Quien tú eres

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Ese día Horacio tuvo una noche intranquila, se despertaba a cada hora; recordaba esos labios que besó por última vez como despedida, tendría que ser la despedida, no podría volver a hacerlo, ya se había arriesgado mucho en ir a su casa con el rostro descubierto, incluso sabiendo que los de la mafia se habían quedado bebiendo en la sede.

Cuando se despertó entrada la mañana se quedó un rato en cama terminando de reflexionar. Se sentía mal consigo mismo porque había dejado que su esencia se perdiera, no podía tener sólo ráfagas de felicidad cuando él antes era todo el tiempo feliz. Tenía el trabajo que amaba, aunque fuese malditamente peligroso, tenía a Gustabo siempre a su lado, aunque a veces era cruelmente sincero, y tenía a papu, que dentro de su severidad había demostrado que se preocupaba por él. Tenía más que en su pasado, más que mucha gente, de eso estaba seguro, y más de lo que algún día se hubiese atrevido a soñar.

Es verdad que no tenía amor, eso lo había perdido, pero había disfrutado sus labios y sus caricias una vez, y eso para un amor perdido era suficiente, era un recuerdo que siempre llevaría consigo, y también era más de lo que su amor unilateral no correspondido podía conseguir, aunque esas demostraciones de afecto no hayan sido para él, pues bueno al fin y al cabo él las disfrutó. Y era mejor haber conocido el amor, a no haberlo tenido.

Ahora se concentraría en cumplir su misión para proteger a su verdadera familia que era el CNP, y no volver a perder a nadie querido, no bajo su turno, no frente sus ojos, no mientras él siguiera respirando. Volvería a ser Horacio, alegre y determinado, aunque para eso deba evitar distracciones y pedirle a papu cambiar de turno para no ver a Volkov siendo Dan, al menos por un tiempo, para evitar que se sienta incómodo... para evitar sentirse incómodos los dos.

Se paró de la cama y se dio una ducha, y al salir de esta se quedó mirando su reflejo en el espejo. Lo único que le molestaba era su cabello, tenía la cresta a un lado más larga de lo normal y en los costados también había crecido, esto porque John le pidió que se lo dejara crecer ya que quería hacerle rastas, pero no iba a dejar que esto evitara que sea Horacio, Horacio era más que una apariencia, más que un tinte o un color de uñas, más que una ropa de moda o un corte de cabello, Horacio era una forma de ver la vida.

Horacio estaba tranquilo buscando entre su ropa algo colorido que ponerse y recibió una llamada, buscó su teléfono en su mesa de noche donde lo dejó cuando llegó a casa.

─ ¿Horacio al aparato? ─ contestó sin ver quien era.

─ Hola. ─ le respondió la voz conocida.

─ Hola bebé, ¿cómo estás? ─ dijo sentándose en la cama.

─ Extrañándote.

─ Yo también te extraño...

─ Ya me contaron que ayer te divertiste.

─ Bueno, como todos los días, pero sabes que no es lo mismo sin ti bebé.

─ Lo sé, por eso he regresado.

─ ¿Si?

─ Si, hace unas horas, pero no quería despertarte, además surgió algo.

─ Umm ¿algo? ¿Cómo qué?

─ Es una sorpresa.

─ Esta bien.

─ Te mandaré a buscar.

─ Vale, ¿en dónde?

─ Anda por el muelle y te llamo, no llames la atención, y ve con cuidado, hay alerta roja.

Solo quiero ser HoracioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora