13. Miedo incomprensible.

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— ¿Cómo... cómo puedes saber eso?

—Lo supe la noche que estuviste en el hospital—contesta Harmony.

De repente me siento muy tonta. Daniel era mala persona y nunca me di cuenta. ¿Sería él parte de las personas que quería acabar conmigo? ¿Era un enemigo secreto que solo quería mantenerme cerca para hacerme daño? ¿Por qué soy tan ingenua? Si fuera más desconfiada podría defenderme mejor. Miro a Adriana en silencio, quien parece igual de afectada. Quiero pensar que ella no estaba de acuerdo con los pensamientos de Daniel y que no estaba al tanto. ¿Qué pasa si ella también quiere hacerme daño? Pero fuera de lo de Alex, ¿tendría algún otro motivo? Ella no está tan loca.

—Lo siento, Blair. No tenía idea... —dice Adriana, acongojada—. Créeme que hablaré con él. Investigaremos esto juntas.

¿Juntas?

—No hace falta—Alex me toma de la mano. Me pongo de pie, mirándolo—. Yo voy a ayudarla.

—Pero soy su amiga. ¿Ahora no solo no puedo ser tu novia, sino que también me quitas a mi amiga? ¿De verdad... de verdad me odias tanto?

—No. Sólo sé lo mala que fuiste conmigo. Y no voy a permitir que le hagas algo malo también a ella.

Adriana desvía la mirada, incómoda.

—Lo siento. Pero Blair es mi amiga y querré hablar con ella a veces. Perdón si eso te molesta.

—Blair puede hablar con quien quiera. Pero si se da el caso, voy a protegerla de ti.

Alex comienza a caminar, llevándome de la mano con él. Bueno, supongo que no vamos a despedirnos de nadie. La mano con la que me sujeta es temblorosa, como si estuviera descontrolado. Me preocupa mucho verlo así. Cuando llegamos al ascensor queda un par de pasos delante de mí, como si no quisiera que lo vea a la cara.

Le pongo una mano en el hombro.

— ¿Alex?

— ¿Hmm?

— ¿Quieres un abrazo?

Aunque no me mira, puedo escuchar como una risa burbujea desde el fondo de su garganta. El alivio me invade, porque al hacerlo reír sé que no lo he perdido por completo. Está preocupado por mí, es enternecedor que se preocupe a tal nivel que le afecte de ese modo. Significa que le importo mucho. Pero también me duele verlo tan preocupado.

— ¿No se supone que soy yo quien debe pedírtelo?

Ruedo los ojos mientras sonrío. Es como cuando lo cuidaba, le preguntaba si podía darle un abrazo. Incluso alguna vez él llegó a pedírmelo también. Pero al menos me alegra verlo mejor. Él se ha vuelto muy fuerte. Pasó de no poder superar un trauma de tres años a dejar una situación difícil atrás en cinco minutos. Sé que volverá a sentirse mal por ello luego, pero por ahora disfruto con la mera imagen de su sonrisa.

—Bien, entonces pídemelo—le digo.

—Claro que no, ya me lo ofreciste.

Abro la boca, indignada.

— ¡Eso es trampa!

Las puertas del ascensor se abren y él me jala al interior, riendo.

— ¡Whoa!

El movimiento ha sido tan brusco que cuando menos me doy cuenta, estoy contra la pared. Él mantiene los brazos a los lados de mi cabeza y su rostro muy cerca del mío, sonriendo como cuando un león acecha a su presa. De repente siento el rostro muy caliente y me fallan las piernas.

Corazón de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora