Capítulo 17

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Mi mente repite sus palabras como si no me hubiese afectado al escucharlas, no tengo idea de cómo reaccionar, ni que decir, solo dejo que se vaya lejos de mí. No me permito mirarlo, sé que tiene ese porte de suficiencia, sin ningún remordimiento por sus acciones y tampoco le cuesta decirlo tan abiertamente y eso es demasiado para mí. Intento no imaginarme la escena, sé que es capaz de cosas inimaginables y sería un desequilibro total reproducir sus acciones. Sabía que ese hombre era peligroso, podía tener problemas para caminar pero eso no lo convertía en un ser vulnerable y las cicatrices en su cara decían todo lo contrario, sus acciones debieron ser horribles para que sus enemigos se atrevieran a semejante castigo. Esa mirada que sostuvo guardando cada detalle de mi hasta el final sin importar que estuvieran apuntando a su cabeza, solo me daba a entender que planeaba algo en mi contra, aun siendo ajena a todo esto. No me tranquiliza saber que su cuerpo esta tirado en algún lugar oscuro de esta maldita ciudad, sé que su muerte podría ocasionar más problemas y no quiero eso. Por el momento estoy medianamente a salvo, solo me falta deshacerme del pez gordo, Massimo.

En el transcurso del día no salgo de esa habitación, me concentro en terminar mis pendientes de la universidad, entregar trabajos atrasados para estar al corriente con mis clases se está volviendo una costumbre y junto con esta situación se vuelve extremadamente agotador. Mantenerme ocupada ayuda a escapar de esta realidad, en momentos olvido que estoy en su casa, me imagino en cualquier lugar que me proporcione algo de paz y eso me hace extrañar demasiado mi departamento. En este enorme lugar me siento como una prisionera, no debería ser así, tengo una vida fuera de estas cuatro paredes y ese hombre tiene que entenderlo de una vez por todas. No he vuelto a ver a Massimo, no sé dónde está y en ocasiones me encuentro rogando al altísimo para que no regrese nunca.

En camino a la cocina comienzo a marearme al inicio de las escaleras, tengo que tomarme fuertemente del barandal porque siento que caeré en cuestión de segundos y el golpe será peor. No me percate de mis malestares en todas las horas frente al computador y no es la primera vez que me descuido hasta llegar a ese estado. Todo esto me está afectando, las preocupaciones, no dormir, no comer bien y el exceso de trabajo está empeorando bastante mi estado de salud. Me mantengo de pie enterrando las uñas en la madera para no caerme y cierro mis ojos al no poder mantenerlos abiertos sin sentir como se me nubla la vista. Mientras espero que se pase el mareo, unas manos desconocidas sostienen con fuerza mi cuerpo, no puedo evitar sentirme en alerta al contacto y me concentro en tomar respiraciones profundas para que el malestar pase rápido y poder salir de esos brazos.

–No me toques. –reclamo molesta apartándome.

Un enorme hombre corpulento se mantiene alerta a mis movimientos, tiene una cara tan dura que me recuerda a mi padre. Nota mi incomodidad y se regresa a su lugar a un metro de distancia lejos de mí.

–No era mi intención incomodarla. Tengo la orden de cuidarla.

– Te lo agradezco. –respondo con sinceridad, sé que su atención no era incomodarme, pero fue inevitable. – ¿Esta alguien en el comedor? –pregunto cortando la tensión.

–No, señorita.

Bajo con cuidado las escaleras para no dar un paso en falso, me percato que me sigue a la misma velocidad por seguridad y me entra un poco de vergüenza por la situación. En cuanto llegamos a la cocina me comunica que estará muy cerca por si necesito algo y desaparece por una enorme puerta. Al entrar me impresiona la vista, es una cocina enorme, equipada, elegante y muy hermosa, cumple exactamente con lo que representa esta casa. No podía esperar menos, así si dan muchas ganas de cocinar.

– ¿Quiere algo en especial, señorita? –pregunta una voz suave.

Una señora como de cincuenta años está acercándose mientras se limpia sus manos con su delantal, me mira un poco confundida.

Peligrosa atracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora