El Corazón de un Ninja

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Capítulo 8: El Corazón de un Ninja

Hanabi se desperezó con disimulo para evitar que su padre notara su incomodidad, llevaban ya dos semanas recorriendo ciudades y visitando familias para estrechar las relaciones del clan Hyuuga. Habían rentado unos carruajes y los acompañaban algunos de los mayordomos y doncellas en la escolta, pero después de seis horas en el camino, su asiento le parecía duro como roca a pesar de los cojines. Conoció a más personas de las que podía recordar, su padre los había llamado amigos de la familia; a ella la presentó como su hija, nunca como su heredera ni mencionó orgullo alguno... Hanabi sabía que esos puestos le pertenecían a Hinata y a Neji respectivamente, y aunque aspiraba a ambos, en esos últimos días no estaba segura de poder conseguirlos.

El peso de las expectativas era abrumador.

Era una genin sobreprotegida que apenas iba a tomar su primer examen chuunin y salir al mundo exterior sólo la había hecho percatarse de todas sus inseguridades. Días atrás fueron atacados por bandidos y no pudo ayudar como le hubiese gustado. Los bandidos no se movían en los patrones que memorizó en sus entrenamientos familiares, sus movimientos planeados y controlados no eran suficientes para enfrentar ese caos. Tenía que entrenar más, tenía que convencer a su padre de retirar la ridícula orden de restricción en las misiones que su equipo podía aceptar.

Era urgente que ella recuperase el control.

No alcanzaría nunca a Neji si la mantenían en una esfera de cristal. Tampoco podía darle motivos a Hinata para que la menospreciara... ¿cómo fue que la mayor se libró y le pusieron las restricciones a ella? ¡Hinata hasta se había enlistado en ANBU! Crispó los puños arrugándose el kimono. Qué ilusa había sido.

Muy a su pesar Hanabi sabía que no era ningún genio, ningún Dios la había bendecido con virtudes que la distinguiesen de los demás: había tenido que esforzarse hasta el límite. Y no había podido pasar de ahí. Era "aceptable", sólo porque Hinata era mediocre a todas luces. En cambio, todo era desalentador si se comparaba con Neji.

—Llegaremos pronto. —Avisó su padre. Hanabi se apresuró a corregir la postura de sus manos y a enderezar todavía más la espalda. Había olvidado mantener a raya sus emociones.

—Sí, padre.

No sabía a dónde la llevarían, temprano por la mañana su doncella le puso un kimono ceremonial, su padre la esperaba en el carruaje afuera del hotel donde pasaron la noche, dejaron atrás a la mayor parte de su escolta y no le dieron explicaciones. Hanabi vivía con el constante estrés de que nadie se detenía a explicarle nada, se suponía que debía ser lo suficientemente lista como para saberlo todo ya.

Posó la vista en la ventana a su lado, estaban recorriendo un valle, le habría gustado permitirse disfrutar el paisaje primaveral cubierto de flores, pero eso sería frívolo y podría disgustar a su padre. Hiashi Hyuuga era una persona atemorizante. Un solo paso dado en falso podía costarle todo a Hanabi. Su padre la asustaba a momentos, porque recordaba bien el semblante severo que dedicaba a su hermana mayor y temía que algún día la viese de esa forma. Todo lo que tenía en esos momentos fue en alguna ocasión de Hinata. Y si la primogénita lo perdió, ella no tenía ninguna garantía para conservarlo. De pronto ya no se sentía tan perfecta y digna como se lo habían asegurado en tantas ocasiones.

El carruaje se detuvo y ella esperó a que su padre bajara para poder hacer lo propio. Habían llegado a un templo en el medio de la nada, el edificio estaba en buen estado, pero parecía ser muy antiguo, vio el escudo de su clan grabado en la entrada, todo era blanco, gris y madera, los colores de su familia. Ojalá su padre le explicara pronto por qué estaban ahí.

Las puertas se abrieron para recibirlos y una mujer ataviada con un kimono blanco los esperó en el umbral. La mujer era una Hyuuga del Bouke, y no podía tener más de cuarenta años. Hanabi no la había visto nunca. Su padre y la mujer intercambiaron saludos formales, y luego la señora la escrudiñó con la mirada; Hanabi se puso nerviosa y no podía estirar la espalda más de lo que ya lo estaba haciendo.

Hechizo NocturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora