Cuando Vegetta le propuso matrimonio a Rubius y a Willy, hubo una gran polémica en el pueblo. La Iglesia se negaba a casar a los prometidos, mientras los aldeanos no hablaban de otra cosa. Se podía decir de cierta manera que la noticia fue bien recibida, aunque tuvieran que casarse en medio del bosque, solo ellos, sus compañeros y las doncellas. Guillermo aún recuerda con devoción cómo fue ese día donde, mientras sostenía la mano de Rubius, tenía enfrente a Samuel, inclinado, mostrando dos anillos relucientes que parecían ser costosos.
"¡Eh, qué me persigue un guardia!"
Exclamó Rubius, corriendo en reversa, defendiéndose de los ataques del guardia, que estaba empeñado en golpearlo.
"Pero es que eres tontito."
Dijo entre risas De Luque, mientras veía a el híbrido gritar mientras corría. Willy estaba callado, viendo todo con una sonrisa. Se sentía algo extraño. ¿Por qué de la nada se siente tan mal amarlos pero a la vez tan bien? ¿Por qué...? ¿Por qué estar con ellos es el único paraíso que conoció? ¿Por qué estaba mal amarlos?
Sentía devoción por los dos chicos, no le es difícil aceptarlo. Estar con ellos es una fantasía de la que desearía no salir, estar con ellos era el único momento donde podía amarse. Pero...¿por qué se siente tan sofocante?
"Guille, ¿estás bie-?"
"¡Revividme! ¡Que me ha reventado! ¡Que tengo 200 niveles!"
Rubén interrumpió a Vegetta, ahora en el suelo, mientras el guardia se retiraba en silencio. El oso pedía que lo revivieran varias veces, cosa que hacía a sus dos novios reír.
"Ahora te levanto."
Dijo ahora Willy, mientras ayudaba a Doblas. Podía sentir la mirada cargada de preocupación de Samuel, clavada en su espalda. Estaba callado, más de lo normal. Desde que el amor de los tres se confirmó y se hizo público, solamente tuvieron más y más problemas. Era algo frustrante.
"¿Y por qué no vamos a el bosque?"
Preguntó el de ojos morados, sonriendo de manera leve, viendo como el híbrido ahora se levantaba, sosteniendo la mano de el albino.
"Suena bien."
Sus miradas se conectaron, y las sonrisas se ampliaron de manera sincera. Diaz amaba estos momentos, amaba esa sensación de calor en sus mejillas que los dos chicos traían en el. Amaba conectar con esos ojos que expresaban más de mil palabras sin hablar. De nuevo recordó cómo se enamoró de ellos.
Y ahora se encontraban caminando, sosteniéndose las manos, tratando de no tropezar con las ramas del suelo, y de no chocar con los árboles. No sabían bien a dónde iban, pero disfrutaban caminar con sus amados, aislados de todo lo demás. Reían, sonreían y conversaban en el camino, los pájaros, encantados por la escena, dejaban su canto oírse. La tarde no podía ser más hermosa para ellos. Las flores escaseaban, pero eran lo suficientemente hermosas como para compensarlo.
Willy se sentía finalmente en casa, luego de tanto estrés que pudo dejar atrás. Finalmente pudo sonreír de manera sincera sin temor a que alguien le insultara. Finalmente pudo volver a sentir esa calidez que tanto anhelo en ese mal momento que tuvieron que pasar.
Miraba fijamente a Samuel, que guiaba los pasos de los tres ya que iba en el medio. Sonreía de manera confiada, parecía haber planeado algo especial.
Pararon en un lugar lleno de belleza natural, las flores abundantes se movían al compás del viento, el agua cristalina reflejaba la luz del sol, los pájaros cada tanto cantaban, felices. Se sentaron frente al pequeño lago, que tenía algunos peces en el. Estaban callados, pues admiraban fascinados la gracia y la calma del paisaje con absoluta sorpresa. Así era Karmaland, se les había olvidado que había tanta naturaleza en el pueblo.
"Ostia, que guapo, tío."
Murmuró el noruego, mientras apoyaba su cabeza en el hombro de Samuel, y su mano en la de Willy, con una sonrisa. El silencio volvió a abundar el lugar, pero no estaba cargado de tensión o incomodidad como siempre lo estaba antes.
"Bueno, yo... yo.... Quería preguntarles algo."
Samuel parecía emocionado, ansioso por algo. Toda su confianza se había reducido a tartamudear con el rostro rojo. Parecía estar preparado para algo especial. Los dos albinos se levantaron en confusión, mientras miraban al pelinegro sonreír e hincar la rodilla, mostrando una caja abierta, con dos anillos que parecían ser costosos, dentro.
Exclamaron en sorpresa, con sonrisas llenas de felicidad. Y ahí estaba, Rubén tapándose el rostro con las dos manos, y Guillermo dejando algunas lágrimas caer mientras reía. Fue un momento hermoso para los tres.
"¿Se casarían conmigo?"
"No lo sé...¿Serías mi sugar daddy?
Preguntó Rubius, con los ojos hinchados por haber llorado, de manera cómica.
Ahí fue donde rieron, y finalmente...
"Que es broma, tío. ¡Obvio que sí, hombre!"
Ahí fue donde el tiempo se detuvo para Guillermo, ahí fue donde se abrazaron y empezaron a llenarse de besos mientras reían. Fue la misma gloria. Al diablo el paraíso del que la Iglesia habla, este es el único que conoció y joder, es su favorito.
Y así, lo recuerda con devoción, sonriendo cada vez que lo recuerda, tocando el anillo de su dedo. Al carajo todo, ellos eran lo único que le importaba y eso le era suficiente. La realidad aún parecía un poco tensa para el y sus prometidos, pero estaba seguro de que iban a poder con todo. Aún sentía que no podía respirar, pero esta vez, solo parecía ser la emoción.
El único paraíso que conoció fueron ellos, y eso es suficiente para el.
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"τнοѕє єγєѕ" ɾմաíցҽԵԵα [KARMALAND]
DragosteSabían compartir. Se habían enamorado. Todo encaja, ¿no?