Capítulo 8.

4.8K 266 8
                                    

Un estúpido imbécil. Eso se repitió por más de una hora mientras se encontraba mirando el paisaje por la ventana de su despacho. Nadie tenía permitido hablar de sus padres en esa casa. Era lo mejor para todos, los recuerdos les nublaba la vista, la prueba estaba en lo acontecido anteriormente con su hermana. Su innecesaria lucha por alejarse de un negocio que también era suyo y el querer permanecer en el pasado cuando necesitaba de la protección de mama. Él y Lorenzo habían crecido dejando atrás el pasado. Ella no.

Massimo se repitió que no importaba que tan duro fuera con ella tenía que entender que ya no era una cría de ocho años y crecer de una puta vez. 

Esos encuentros con su familia siempre movían los recuerdos de muchos años atrás, los mejores siempre fueron en compañía de su madre, irónicamente su padre no le traía ningún recuerdo satisfactorio. Nunca le interesó demostrar afecto por ninguno de los tres. Había sido su maestro por años hasta su muerte, con el fin de crear al mejor entre los hombres. Todo lo había aprendido de él, siempre lo respeto por quien era y representaba su mando. Los años frente al negocio cada vez lograban eliminar un recuerdo de los pocos que quedaban y todas sus barreras se encontraban levantadas. Para él su mundo era suficiente, no necesitaba más. Por lo mismo, la declaración de su hermana no había provocado nada en él. Fiorella solo había logrado que sintieran lastima por ella.

Massimo conocía las aspiraciones de sus hermanos, querían una vida normal  y formar una familia en un futuro no tan lejano. En un pasado él anheló tener una vida nueva fuera todo y de ese país que lo vio crecer. Actualmente la situación era distinta, siempre estaba rodeado por mujeres que lo único que querían era meterse entre sus brazos, sus encuentros siempre eran una follada más y nunca repetía con la misma mujer para evitar que se crearan cuentos en su cabeza. No le interesaba formalizar con alguna y mucho menos tener familia. Lidiar con la que tenía era más que suficiente.

Massimo soltó una amarga sonrisa mientras preparaba otro trago. Él era el menos indicado para tener algo estable. No era estúpido, conocía los riesgos. Mismos que sus padres habían tomado sin pensarlo.

Gabriel Bianchi nunca fue un buen padre ni buen esposo, amaba a Samanta Hernández a su toxica manera. Hades lo condenaría si eso fuera mentira. Tenían poco tiempo en conocerse cuando decidieron unirse en un lazo de por vida. Él italiano y ella de origen Mexicano. Dos mundos de diferencia. Siempre remarcaron su amor con locura, esa clase de amor que destruye todo a su paso. Su madre era todo lo contrario a su padre, era una mujer hermosa, leal y fiel en todos los sentidos, admirada por muchos por su intentó de sobrevivir a ese mundo tan cruel que la rodeaba y siempre decía que su familia le daba fuerza y espíritu de lucha para mantenerse de pie frente a las amenazas. Estaba dispuesta a soportar todo, siempre de la mano de su padre. Suficiente razón por la que ambos estaban muertos.

Él siempre trató de comprender como su padre lograba tener a todos sus hombres besándole los pies como si fuera el diablo pero caía de rodillas cuando se madre daba una orden o necesitaba algo. No aplaudía las acciones de ambos y se negaba rotundamente a dejarse caer por una mujer de esa manera. En el fondo quería a su madre, no podía negarlo, convivieron por veinte años antes de su partida y siempre intento dejarles algo bueno a los tres de diferente manera. Nunca quiso que sus hijos se mancharan en ese mundo tan cruel y siniestro donde ella había entregado su alma. Murió pensando que lo había logrado, sin saber que él por años fue entrenado para cuando fuera su turno de sentarse en el cargo.

-Massimo. –interrumpió Lorenzo entrando al despacho. –Necesitamos hablar.

El lider asintió alejándose de la ventana mientras terminaba su trago de whisky. Lorenzo se sentó frente al escritorio sin sospechar nada, suelta una sonrisa a medias, era consiente que había estado un buen tiempo a fuera del despacho debatiéndose en entrar. En esos últimos años se había preparado más de lo posible, agilizado sus sentidos para estar preparado ante cualquier situación, sin importar quien fuera.

Peligrosa atracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora