Buenas noches...

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Estaba harta. Aquello era una locura. Cada noche los perros aullaban insoportablemente y estaba segura de que los oía gritar de dolor en el jardín, pero al ir a revisar no encontraba nunca nada fuera de lo común, los tres cachorros y la madre se hallaban solos y, salvo sus evidentes muestras de terror y dolor, estaban en perfectas condiciones. Volvía entonces a mi cuarto con la intención de volver a dormir. Anna, mi esposa, continuaba imperturbablemente dormida sobre el lecho, siempre había tenido el sueño algo pesado.

Durante días me seguían despertando los gritos y alaridos de los perros sin que lograra encontrarle una explicación a estos hechos, pues incluso cuando los metía dentro de la casa seguían ladrando y aullando terriblemente.

Ya no sabía que más hacer. No podía dormir y lo mismo sucedía con mis dos hijas que aseguraban escuchar ruidos espantosos en mitad de la noche y ver una sombra negra y esbelta deslizarse por los pasillos haciendo aullar a los perros.

Entonces, una noche al fin pude dormir por completo sin que nada perturbase mi sueño y a la mañana siguiente me sentía otra vez llena de vida. Creí que los extraños eventos de la semana anterior habían terminado de una vez por todas. Anna seguía dormida a mi lado, por lo cual deduje que era bastante temprano. Me vestí con una sencilla bata de dormir y me dispuse a salir a revisar a los perros esperando hallarlos descansados y contentos, tal y como yo lo estaba.

Cuando llegué al pie de la escalera un estallido eléctrico recorrió mi cuerpo y el terror me paralizó en seco. Tuve que agarrarme con fuerza de la barandilla para evitar rodar escaleras abajo.

Al final de la escalera, justo antes de llegar al primer peldaño, pude distinguir un bulto negro rodeado de una gran mancha roja y oscura que permanecía inmóvil sobre el suelo de la sala. Bajé lentamente los escalones con el corazón palpitándome con tal fuerza que sentía que en cualquier momento se saldría de mi pecho.

Cuando llegué al descanso de la escalera me llevé las manos a la boca para ahogar un grito de horror. Había reconocido aquel bulto negro y maltrecho.

Era la perra.

Estaba muerta, rodeada por un charco enorme de sangre reseca y opaca. Su pelaje se había erizado y puesto duro por efecto de la sangre que lo había manchado. Tenía una enrome herida en el cuello por la cual todavía brotaba un ligero hilo carmesí y el hocico se encontraba abierto en un paroxismo de terror con los dientes amarillos y la mirada vidriosa fija en el techo.

No pude evitarlo y vomité sobre el descanso. Cuando volví a enderezarme dirigí la mirada hacia la amplia sala donde los cachorros habían sufrido un castigo similar. Sentí un horrible nudo en el estómago y mi vista se nubló.

Lo siguiente que recuerdo es estar tendida sobre la cama de mi habitación cubierta con un par de sábanas y con un paño mojado sobre la frente.

Sudaba horriblemente y sentía un desagradable sabor a metálico en la lengua. La cabeza me daba vueltas y por un momento no recordaba lo que había pasado. Cuando la niebla en mi memoria se disipó deseé que todo hubiera sido un sueño producto de la intensa fiebre que al parecer me había atacado con fuerza.

Intenté llamar a Anna pero tenía los labios y la garganta seca. Un silencio sepulcral se extendía por la casa y era incapaz de moverme, como si se me hubiera subido el muerto, como popularmente se dice.

Pasado un largo rato en que las más horribles visiones desfilaron por mi mente y los temblores provocados por la fiebre iban en aumento por fin pude distinguir la voz de Anna que subía a paso lento la escalera mientras hablaba por teléfono.

Entonces la puerta se abrió y pude verla. Estaba tan hermosa como siempre, con el rojo cabello recogido en un peinado hongo. Sin embargo noté se hallaba visiblemente pálida y sus ojos parecían cansados.

Elsanna OneshotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora