Sueños carmesí (+18)

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El roce de las sogas contra sus muñecas era constante y parecía crecer en intensidad de a poco entre más se resistía a su atadura y le mordía la piel con delicadeza provocando una dolorosa y rojiza huella que quemaba su piel. Algo parecido sucedía con sus tobillos que estaban inmovilizados por los nudos que los ataban y que le hacían escocer la carne con cada movimiento.

Una mordaza le impedía gritar o hacer algún sonido que no fuera un gemido apagado.

Sentía frío.

Su cuerpo se estremecía con pequeños escalofríos cada tanto producto de las corrientes de aire que recorrían su cuerpo desnudo. Una mezcla de sensaciones la asaltaban a cada momento y sus sentidos parecían verse aumentados ante la imposibilidad de ver. Vendada como estaba podía sentir cada roce, cada pequeño contacto, distinguía con toda claridad cada sonido, cada suspiro o murmuro apagado, le parecía incluso oler el delicado satén de las sábanas y el polvoso algodón de la alfombra.

Bajo estas condiciones no podía mantener el control de su respiración que, acelerada y profunda, hacía mecer su pecho de arriba abajo.

Entonces sintió un roce contra la parte baja de su abdomen que bajaba poco a poco y delicadamente hasta llegar a su entrepierna y volvía a subir, como en un baile demencial. Anna dejó escapar un suspiro ronco al principio que pronto se convirtió en un concierto de gemidos y jadeos ahogados por la mordaza. Podía sentir con todo detalle el ir y venir de las tiras de cuero, acariciando su piel, recorriendo centímetro a centímetro su abdomen hasta llegar a su entrepierna y luego subir lentamente para volver a empezar.

Forcejeó con las cuerdas que la ataban al lecho y sintió como el calor llenaba poco a poco hasta la última gota de sangre de su cuerpo haciéndola sudar mientras continuaba gimiendo y se esforzaba por mantener la mente despejada. Hasta ahora no lo estaba consiguiendo.

Entonces, de pronto las caricias terminaron y el silencio se hizo presente.

Anna pudo oír el característico roce del cuero a punto. Si pudiera hacerlo con la mordaza se había mordido el labio.

Entonces un violento golpe se estrelló justo en su zona pélvica doblándola en un arco de dolor. Segundos después un segundo golpe cayó sobre la misma zona y un tercero lo hizo momentos después. Con cada azote una nueva oleada de dolor y placer recorría su cuerpo haciéndola retorcerse sobre las sábanas. Sus gritos eran apagados por la mordaza y sus gemidos se ahogaban antes de salir de su garganta.

Sudaba copiosamente y pudo notar el látex que aprisionaba su cuerpo y se pegaba a este como si fuese una segunda piel estrecha y dura rozando y reteniendo sus músculos. El constante contacto de las cuerdas en sus muñecas, muslos y tobillos, como un recordatorio de su propia vulnerabilidad, estaba a merced de Elsa, incapaz de moverse, de gritar o de resistirse, podía hacer lo que quisiera con ella, tratar su cuerpo como mejor le diera la gana y hacerla presa de sus más oscuras y retorcidas fantasías. Sintió un ardor que subía. Ese pensamiento la excitaba.

― Parece que insistes en resistirte a mí ― la voz de Elsa sonaba distante, como si se encontrara del otro lado de la habitación.

Pudo oír el leve tintineo y el choque de una serie de objetos sobre el tocador del espejo

― Bueno, eso no representa ningún problema. ― Elsa se acercaba y conforme esto ocurría su voz se iba haciendo cada vez más tenue hasta convertirse en un susurro sensual ― Tengo mis métodos

Se acercó a su oído mientras susurraba y Anna pudo sentir su aliento cálido sobre su oreja, provocándole una ofuscación de placer

Elsa siguió recorriendo con su aliento la piel delicada de Anna hasta bajar por su cuello durante unos segundos más. Luego con firmes y delgadas manos desabrochó la mordaza que mantenía a Anna en silencio y esta exhaló un gemido de placer

Elsanna OneshotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora