25. Una última esperanza.

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BUENOS AIRES – ARGENTINA

Cuando Silvia vio a su hija mayor corriendo hacia ella, sintió cómo una corriente eléctrica de emociones la traspasaba, devolviéndola de alguna manera a la vida que había quedado en pausa desde la partida de Paula.

Elizabeth, la hermana menor, fue la primera en llegar hasta donde estaba su hermana. Con un mar de lágrimas que destellaban meses de añoranza y dolor, la abrazó con fuerza, como si ese abrazo pudiera reparar todas las ausencias y vacíos que las habían marcado de manera irreversible.

Ambas hermanas se hincaron en el suelo, dejando que la emoción las inundara por completo. Los recuerdos, las risas compartidas y los secretos guardados entre ellas parecían revivir en ese momento único de reencuentro. Paula, con ternura, acarició el cabello de Elizabeth, como si a través de ese gesto quisiera transmitirle toda la nostalgia que había guardado en su corazón.

—Te extrañé tanto... —susurró la aprendiz de fotografía y fue cuando la voz de su madre se manifestó.

—Hijita mía...

Paula se levantó y se abalanzó donde su madre la cual la miraba con amor y meditación-

—Mamá... —sollozó derrumbándose y dejándose abrigar por el candor de su dulce progenitora.

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En la atmósfera tranquila de la cafetería del aeropuerto, Silvia, Paula y Elizabeth compartían un instante que había sido ambicionado durante días largos de agonía y melancolía.

La espera de una llamada importante se volvía insignificante frente a la reunión de la familia que finalmente estaba completa.

El silencio entre ellas estaba lleno de significado, como si las emociones contenidas durante mucho tiempo se expresaran en cada mirada

Aun así, había tantas preguntas y tantas cosas que decir...

—¿Cómo lograste escapar de dónde estuviste? —interrogó Silvia acariciando la mejilla de su hija la cual estaba llena de lágrimas negras por causa del rímel

—Cuando él quiso matarme... Simplemente algo dentro de mí surgió. —respondió con la mirada perdida— Y tan solo busqué la manera de huir...

Silvia al oír esto sentía una rabia inconmensurable. Una impotencia como madre que le carcomía el alma y lo único que pasaba por su cabeza era hacer justicia.

—¿Cómo regresaste al Ecuador? —preguntó ahora Elizabeth impactada por el valor que su hermana tuvo para regresar sola.

—Trabajé barriendo calles y ayudaba a señoras con sus bolsas en el mercado central —sonrió la mujer con un poco de alivio al recordar esos días donde sintió el sabor de la libertad.

Además, que en medio de todo ese trayecto conoció a unas buenas personas que le ayudaron de alguna manera a sobrevivir.

—Pequeña mía... —sollozó Silvia agarrando la mano de Paula —¡Por tantas cosas que tuviste que pasar por culpa de ese depredador! —exclamó con una fuerte ineptitud

—¡Y por causas de esas malditas perras de Andrea y Úrsula! —reclamó la hija menor con una furia más que justificada

—No sabes cuánto me arrepiento de haberlas conocido —dijo Paula lanzando un suspiro ahogado donde las maldecía una y mil veces.

Más que el secuestro lo que a ella le iba a marcar de por vida era la traición y maldad de dos personas a las que adoraba más que a nada en el mundo.

EL CIGARRILLO FUGAZ (En Proceso y Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora