¿Qué eran las bodas sino la promesa idealista de la vida?
Un pacto, un contrato, el juramento público del amor que se extendía por lo que podía señalar como una angustiosa eternidad.
Ah, no eran más que lluvia sobre el pasto. El sol de una mañana cálida en verano, las manos juntas y envueltas, el paseo por el parque, una sonrisa liviana, el atardecer, la desnudez.
Nunca fue realmente nada que no se hubieran dicho antes.
No fue diferente al día en el que se enfrentaron por primera vez ni tampoco lo fue al día en el que se besaron por primera vez.
¿Qué significaban entonces todas estas cosas al final? ¿Qué significaba el sol sobre el tejado? ¿Qué fueron las lágrimas, los desplantes, los ruegos, los amargos y los buenos momentos a su lado?
Le gustaba el amor, o lo que significaba el amor en la vida, demasiado...
Las lágrimas, las maravillosas montañas y el humo dulce del café.
Sobre ello, le gustaba su risa, más que otro sonido, más que las campanas que sonaban ese día.
¡Ríe! Quería decirle, por el simple hecho de que le encanta oírlo reír.
Pero le gusta incluso su silencio que lo inunda, que lo hace parecer ajeno, que lo hace sentirse solo y vacío en la habitación, desesperado y extrañándolo cuando solo basta levantar un dedo para tocarlo.
Entonces calla para que ría, o para que no ría, le encanta demasiado cualquiera de las dos. ¿Le gustaba a él algo de eso? Mirando solo las cosas que pasaban y podrían pasar entre los dos.
Pero quería de él todo eso, letargos, suaves movimientos. Quería pedirle hasta lo imposible, incluso si no sabía lo que era, confiaba en que Gai lo entendiera un poco más. Que lo cumpliera.
Pero de todos modos, él aprecia ese momento, aprecia la Iglesia, aprecia la idea de un Dios que lo observa.
Él se aferra a ese instante como las manos desgarrando las cortinas sobre la cabeza, como los sacerdotes a las cruces y los clavos en las palmas a las promesas.
No cree que nadie haya podido ser tan feliz como ahora él lo era.
No cree que pueda existir en el mundo alguien que pudiera entenderlo, o comprenderlo, o admirarlo o calentar algo de en su interior.
Ah, ¿dónde estaban aquellos guiños inquietos ahora? ¿Estaban ocultos detrás del papel? ¿Estaban envueltos como los regalos y las flores de la entrada? ¿Estaban escondidos bajo el velo de la virgen o atados a las rosas a sus pies?
El deseo de llevarlo impaciente hacia afuera palpita, los sonidos se vuelven fluidas caricias que se desbaratan entre sus dedos y se riegan como hormigas.
Nunca lo amo antes como ahora. O lo apreció, o lo admiró, o lo miró con ese amor.
Y el anhelo puede ser cruel cuando hay tanta gente y tiene miedo. La desesperación del deseo. Las manos temblando en el centro cuando las manecillas se arrastran y la figura de piedra lo mira juzgándolo desde la esquina del templo con las aguas bautismales cayéndole como lluvia sobre él.
Se siente bendito ahora. Ha sido perdonado por sus pecados, por Dios, o por la idea de Dios, o ni siquiera ciertamente por Dios. Es solo uno de tantos que se rinden de rodillas en el camino de la penitencia a la crucifixión y se siente un elegido sin siquiera haber levantado una plegaria merecida o inaudita.
El recuerdo de los días pasados, de las calles llenas, de las batallas y los charcos de sangre, de toda la gente perdida.
Lo ama. Lo ama cuando va al frente en la batalla y lo protege, cuando se aleja como un sueño en las madrugadas, cuando duerme, cuando grita, cuando el sol se pone y la cena está lista.
Lo ama por casi cualquier cosa, todo el tiempo. A diario, con los ojos cerrados o abiertos.
Es más de lo que estaba buscando, no lo merece, o lo merece demasiado.
El alivio de tenerlo es tanto que duele.
Él toma sus manos entonces y suspira.
— Acepto — recita, y todo vibra.
Ya tendría mucho tiempo para amarlo en secreto. Para mirarlo en las noches sentado con el libro en su regazo y el sabor del té en sus labios.
Y en ese tiempo se dedicaría a quererlo como no había podido hacerlo. Minucioso, con cada segundo demasiado ansioso y asfixiante esperando.
Ya lo vería entre las sábanas y las almohadas, entre el ruido de la calle y el licor, con el color de la piel viva y rosada bajo los dedos. El calor de los cuerpos, la tensión de su interior.
Lo ama. Es simplemente eso.
Ahora, y para cuando mañana salga nuevamente el sol.
Final.
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Mi querido Gai [KakaGai Day 2020!]
Любовные романы"Los dos se enamoraron. Pronto se casaron y vivieron felices por siempre". Drabbles y ficlets KakaGai: Cosas y detalles que Gai ha hecho por Kakashi hasta el día de su boda. (¡Uno por día!) Este evento de un día conmemora el aniversario de bodas "of...