4. La dulce belleza.

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Risas y cantos abstractos interrumpieron el reconfortante sueño de las casas pequeñas con balcones extensos del sector del centro histórico. Pero sola una mujer se atrevió a ver de qué se trataba.

Claramente Paula seguía siendo una persona muy pero muy curiosa. Tomó su cigarrillo y su encendedor para salir disimuladamente hacia el balcón.

Observó como un chico con un largo abrigo negro estaba tirando piedras a la cruz de la iglesia.

Aquello en ella llamó su atención. ¿Por qué alguien estaría votando rocas en medio de la noche?

Se acercó un poco más y notó como ese chico decía una y mil cosas, pero no lo pudo escuchar.

Su instinto de preocupación se manifestó.

—¿Estará bien? —preguntó para sí misma a la vez que intentaba descifrar el rostro de aquel extraño.

Tenía sensaciones encontradas, por un lado, curiosidad por saber la identidad de aquel hombre, y por otra parte miedo...

Un hombre ebrio tirando piedras a la iglesia cerca de las doce de la noche, sin duda podría ser algo bizarro y extraño.

Aun así, su fisgoneo era más grande y se incrementó más cuando pudo ver un poco el rostro del muchacho.

Aparentemente tenía una cara angelical.

Al ver esto ahora el miedo y la inquisición que la inundaban, se mezclaron en una pequeña dosis que le hizo estremecer tanto que por un impulso lanzó una pregunta que hasta a ella misma la hizo sorprender.

—¿Tú crees que para Dios es correcto ver las piedras caer?

Cuando se dio cuenta de que aquel joven regresó a mirarla sin querer soltó un suspiro.

Paula finalmente pudo visualizarlo y quedó impactada.

Ese chico era visualmente atractivo, tenía los ojos cafés oscuros, su cabello era oscuro, churón y desalineado, aparentaba ser alto y su mandíbula era visiblemente marcada.

En la mirada de aquel muchacho había un destello que la hizo sonreír genuinamente.

En cambio, desde la perspectiva de abajo una especie de calor invadió a Wladimir al ver que la mujer que le robó más de un suspiro en menos de veinticuatro horas, estaba en el mismo balcón donde la plasmó en sus bocetos para tatuajes. Ahí tan inalcanzable con un viento que se movía al son de su pelo y sincronizaba con la larga calada que aspiraba de su cigarrillo.

La miró con detalle y quedó cautivado.

Lucía extremadamente bella con aquella camisa larga blanca, su cabello era largo y con un color que le quedaba perfectamente con sus ojos marrones. Tenía unos labios que al verlos se estremeció haciendo que por un momento divague en demasiados pensamientos que lo sonrojaron.

Quedó tan plasmado por la belleza de esa chica que no supo que decir, por un momento hasta que las sonrisas mutuas dieron entrada a una peculiar conversación.

—Dudo que le importe el destino de las piedras si deja escapar a los ángeles a la tierra —pronunció mientras intentaba no mostrarse nervioso.

Paula involuntariamente soltó otra sonrisa y sin saber por qué quedó cautivada por el rostro y la voz del chico que sonaba ligeramente seductora.

Era extraño. Desde aquel suceso siempre trata de huir lo más posible del contacto social. Sin embargo, esta vez tras ver a este joven con una mezcla de "felicidad" y melancolía algo excavó en su antigua personalidad antes del secuestro y no pensó mucho antes de hacerle aquella pregunta.

EL CIGARRILLO FUGAZ (En Proceso y Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora