Den siste Vuggesang

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Cuando salió a la negrura de la noche el viento helado súbitamente cedió y la Luna iluminó de lleno el paisaje.

Pensó en tomar una de las antorchas que iluminaban el estrecho pasadizo que daba a los jardines fuera de palacio pero la luna iluminaba el camino tan clara y bellamente que se encaminó guiada solo por su luz.

A lo lejos los destellos titilantes de las farolas y las casas enmarcaban el cielo pálidamente. Podía sentir la tierra fría y húmeda debajo de sus pies. El viento gélido había vuelto a soplar ligeramente y agitaba sus cabellos suavemente. No llevaba puesto más que el camisón de dormir y un delgado chal bordado que ofrecía una pobre protección contra el viento invernal.

Mientras la brisa nocturna soplaba en sus oídos los pensamientos comenzaron a aflorar lentamente, uno tras otro los recuerdos vinieron a ella como arrojados por un vendaval fuera de su memoria.

La vio, sentada justo frente a ella mientras su madre les contaba aquel cuento que tanto amaban, acurrucadas una contra la otra y sosteniendo sus manos mientras escuchaban atentamente la historia relatada sobre sus propios pasos una y otra vez.

Y entonces la vio desapareciendo tras aquella enorme puerta, una puerta que se mantuvo siempre cerrada para ella, aislándola, retrayéndola, arrebatándole a su propia hermana.

Ni siquiera había podido verla en la despedida.

Pero pudo ver también su rostro elegante y hermoso brillando a la luz de las velas en el gran salón. Lucía realmente hermosa con ese atuendo, era la primera vez que la veía en años y no podía creer lo bella que estaba. Sus enormes ojos azules, su brillante cabellera rubia que lanzaba destellos juguetones al danzar del fuego. Y algo nació dentro de ella, un sentimiento que creía perdido hace mucho, una sensación cálida, profunda, reconfortante. Pero también dolorosa y pesada, inefable.

En esa ocasión no había sabido decir lo que era. Ahora lo sabía.

El viento sopló un poco más en cuanto se internó en el bosque. Como paradójicamente solía suceder, ahí dentro el viento arreciaba con más fuerza que en campo abierto lo cual no tenía sentido. Las gentes del reino solían llamar a aquel bosque petrificado en el tiempo "El castillo de lamentos" donde el viento gélido que soplaba entre los troncos arrancaba a estos las voces perdidas de un pasado cruento y olvidado. Ahí dentro el tiempo corrí más lento y hasta el propio universo parecía detenerse por un instante, lo suficiente para poder oír el murmuro del silencio.

Mientras se internaba cada vez más con la luz de la luna llena marcando su camino otro recuerdo asaltó su memoria.

Vio el miedo, el temblor de sus labios, la palidez de sus manos, el terror reflejado en su rostro antes amable y elegante. Y entonces había huido.

Y junto con ella el calor y el sol habían escapado. Se habían fugado tras su sombra y el reino se había sumido en el pétreo y cortante frío del invierno eterno.

Ella había ido a buscarla y la había encontrado. También ellos lo hicieron.

Sin darse cuenta las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.

Se reprendió por dejarse llevar y trató de concentrarse en el camino. Quizás era el bosque que disfrutaba torturándola, quizá su corazón se negaba a dejarla escapar, o tal vez era que ella misma se negaba a olvidar.

Sea como fuere vio sus ojos de nuevo, entre la blancura y la muerte; pudo ver su dolor, su miedo, su silencioso sufrimiento, su soledad y, sobre todo aquello, el amor que se extinguía dentro de su mirada.

Y después todo fue oscuridad.

Ni los vítores, ni las ovaciones, ni las palmadas en la espalda le ofrecían un lecho cómodo sobre el cual descansar. El reino la amaba, como ella a ellos.

Pero no era suficiente.

Y en el otro extremo, en la torre más alta y más oscura de todas, lejos de muestras de amor y alegría, de palmadas en la espalda y reverencias, ella solo recibía miradas de odio, insultos denigrantes, muestras de hostilidad y gritos furiosos. El reino que amaba no la amaba más.

Ella sabía. Sabía que moría de a poco y no pudo hacer nada. No quiso hacer nada. Tan solo miró hacia otro lado y siguió recibiendo el amor y acaparándolo para sí.

Y la oscuridad que se cernía creció hasta cubrir todo por completo.

Una vez más el cielo se ensombreció y, al igual que el hielo gélido y cruel, sus ojos se cubrieron de muerte y dolor. La magia se fue, la luz se extinguió y el amor murió dentro de ella.

Entonces el viento se detuvo una vez más y pudo notar como llegaba a los linderos del bosque con los ojos cubiertos por completos de lágrimas y el frío carcomiendo sus huesos.

Alzó la mirada al cielo donde la luna brillaba con menos intensidad pero siempre iluminando su camino, la brisa nocturna una vez más la envolvió danzando suavemente a su alrededor mientras el calor regresaba a su cuerpo tembloroso.

Y entonces la vio, esta vez de verdad.

Como un fantasma frente a ella. La luna iluminaba su reflejo y la envolvía plácidamente como una madre amorosa. Sus ojos congelados, su mirada petrificada, su cuerpo convertido en hielo.

Se arrodilló a sus pies.

― Hola hermana. Ha pasado un tiempo

El viento rugía

― Lamento no haber sido capaz de ayudarte. Sé que me oyes y no espero que lo entiendas pero al menos quiero que sepas que te amo... Y te extraño. Te extraño tanto..

Y lloró, esta vez de verdad.

Posó sus manos sobre su rostro muerto y le dio un único beso sobre la frente. El contacto frío de su piel la hizo tiritar.

En el horizonte pequeños y pálidos destellos dorados comenzaban a pintar sutilmente el cielo teñido de silencio.

Entonó una última canción de cuna

― Feliz cumpleaños Elsa

Elsanna OneshotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora