Daniel 2, el camino

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El camino a la estación del Norte fue mucho más tranquilo que la ruta hacia la comisaría al medio día. Pese a ello seguía viendo a muchos agentes ordenando el tráfico y algunos conductores cansados de esperar en los cruces que se bajaban de sus vehículos para increparles o pedirles que les abrieran paso.
El Sol ya caía y comenzaba a crecer la oscuridad de aquella calurosa tarde de primavera cuando dislumbró a un par de manzanas las paredes grisáceas de hormigón con cristaleras negras de la estación. El edificio se había convertido en uno de los centros turísticos de la ciudad. Por sus puertas llegaban al año cientos de miles de personas que querían visitar la urbe o que venían por negocios en los nuevos trenes de alta velocidad.
El ingente tráfico de turistas y visitantes que se apeaban desorientados en la estación hizo crecer de forma masiva la cantidad de robos, peleas y tráfico de drogas en la zona. Muchos delincuentes de poca monta paseaban durante todo el día a fin de robar alguna cartera o algún bolso con la esperanza de llevarse el poco efectivo que los turistas pudieran llevar.  
Para Daniel en cambio, le trasladaba una sensación de seguridad hacer los intercambios allí. Le conocían en la zona y sabían que no era bueno meterse con ningún policía que visitaste la estación. Los pactos de las mafias que traficaban mercancías en los alrededores hacía que nadie robara un coche abierto ni una taquilla cerrada. Pocos delincuentes se atrevían a robar sin el permiso de los jefes o los veteranos del lugar. Si alguien intentaba montarse por su cuenta se le recordaba cual era su sitio. Se trataba de un pacto no escrito ni firmado entre mafias; las zonas comunes no eran campo de batalla.

Enfiló la rampa que descendía al sinuoso y oscuro aparcamiento de la misma estación. Se notaban los años que tenía ese edificio en las pocas comodidades que ofrecía. Aparcó su deportivo, cogió la llave del sobre que tenía guardado en la guantera, se estiró su camisa blanca antes de ponerse el blazer color marron claro de lino a juego con sus pantalones claros y se dirigió al ascensor. Al entrar había un par de chicas hablando y haciendo planes sobre un pequeño plano de la ciudad con un claro acento italiano que enseguida se callaron al verle pasar.
— Hola —saludó sonriendo al picar el botón de la planta principal—.
Buona notte —respondieron las chicas entre risas nerviosas—.
Estuvo en silencio mientras el ascensor ascendía observando a través de sus gafas oscuras como una de ellas se giraba disimulando varias veces mientras debatían sobre que zona de la ciudad visitar esa noche. Un pitido metálico indicó la llegada y las puertas se abrieron. Se giró antes de salir del ascensor quitándose las gafas de sol como premiando a las chicas con el favor de mostrarles su mirada de ojos verdes con la que recorrió todo el cuerpo de la más alta de ellas.
— Buona notte ragazze.
No hizo falta más. Vio como los labios de la chica se abrían sorprendida y se dio por satisfecho. Le gustaba la sensación de atraer físicamente a las mujeres y no necesitar muchos esfuerzos para acostarse con ellas cuando salía a cazar amantes.

Avanzó hasta la entrada de la estación donde se ubicaban tres largos pasillos llenos de taquillas metálicas bastante desgastadas. Trescientos catorce, indicaba los números rayados y borrados por el desgaste del uso. Introdujo la llave, abrió y dentro se encontraba un maletín negro de ordenador portátil. Se aseguró de no tener a nadie cerca, sabía que nadie le robaría pero no quería llamar la atención. Abrió la bolsa y confirmó el correcto pago de los cinco fajos de billetes del interior. Más tarde repartiría con el comisario Landberg el sesenta por ciento de los beneficios por el trabajo de la noche anterior.

Se colocó la mochila negra cruzada en el hombro derecho a fin de, si algo ocurriese, acceder rápidamente a su pistola con su mano derecha. Mientras avanzaba por la enorme bóveda de columnas de hormigón y observaba el cielo de la noche a través de los oscuros cristales de la estación pensó en cómo habia llegado hasta allí.
El dinero fácil habia arruinado su matrimonio con Lara y le habia separado de su hija, a la cual veía escasas veces. Pensó en hacer algo con ella llegado el fin de semana y decidió llamar a su ex mujer no sabía bien si para decírselo o pedirle permiso. No había sido buen padre, pero quería a su familia y el separarse habia sido idea de ambos. Seguían manteniendo una estrecha amistad

— ¿Si?
— Hola Lara, soy yo. Daniel.
— Ah, hola Daniel. Me pillas liada en la cocina. ¿Estas bien?
— Sí, todo bien. Ya sabes, como de costumbre. ¿Vosotras cómo estáis?
— Bien. A decir verdad hoy está siendo un día de locos por ese rollo del rayo del Sol o qué se yo que ha pasado. La cosa es que el coche se ha estropeado y hemos tenido que estar corriendo todo el día con el autobús. Ademas a tu hija se le ha estropeado el móvil y está insoportable. Ya sabes cómo se pone cuando se le tuerce algo.
— Me imagino... Oye, podría pasar este fin de semana por allí y salimos juntos por el centro a tomar algo. ¿Cómo lo ves?
— Suena muy bien Daniel, pero he quedado este sabado por la tarde. Lo siento
— ¿Y si me quedo con Janine este fin de semana —preguntó incisivo. Le tocaba descanso y no le apetecía otro fin de semana de alcohol o salir de noche a algun club cualquiera a probar suerte—? Te la quito de encima, tu sales por ahí y yo estrecho lazos. ¿Que te parece?
— No lo sé Daniel. Por mí sí, pero te aviso que está muy rebelde. Yo no se si es la pubertad o qué pero a veces puede conmigo.
— ¿Entonces te parece bien? Pásamela y se lo comento.
— ¡Janine —escuchó gritar a Lara—! Ven un momento. Ponte, es tu padre.
— ¿Si?
— Hola princesa —saludó, deteniendo el paso justo antes de llegar al ascensor. No quería cortar la llamada por la mala cobertura—.
— Hola papá.
— Oye, ¿te vienes éste fin de semana a ver tiendas conmigo?
— Sí claro. No tengo planes. ¿Vamos al Village?
— Donde te apetezca.
— Genial. Avisa a mamá antes de venir, ¿Vale? Se me ha estropeado el móvil.
— Vale nena. Seguro que se nos ocurre algo para arreglar eso.
— Gracias papá. Te paso a mamá.
— ¿Ya has sucumbido a comprarle un nuevo teléfono?
— ¿Qué quieres que haga?
— No te pases. Sabes que no me gusta que le des todo lo que pide. ¿Sigues liado con Charly, verdad?
— Intento dejarlo —le quitó hierro al asunto. No le gustaba pisar el terreno que habia hundido su matrimonio—, pero es más jodido que dejar de fumar.
— Cuídate Dani. Te esperamos el sábado. No te olvides.
— Hasta luego Lara. Un beso

Lara cortó la llamada. Se quedó mirando el teléfono visiblemente impactado. Seguía queriéndola y le dolía profundamente la distancia que se había formado entre ellos por su propia culpa. Fue el aviso de la estación con la llegada de un tren de alta velocidad lo que le alertó y sacó del trance. Bajó al aparcamiento, dejó el maletín en el maletero y se montó en su coche. Vio la nota de aviso que Maribel le había dado hacia un rato y suspiro, apoyando su cabeza en el volante.

— Mierda, lo había olvidado. Joder.

Arrancó el coche y una vez se puso en marcha y salió del aparcamiento, puso la sirena en funcionamiento y aceleró a toda velocidad en dirección a la calle Farenheit.

A TIEMPO DE VIVIRDonde viven las historias. Descúbrelo ahora