Capítulo 16

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Quentin.
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Miré con ternura al chico que temblaba bajo mi cuerpo. Los rayos de sol le caían directamente en la cara y besé una de sus blancas mejillas deslizando las manos por su cuerpo.

—¡Por favor detente! —se quejó con los ojos entrecerrados.

—No —le respondí seco.

—¡Aah! —gimió— ¡Quentin! —se volvió a quejar y lo ignoré completamente. Acomodó las manos sobre mi pecho y trató de empujarme, intentando alejarse. Bajo mis manos lo sentí arquearse—. Por favor —me pidió jadeando y callé sus jadeos con pequeños besos.

—Baja el volumen por favor —le pedí a voz ronca cerca de su oído deslizando las manos por su espalda, recorriendo su columna.

—No puedo —se volvió a quejar agarrando las sábanas entre sus dedos.

—Eres muy ruidoso bebé.

—Es tu culpa —dijo apretando los labios hasta dejarlos blancos— Es que m-

—Estamos en horario de menores amor —comenté, recorriendo su piel desnuda mientras él continuaba quejándose—. Peter estoy hablando en serio.

—Es que... —dijo inaudible.

Acercando mis labios a su mejilla volví a encajar las manos cerca de su cintura. —Mis vecinos van a mal pensar cada uno de tus quejidos —lo volví a regañar, frotando mi cara entremedio de su cuello y hombro.

—Es que me estás haciendo cosquillas —respondió al borde de la risa golpeándome con una de las almohadas que tenía a su lado—. ¡Déjame, tienes las manos heladas! —se quejó con una sonrisa.

Si hay algo que me encanta de Peter Parker es escuchar su risa por la mañana, además de sus quejidos y mejillas sonrojadas.

—¿Acaso no querías levantarte temprano? —pregunté despojándolo de las mantas— Llevas toda la semana hablando de tu dichoso proyecto.

—Sí bueno... dame 5 minutos más —dijo cubriéndose otra vez con las telas.

—Preparé café y los famosos panqueques de avena que tanto te gustan.

—¿Por eso huele a quemado? —preguntó bromeando.

—Tú fuiste quien dejó lleno de humo ayer, no me culpes de tus dotes culinarios innatos. —Respondí acomodándome a su lado.

—Lo siento —respondió somnoliento—, pero te dije que no sabía cocinar y que era una pésima idea —volvió a hablar pegando la cabeza a la almohada—. Tus vecinos pensaron que estaba incendiando el lugar.

—Sí —respondí entre risas—. Pero ya, vete a duchar. Tienes exactamente menos de 15 minutos —le regañé—, te espero abajo. —Añadí levantándome de mi lugar, quitándole las mantas otra vez.

—Está bien pero... ¿No me acompañarás? —me preguntó refregándose los ojos con el dorso de la mano.

—¿Te me insinúas tan temprano? —le pregunté revolviendo sus cabellos.

—Sólo pregunto —dijo acompañado de un bostezo.

—No, eres un peligro —respondí con fingida molestia—. Además si te dignaras a despertar verías que ya estoy vestido.

—Está bien ya voy —contestó levantándose en dirección al baño.

Desde mi lugar, lo vi tambalear somnoliento y una sonrisa se coló en mis labios mientras veía su cabello despeinado y su cuerpo desnudo. Cerró la puerta y segundos después escuché el sonido de la regadera. Embobado volví a mirar la cama deshecha y me dejé caer ahí mirando el techo.

MysterioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora