Aparcaron el coche a pocos pasos del piso de Marc. Era un edificio de pocos vecinos, seis viviendas en total, con una bonita entrada de baldosas claras y paredes recubiertas de madera que le daba un toque rústico. Marc vivía en el tercer piso. Que era un poco más pequeño que el resto pero lo compensaba con una amplia terraza.
Darla se sujetaba con esfuerzo en los fuertes brazos de Marc y éste la guiaba con suavidad y dulzura por el pasillo de entrada. Anne les seguía, cansada y aturdida. Todavía sentía un ligero dolor al apoyar su pierna y eso le hacía cojear.
Al llegar al pequeño apartamento Marc las guio hacia el amplio comedor. Darla conocía el apartamento pero Anne no había estado nunca.
— Bueno. Bienvenidas. Vamos a ver si podemos descansar un poco. ¿Queréis algo de la nevera?
Acomodó a Darla en el sofá y Anne se sentó a su lado.
— ¿Cómo estás cariño —preguntó Anne a su amiga?
— Me duele todo niña.
— ¿Una birra Anne —gritó él desde la cocina—?
— Sí. Escucha Dar, vamos a encontrar respuestas vale —la abrazó—.
Apareció Marc con dos cervezas y se sentó en una butaca al lado de las chicas. Las miró y pudo ver en ellas que todo aquello era real. Aún le costaba creer lo que Anne le había contado sobre Darla. De primeras le pareció una broma macabra, una historia absurda. Pero allí estaba, sentada frente a él esa frágil chica por la que sentía una fuerte atracción y de la que no estaba seguro si se había enamorado.
Se incorporó y fue al dormitorio principal para volver a los pocos segundos con unos pantalones deportivos cortos.
— Es lo único que tengo. Probar a ver si estáis a gusto. Anne, el lavabo es esa puerta de allí, y el dormitorio está aquí a la izquierda. Tengo dos habitaciones, pero una de ellas es oficina así que solo tengo una cama. ¿Te importaría —señalo el sofá mientras ladeaba la cabeza cerrando los ojos, indicándole donde dormir—?
— Tranquilo. Sólo quiero echarme un poco.
— Oye, tengo aquí el botiquín. Vamos a echar un vistazo a esa herida.
— Vale. Voy a cambiarme en un momento.
Las dos chicas se levantaron y fueron al dormitorio mientras Marc fue a buscar el botiquín para volver a curar la herida de Anne. Se quitaron los pantalones tejanos y se pusieron las bermudas deportivas. Anne se miró al espejo del armario y sonrió a Darla.
— Así que, ¿Aquí también con espejos?
— Que boba eres...
— ¿Y también te pones estos bañadores?
— ¡Calla!
— La verdad que el tío lo ha hecho muy bien. Vaya ostia le ha dado a ese gilipollas.
— Sí.
— Con esos brazos no te quejarás...
— ¡Anne!
Darla se empezó a reír de nuevo en aquella tétrica noche de caos y descontrol. Salieron y Marc intentó disimular la risa de ver cómo a las dos chicas se les caían los pantalones y tenían que aguantarlo haciendo un nudo con los cordeles.
— Como un guante.
— Me siento una payasa —anuncio Anne—.
— He traído para vendarte eso.
Con el pantalón corto tenían mejor acceso a la herida de Anne en el muslo. Retiraron el anterior vendaje y vieron que estaba bastante manchado de sangre, pero por suerte la herida había empezado a cerrar y ya no salía más. Limpiaron la herida y aplicaron antiséptico. Mientras Marc vendaba la pierna de la chica miraba a Darla a los ojos, que estaba a su lado.
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A TIEMPO DE VIVIR
Ciencia FicciónUn extraño efecto de la naturaleza despierta en Darla una fuerza interior que le permitirá hacer lo que siempre deseó. Deberá superar las adversidades a las cuales se enfrenta antes de qué la enfermedad la consuma. Esta historia ha sido creada por m...