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"Rubius se acercó a ti sólo para ganar una apuesta..."

Las palabras de aquel alfa se repetían como disco rayado en su cabeza, manchando cada recuerdo que compartía con el y dejando tras de sí un montón de palabras falsas que no hacían más que hacerlo sentir patético. Intento negarlo, quiso creer que todo lo que había escuchado era mentira, pero entre más le daba vueltas a la idea, más sentido tenía.

Desde el primer momento, desde que lo había encontrado detrás de los arbustos frente a su casa, desde aquel instante debió sospechar que nada tenía sentido. Es decir, nadie cambia de un día para otro y mucho menos un alfa, entonces ¿por que creyó que el sería diferente?

— Madre mía — susurro para sí mismo cuando todo a su alrededor comenzó a ponerse borroso y jalo sus cabellos con frustración, no quería ponerse a llorar — que tonto...— agregó con una risa nerviosa y poco a poco las comisuras de sus labios fueron cayendo hasta que aquella sonrisa falsa se convirtió en una mueca llena de tristeza.

Mantuvo los ojos abiertos hasta que el ardor no le dejo continuar y cuando los cerró, las lágrimas se abrieron camino por sus mejillas y los sollozos no se hicieron esperar. Quería volver a casa, rápido, antes de que alguien del pueblo pudiera verlo a lo lejos, así que comenzó a caminar de vuelta por donde había venido, dejando de lado la idea de buscar a Rubius. Ahora sólo quería llegar a la seguridad detrás de sus murallas y ocupar su mente en alguna otra cosa.

Sus pasos eran lentos y arrastraba sus pies con pesadez mientras frotaba sus aguados ojos cada que le resultaba imposible ver el camino.

Llego a las puertas de su casa después de unos largos minutos y subió las escaleras dando algunos trompicones hasta que llegó al elevador. Siguió caminando, cabizbajo, hasta que llegó a la única puerta que separaba sus muros del exterior. Miro el escáner junto a ella y a los segundos se abrió, dejando ver la preciosa imagen que llevaba anhelando ver desde que se entero de aquello y soltó un suspiro, aliviado.

Al entrar en casa fue recibido con cariño por su pequeña mascota que se frotaba contra su pierna esperando uno que otro mimo. La alzó con delicadeza y la llevo con el hasta el sofá de la sala, donde la colocó sobre sus piernas y comenzó a brindarle múltiples caricias.

— Al menos te tengo a ti...— acaricio la cabeza del felino y ésta le miro, dejando escapar un maullido — he tenido un mal día, Kira — esta vez, se permitió verse vulnerable, después de todo, ya nadie podía verlo — ojalá me entendieras...— agregó entre sollozos y dejó de acariciar a su gata para cubrir su rostro con vergüenza.

"Venga Vegetta, ven, dame un abrazo"

Recordar como aquellos brazos le rodeaban con cariño le hizo sentir una reconfortante calidez sobre el cuerpo y odio sentirse así. Dejo a su pequeña acompañante en otro lado del sofá y se levantó de golpe para buscar algo en que ocuparse.

Si, se sentía horrible, pero lo mejor que podía hacer en ese momento para no terminar hundido entre los cojines, era distraerse con algo productivo, así que, con sus ojos hinchados y la nariz suelta, se dispuso a hacer cualquier cosa.

Días encerrado en casa sin hacer nada más que buscar la manera correcta de decirle a Vegetta toda la verdad para poder empezar con el pie derecho y sin secretos, pero cada vez que se le ocurría algo, recordaba como era el mayor y estaba seguro que cuando escuchara todo lo que llevaba ocultando desde que se conocieron, le daría con su espada mamadísima.

— Bien, escucha Vegetta, te cuento...— su voz parecía nerviosa y no podía evitar moverse de un lado a otro mientras practicaba — unos amigos y yo hicimos una apuesta donde teníamos como objetivo enamorar y acostarnos con algún omega...— un espadazo seguro, trago saliva — ¡Ah, no se que coño hacer! — grito con frustración y revolvió su cabello con ambas manos hasta que le resulto doloroso.

Un peculiar sonido atrajo su atención y miro de reojo al animal que estaba a su lado, mirándolo con curiosidad o tal vez sólo buscaba ser alimentado, no lo sabía. Se puso en cuclillas junto a el y lo acaricio sintiendo la áspera piel contra su palma.

— Lo extraño — confesó con una amarga sonrisa.

De verdad que lo extrañaba, los días eran aburridos cuando no estaba con el y no sabía que hacer cuando no lo tenía cerca. ¿En que momento se había convertido en una parte tan importante de su vida? La verdad es que no lo sabía con exactiud pero no se arrepentía ni un poco y tal vez esa no era la mejor manera, pero si no hubiera sido por su estúpido juego, seguro nunca se hubieran hecho tan buenos amigos, de esos que rara vez encuentras separados y que siempre se están gritando.

— Juan Carlos, cuida la casa — se levantó decidido y antes de salir busco su máscara, siempre la llevaba consigo aunque no fuera a usarla, sólo por si acaso.

La casa de Vegetta no se encontraba tan lejos pero aún así salió corriendo, bastante energético, buscando con desesperación acortar el tiempo de una casa a la otra. Quería verlo, necesitaba verlo y contarle cualquier cosa con tal de quedarse hasta tarde haciéndole compañia y jamás lo admitirá en voz alta pero también deseaba escuchar aquellos agudos gritos que de vez en cuando se le escapaban al contrario.

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Aᴘᴜᴇsᴛᴀ [ꜰɪɴᴀʟɪᴢᴀᴅᴏ]©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora