Al calor del invierno (Segunda Parte)

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El barullo de la calle la despertó. Se sentó en la espaciosa cama y observó alrededor. La habitación poseía grandes ventanas y un lujoso mobiliario. En el muro frente a ella un gran espejo con marco dorado le devolvía su propia figura sobre la cama. Una pequeña cómoda junto a la cama le servía de buró. Sobre esta una lámpara que había olvidado apagar la noche anterior. Todo aquel lujo, la enorme pantalla plana, el gran diván rojo al pie de la cama, el par de mullidos sillones que formaban una pequeña escuadra al centro del cuarto y las elegantes y pesadas cortinas la agobiaban. Como siempre. Pero así era ella.

Se levantó de la cama desperezándose y se dirigió a la amplia ventana al costado del cuarto, hizo a un lado la cortina y observó el paisaje urbano que se extendía ante ella. La larga avenida Tollbugata se abría paso en el mar de edificios recta y limpiamente e iba a morir en el gran cruce de tránsito que unía la avenida Langkaia con la Operagata. Conocía bien la ciudad, después de todo no era la primera vez que la visitaba. Ella había nacido y crecido en Oslo, junto a los fiordos y el constante ajetreo del puerto.

Cerró la cortina suspirando y comenzó a desvestirse. Dejó su ropa sobre la cama y se encaminó al espacioso baño del cuarto, adornado tan lujosamente como este último. Accionó el agua fría y esperó a que la bañera se llenara. Cuando lo hubo hecho cerró la llave y se introdujo lentamente en la tina. Sus miembros acalorados por el reciente sueño y la calidez de la cama parecieron tensarse para acto seguido comenzar a hormiguear como si el agua helada masajeara suavemente cada rincón de su cuerpo desnudo. Se sumergió hasta la boca y cerró los ojos.

Permaneció así largo rato, cerca de una hora, con el agua fría formando cristales delicados a su alrededor. Podría permanecer ahí toda la vida. Deseó que así fuera.


Anna se despertó bastante tarde con el cuello adolorido y la espalda magullada. Había pasado la noche anterior revisando los detalles de la investigación hasta altas horas de la noche. Se había quedado dormida sobre la mesa de la sala. Se estiró y desperezó y se dirigió al cuarto de baño.

El oblongo espejo sobre el lavabo le devolvió una vista terrible. Su cabello, a menudo ondulado y bien peinado, se encontraba ensortijado y enredado alrededor de su rostro cansado. Unas profundas ojeras bajo sus ojos azules oscurecían las pecas de sus otrora rosas mejillas y el carmesí de su boca se había convertido en un rosa pálido y fuera de lugar mientras la saliva reseca marcaba su labio inferior y seguía hacia abajo.

Abrió el grifo del lavabo y se enjuagó la cara con las manos. Después cerró la llave y se encaminó a su habitación. La estancia era espaciosa pero humilde, con solo un gran ropero al fondo, una cama individual junto a la pared del fondo y una cómoda larga y estrecha. Además de eso y una silla junto al ropero donde solía arrojar la ropa sucia, la habitación estaba vacía.

Tomó rápidamente una toalla, una bata y ropa interior y salió. De camino al baño pasó por la sala, una amplia y muy iluminada habitación cuyo mobiliario consistía únicamente en un enorme sofá, una mesita de te, un gran librero abarrotado de libros y un armario cerca de las escaleras que Anna había adaptado como laboratorio para llevar a cabo sus investigaciones. El segundo piso estaba aislado por una pesada puerta de madera tallada que Anna misma había instalado y que no había vuelto a abrir desde hacía 12 años, la llave seguía en la cerradura

Había heredado esa casa de sus padres, se trataba de una señorial residencia de dos pisos ubicada en el distrito de Gamle, cerca del centro. Cuando sus padres habían muerto todas sus posesiones habían pasado a manos de Anna, quien vendió todo con excepción del gran sofá de orejas anchas de su padre y el librero de mamá. Lo demás había ido a subastas, ventas de garaje o donaciones a la caridad. Solo había conservado la casa. Era su único hogar, donde había crecido y vivido y donde pasó los momentos más felices de su vida. Pero los recuerdos también eran dolorosos. Cada objeto, cada mota de polvo, cada mueble, le recordaba a sus padres, su felicidad. Algo que había muerto para siempre, junto con ellos. Ahora los momentos felices solo permanecían vivos en su memoria, como una película envejecida y empolvada por el paso del tiempo, de la cual muchas partes estaban rayadas o estropeadas por lo quera difícil distinguir algo.

Elsanna OneshotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora