Capítulo 9

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Capítulo 9



Comenzaban las vacaciones escolares de invierno. Él estaba muy ansioso. Por un lado deseaba ir urgente a buscar a su hijo para pasar un tiempo juntos; por el otro, temía que Mariano la pasara mal o se aburriese o lo juzgase. Fueron con el auto a La Plata a buscarlo. Ella esperó en la casa de una conocida (no digo amiga) porque no la aceptaban en la casa de los padres de Él. Había combinado con su hijo que lo pasaría a buscar por la casa de sus padres. Estuvo muy poco tiempo, el aire se podía cortar. Mariano se despidió de sus abuelos paternos y se dirigieron a buscar a Ella. Cuando re­gresaban con Mariano hacia Nehuén Curá, de noche, a unos cuarenta kilómetros, en donde el camino se hacía sinuoso y lleno de subidas y bajadas por la presencia de lomas que precedían a las sierras, un camión que transportaba piedra y que iba excedido de carga circulando en sentido contrario, arrojó una piedra de un tamaño considerable sobre el parabri­sas, justo en el sitio del acompañante, donde iba sentada Ella. En un segundo no vieron nada más. Rápidamente mi discípulo bajó el vidrio de la ventanilla y asomó la cabeza para poder ver el camino y detener la marcha riesgosísima de por sí, dado la cantidad de tránsito que venía hacia Ellos. El parabrisas era una telaraña apretadísima que por suerte no lastimó a nadie. Mariano venía en el asiento de atrás, medio dormido y se asustó mucho por el ruido y la frenada. Todos estaban ilesos. Él los hizo bajar y con la planta de los pies empujó hacia fuera el parabrisas que se hizo añicos; luego, ayudado por una rama seca de árbol, comenzó a retirar todos los restos pequeños de los bordes. Hacía mucho frío, siete grados bajo cero, y reanu­daron la marcha dando entrada a la fría escarcha que se colaba por donde antes existía el parabrisas. Hizo que Ella y Mariano se sentaran atrás para no sentir tanto el frío, y que no les dieran en la cara, las manos y los ojos las pequeñas asti­llas de vidrio que lo lastimaban a Él. Llegaron a la casa que alquilaba Arturo, comieron algo y durmieron. Al día siguiente irían a cambiar el parabrisas y luego al campo para mostrarle a Mariano dónde vivirían.

Cuando Mariano vio el galpón les dijo que el lugar era lindo, que le gustaba, pero que era "un poco sucio" por la tierra del piso. Que a él le gustaría que durante las vacaciones la pasaran en casa de Arturo ya que aquel no estaba pues había viajado por unos días a La Plata. Así lo hicieron, a pesar que mi discípulo se sintió algo desmoralizado porque su hijo no sentía lo mismo que Él por aquel lugar que habían elegido para vivir. Estuvieron trabajando mientras Mariano paseaba por el campo y se entretenía con unos caballos que pastorea­ban en el mismo.

Volvimos a charlar. Había mucho por conversar. La visita de Mariano lo desestabilizaba en gran medida. No sabía cómo actuar. Temía que a Mariano no le agradase verlo trans­parente, entonces no era muy espontáneo que digamos. Debía dejar el pasado a un lado.

—Noto que aún nos quedan miserias, todavía. —me dijo

—¡Muchísimas! —acoté

—¡Pero son menos que antes! —se justificó, a lo que contesté

—No se sienten. No se conformen y se feliciten. ¡Hay que hacer más!

—Sí, el hecho que mi hombrecito esté acá, con no­sotros, tal vez haga que alteremos un poco el ritmo. No obs­tante, creo que le estamos transmitiendo con el ejemplo lo que sentimos, lo que somos.

—Bien. Eso es bueno. Él está viendo que es bueno ser consecuente con la idea; defenderla siempre; aún a costa de la propia vida, como una vez dijimos. El ser transparente, siempre. Eso es muy bueno. Y no son solo palabras, sino hechos. Y eso es lo que le servirá y lo que siempre recordará; lo que ve, lo que experimenta. Y notarás que el diálogo es más fluido con él, más sincero, más transparente, ¿verdad?

—Sí. —dijo no muy convencido

—Falta todavía mucho tiempo, pero comprende, y comprenderá más aún cuando sea más grande, cuando sea mayor. Comprende, sí. Hay que darle tiempo.

—Me dijo que quería hablar con vos, pero le voy a preguntar qué te diría o qué querría saber.

—En realidad, no puede hablar con nosotros los Maestros de Maestros, aún; pero, sí puede con el pensa­miento, hablar con sus guías; eso sí. Y también queremos dejarle un mensaje: "Porque se considera importante dijo algunas cosas de las que después se arrepintió mucho, y que, en todo caso, vea eso; que no es malo, sino que cada hombre debe ir dejando de lado la Importancia, que es mucha; muchí­sima. Más de lo que cualquiera supone; aún en las pequeñísi­mas cosas hay tanta Importancia. Y uno termina agotado en la defensa de la Importancia Personal. En los enojos se gasta mucha energía; enojos estúpidos que a nada llevan, ¿verdad?

—Sí...

—A nada llevan, ¡y esto es para ustedes dos! Y para todo aquel que esté dispuesto a cambiar, que no son muchos, porque es necesario mucho valor.

—Tengo una pregunta con respecto al valor.

—Sí. Te escucho.

—¿Esas energías negativas que nos prueban, son Seres Inorgánicos?

—Sí. En realidad, entre los Seres Inorgánicos, hay energías positivas y energías negativas. ¡Eso se lo dijimos! Algunos son energías negativas, sí.

—¿Y con respecto a...? ¡Yo no sé! ¡No hay casuali­dades!... Juan está leyendo un libro que habla sobre el Enso­ñar, de un antropólogo que yo supongo es uno de los siete, y que nosotros no hemos leído ni queremos hacerlo porque no queremos confundirnos, pero Juan dice que todo lo que narra es muy parecido a lo nuestro.

—Bien.

—Nos contaba que esos seres inorgánicos ponen trampas en base a las cosas que están reforzadas en cada espíritu.

—Sí.

—¿Pueden habernos puesto una trampa?

—¡Hmmm! Puede ser. ¡Es muy probable! Pero son muy sutiles. Deben cuidarse mucho, siempre. Pero no deben preocuparse por ahora. Ustedes, todavía, se podría decir que no comenzaron a Ensoñar. No deben preocuparse. Lo que es importante es que traten de Ensoñar, que empiecen. Traten de ubicar el momento en que se duermen y todo lo demás que ya saben. Eso es muy importante. Y en cuanto a la Importancia, y el Desapego, y a la Historia Personal, que van juntas, deben trabajar más. Deben exigirse mucho más de lo que ya hacen; que está bien, son aplicados y sabemos cuánto amor están poniendo en todo esto; pero hace falta más.

—¡Qué difícil que es!

—¡Pero no imposible! Y ustedes van bien; por eso les dijimos que pueden ir más despacio.

—¡Qué maravilla es todo esto! ¡Cuánto tenemos! ¡Cuánto!

—¡Todo! Todo. ¡Todo lo que el hombre no puede comprar! ¡Sí, es maravilloso! Su vida será una larga lucha. Cuídense.

Nehuén Curá - Un viaje de Ida - (Libro 3ro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora