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Cubrió su boca con la palma de su mano derecha y bostezó a pesar de que su cuerpo había descansado bien. No recordaba con exactitud en que momento había sucumbido al cansancio, pero por lo menos le había dado tiempo de acostarse en la camilla y así evitarse los incómodos dolores musculares que le habría provocado el dormir en el suelo. Se frotó los párpados ligeramente y dió un pequeño salto al piso.

«Espera...»

Examinó a su alrededor en busca de algo sospechoso, pero todo parecía "normal". Las herramientas de tortura estaban perfectamente acomodadas en una de las paredes y los casilleros seguían sellados, como si nadie más hubiera intervenido en la sala, lo cual le resultaba extraño ya que su némesis no solía dejarla sin vigilancia por lapsos prolongados.
Caminó en dirección a la entrada del quirófano y justo cuando colocó la mano en la manija, la puerta fue empujada desde el exterior. Era él.

—Veo que has despertado. Las regaderas están a la izquierda. Toma, no conseguí algo mejor.

Le entregó una muda de ropa, pero no pudo mirarla a detalle ya que continuó hablando.

—Hoy irás conmigo. Si te ausentas durante muchos días, tendré problemas. Así que apresúrate.

Y la dejó con las palabras en la boca. ¿Ir a dónde? No tuvo más remedio que seguir sus instrucciones y transitar el pasillo que le había indicado hasta llegar a las duchas. En primera instancia, se deshizo de la bata de paciente que hace un par de noches no se había quitado. Afortunadamente, aún había fragmentos de un espejo viejo adheridos a la pared y así pudo contemplar su reflejo. Sus mejillas estaban un poco sucias y unas tenues ramificaciones sobresalían en su cuello. Eran cicatrices, fruto de la terapia de choque.
Rehuyó la mirada de su reflejo, avergonzada y giró los grifos, en busca de una temperatura que relajara su complexión. Se despojó de sus prendas íntimas e ingresó al diluvio. Después de permanecer enjabonada —gracias al shampoo corporal que había encontrado— durante unos minutos, abrió nuevamente las válvulas y dejó que el agua se llevara la suciedad. Con suerte, también se llevaría sus malestares. Agarró la toalla que venía encima de la muda y secó su figura con rapidez, para después vestirse con las prendas nuevas. Se trataba de una blusa blanca con mangas tres cuartos ceñida a su cintura y una falda rosa pastel tableada. No era el mejor conjunto, pero definitivamente se sentía más cómoda que con la bata de hospital. Peinó con torpeza su cabello húmedo y finalmente salió del cuarto de aseado.
El doctor ni se inmutó cuando entró a la oficina, puesto que sus ojos estaban absortos en un folder, leyendo la información que este contenía.

—¿A... A dónde vamos a ir?

Por fin rompió el silencio. Herman levantó la vista y la observó brevemente.

—Al reino del ente.

Sentenció, no sin antes tomar su palo con pinchos y cerrar la carpeta, en la que se leían dos iniciales: NK.

.

.

Ash J. Williams, Adam Francis y Nea Karlsson eran los desafortunados de ésta partida. La graffitera tuvo la fortuna de toparse con el profesor nada más empezar la prueba, pero no fue lo mismo para el lobo solitario, que se tropezó de lleno con el asesino. El doctor.

—Y... ¿Cómo lo llevas con Kate?

—¿Kate?

Contestó Francis, con notable confusión.

—Si, ¿no se supone que eran pareja?

Los gritos de Joanna comenzaron a escucharse a la par que ambos seguían trabajando en el generador. Iban al 25%.

—No, es muy pequeña para mí, además--

—Pero te gusta, ¿no?

—Prefiero no responder a ello.

Karlsson sonrió de lado, cuando de repente una silueta se incorporó de entre los altos maizales de la Granja Coldwind.

—¿Me extrañaste?

La azabache se alejó del motor, provocando una explosión y se aproximó a la asiática, estrujándola entre sus brazos.

—Imbécil.

Murmuró la pelirosa. Min sólo rió, correspondiéndole. Pero el abrazo no duró mucho, debido a que el radio de terror se hizo presente.

—Adam, Feng, terminen el generador, yo me encargaré de esa cosa.

Los dos asintieron y divisaron como Nea desapareció de su campo de visión para enfrentarlo. El peor error que pudo haber cometido.
Francis conectó los últimos cables y las luces del aparato se encendieron. Uno menos.

—¿Quién más vino con ustedes?

Cuestionó la de ojos rasgados.

—Ash, pero ya sabes... Es Ash.

Rieron al unísono, mientras buscaban otro motor que reparar.

- - -

Nea Karlsson. Ella era su único objetivo y para su suerte, se la encontró de frente. Utilizó terapia de choque y un chillido escapó de su garganta. Música para sus oídos. Al tenerla lo suficientemente cerca, le asestó un golpe en la espalda, rasgando gran parte de su chaqueta roja. La chica se quejó, pero eso no hizo más que aumentar sus ansias de sangre. De esa manera, aprendería a no meterse con su paciente, porque si, las había visto compartiendo saliva el día anterior y no toleraría que la rebelde saliera libre de lo que consideraba una falta de respeto hacía su persona. Aparte, Feng había quebrantado su acuerdo y una pequeña represalia reflejada en la graffitera no vendría mal. Empleó una vez más la terapia, impidiendo que Nea pudiera saltar la ventana y le propinó el segundo golpe que la dejó en estado agonizante. Ni siquiera fue consciente de que sólo faltaba un generador para que los demás escaparan. La gamer corrió a su encuentro, en un vano intento por salvar a la chica derribada, pero nadie contaba con que trajera una ofrenda especial. Aprisionó el cuello de la pelirosa y la alzó, de modo que sus pies no pudieran tocar la superficie.

—¡No! No lo hagas... Tenemos un trato, ¿recuerdas?

La vió con una sonrisa grotesca. Sentía lástima, pero también una ligera punzada en el pecho, ¿por qué demonios se preocupaba tanto por ella? Sin pensarlo mucho, dejó que una corriente eléctrica acabara momentáneamente con la vida de Karlsson, quien se quejó durante el proceso y seguido la tiró al suelo, como una marioneta inservible. Miró por última vez a Feng antes de regresar a su territorio, estaba llorando con el entrecejo fruncido cerca del cadáver de su "novia".

Electroshock [Dead by Daylight fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora