Capítulo 4.

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El silencio que residía por los alrededores del bosque, era imperturbable. Implacable en todo sentido, era una sensación pesada para cada estudiante de Gryffindor y Slytherin. Nadie se había atrevido a romper el mutismo, ni siquiera Ron Weasley... A él nunca le faltaba un comentario cuando se trataba de Draco Malfoy.

Sin embargo...

—¿Creen que esté bien?— preguntó la más inteligente de la casa de los leones, Ron solo resopló.

—Si, la señora Pomfrey puede curar heridas en menos de dos segundos— respondió Harry, aparentando tranquilidad.

—Es lamentable que esto haya ocurrido en su primer día como profesor, ¿No les parece?— musitó el pelirrojo, cruzándose de brazos, preocupado— es muy típico de Malfoy hacer este tipo de escándalos.

Harry chasqueó la lengua, mirando nuevamente hacía la dirección donde Hagrid se había llevado a Malfoy, no estaba disgustado con las palabras de su amigo, pues eran verdad... Pero, ¿Porqué sentía un extraño malestar en el pecho?.

—Creo que debemos volver adentro.

Esas fueron las últimas palabras de Harry, antes de que se encaminaran a los terrenos cercanos del castillo.

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Sus pasos sonaban de forma sutil por el pasillo que daba a la enfermería, Harry se hizo espacio entre sus amigos un momento, prometiendo que estaría a tiempo para ver a Hagrid. Necesitaba tener esa plática con Malfoy, quería saber qué ocultaba... O que planeaba, porque obviamente, ese comportamiento no era habitual en el Malfoy que conocía, osea, el hijo de puta número uno de Inglaterra. No se comportaba como el mismo.

No se percató del momento en que estuvo frente a la puerta, quizás estuvo divagando demasiado en su mente.

«¿No lo habrán despedido verdad?». Dijo la voz de Hermione en sus recuerdos, «Esperemos que no...», dijo ésta vez la de Ron.

Sacudió la cabeza, antes de tomar el pomo de la puerta y darle la vuelta, el sonido de las bisagras produjo una mueca en su rostro, antes de empujar suavemente. Intentando hacer el menos ruido posible, lo último que quería era ser maldecido por su enemigo jurado.

—¿Ahora que-...?— esa voz calló abruptamente, Harry casi rió de la expresión del rubio, se veía realmente desconcertado. Y, hasta cierto punto, confundido—. ¿Potter?.

Sonrió levemente, entrando totalmente a la habitación, prácticamente auto-invitándose a pasar. Cerrando la puerta en cuanto lo hizo, dejándolos totalmente a solas.

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—Me alegra saber que me reconoces— dijo en broma una vez tomó asiento cerca de la camilla, donde Malfoy descansaba.

—¿Quién no lo haría?— replicó con ironía, alzando el mentón con altanería— cabello desarreglado, ojos verdes, horribles gafas... Ni que decir de tu cara-rajada.

Para Harry, requirió un esfuerzo sobrehumano no rodar los ojos.

—Veo que ya estás mejor ahora que me puedes insultar.

—Tengo el brazo herido, no la lengua, idiota.

—Lo dice el tonto al que se le ocurrió la maravillosa idea de ofender a un Hipogrifo, cuando sabía perfectamente que no debía.

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