Daniel 3, La escena del crimen

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El ascensor ascendía lentamente hasta el sexto piso. Le dio tiempo a reflexionar sobre la casualidad de haberse encontrado a los matones de don Rafael ante un aviso dado por una joven desconocida. Peor aun tratándose de la impulsiva Magdalena, esa chica únicamente vivía para generar broncas, disputas y consumir drogas y alcohol.

Más de una vez se había encontrado con ella y algún problema de los que le gustaba generar. Lo peor de Magda era lo increíblemente hermosa que llegaba a ser. Mirada penetrante, labios carnosos y una melena negra que acompañaba un cuerpo realmente esbelto y fibroso. Varias noches, haciendo recados nocturnos para la mafia latina se había topado con ella y era realmente difícil resistirse a sus insinuaciones.

El elevador indicaba la quinta planta cuando escucho de fondo unos alaridos. No pudo distinguir lo que las voces anunciaban pero le hizo estar alerta y llevarse la mano derecha al revolver. Le resultó satisfactorio el frio tacto del metal y la seguridad que le otorgaba. En su carrera policial y desde que salió de la academia no le había hecho falta disparar muchas veces pero aun así, sentir el peso de la pistola le otorgaba confianza.

Las puertas se abrieron y escuchó la voz de Pablo hablando por teléfono entre sollozos y maldiciones.

— Que no salga nadie de acá. ¿Me oíste pendejo —colgó el teléfono—? Señor Daniel, suerte que ha venido. ¿Le mando llamar el Patrón? Ha pasado una desgracia.

Se fijó en el rastro de sangre que había en la pared y que descendía la escalera. El rastro consistía en gotas de plasma bermellón adentrándose en un rellano ancho a través de un pórtico de piedra pintado en color marrón.

Avanzó mientras se dirigía al matón de Don Rafael.

— ¿Qué es todo esto? ¿En qué la habéis cagado ahora?

— Señor Daniel, le juro por Dios que no hemos hecho nada. Vinimos a buscar a Magdalena como nos pidió Don Rafael y nos encontramos con toda esta desgracia.

Avanzó por el pasillo y pudo observar una escena muy peculiar que nunca antes había visto. En la tercera puerta del rellano, en el apartamento que indicaba la alerta policial por la que él había venido, podía verse un enorme rastro de destrucción. Esquirlas de madera y pedazos de muro y yeso cubrían la entrada de la vivienda cómo si hubiesen volado la puerta con explosivos. Le resultó extraño no encontrar signos de quemadura, ni marcas de humo en el techo. Lo siguiente que le llamó la atención fue el rastro de sangre que había detectado al salir del elevador. Avanzaba por el lado derecho del pasillo de baldosas claras, salía desde la puerta despedazada hasta las escaleras y descendía por ellas. No menos impactante fue ver como el tercero de los secuaces del capo de la mafia latina estaba al fondo del pasillo, de rodillas y santiguándose haciendo cruces pasando los dedos de su cabeza al pecho y de un hombro a otro visiblemente asustado.

Le llamo la atención un detalle en el camino sangriento del pasillo a la altura del segundo portal. El rastro se perdía de la vista, desapareciendo un metro aproximadamente de distancia para de nuevo retomar su camino.

Levanto la mirada indicando al primero de los lacayos que le pasaba a su compañero del fondo.

— Es la señorita Magda señor. Es una desgracia. No le sabría explicar —indicó el primero de ellos llevándose las manos a la frente, profundamente afectado—.

Se fijó en los gestos de ambos mafiosos y pudo ver como a el que estaba cercano al ascensor le temblaba la pierna y lo intentaba disimular dando pasos de un lado a otro. El segundo seguía implorando el perdón divino o algún tipo de bendición religiosa.

Avanzó unos metros en el pasillo hasta llegar a la altura de la puerta arrancada y se quedó atónito ante la que era la escena del crimen más sangrienta que había visto jamás.

A TIEMPO DE VIVIRDonde viven las historias. Descúbrelo ahora