Tiene un aire a esta clase de romances parisinos llenos de pasión y drama. Su padre asistió a una de las tantas presentaciones de su madre cuando eran más jóvenes. Ocurrió allí, en el gran anfiteatro de San Fransokyo. Fue amor a primera vista.
Su padre le suplicó que posara para él y ella, quien siempre ha sido débil a la idea e inmortalizar su belleza, accedió gustosa. A ello siguieron una serie de encuentros fortuitos y misteriosos con el mismo toque de encanto que la película de El Titanic. Las esculturas para las que su madre posó se volvieron admiradas y cotizadas en Europa. Con el tiempo, la carrera de su madre que ya iba en ascenso y el reciente crecimiento de su padre, los llevaron a escalar en las esferas sociales y volverse una pareja adinerada. Se establecieron allí, en San Fransokyo. Se compraron aquella innecesariamente enorme casa que llenaron de baratijas vistosas y pretenciosas, engendraron a un niño y siguieron con su vida perfecta.
Luka admiraba a su madre más que a nadie en el mundo. Admiraba su belleza y su elegancia. Admiraba su buen gusto y esa forma tan suya de moverse como si se deslizara sobre el suelo. Le gustaba ir a verla al teatro. Ella era gloriosa y bella cuando se paraba sobre el escenario. Sobre todo, cuando bailaba. Cuando su madre bailaba era como una mariposa agitando sus alas sobre el escenario. Luka amaba verla. Luka quería ser como ella y soñaba despierto con ello día y noche.
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Viva las Gaygas
FanfictionTadashi Hamada lleva 10 años en coma. La vida de Hiro es una antología de rebeldía, sexo, vicios y excesos que solo empeoró cuando terminó su relación con Miguel dos años atrás. Kyle se ha encargado de no dejarlo hundirse por completo, pero ha tenid...