| Prefacio.

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Reserva de Beacon Hills, Beacon Hills, California, Estados Unidos

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Reserva de Beacon Hills, Beacon Hills, California, Estados Unidos.
21 de octubre de 1995.

El estridente sonido de disparos irrumpió en el aire, rompiendo el pacífico silencio en el que el bosque se encontraba sumergido al ser la mitad de la noche. Luna estaba corriendo por entre los árboles y se las arreglaba para saltar colinas, moviéndose tan rápido como podía en un intento por escapar de su inevitable final. Los cazadores iban a encontrarla y no había lugar al que pudiera correr para evitarlo.

El lodo entorpecía su carrera, sus pies deslizándose cada tanto y volviendo sus pasos pesados mientras que la lluvia pegaba su cabello rubio a su rostro. Su vista borrosa y pasos dudosos la hicieron caer, sintiendo sus rodillas golpear el suelo y protegiendo la parte superior de su cuerpo con ayuda de sus brazos.

No recordaba cómo había conseguido escapar de ellos en primer lugar hace unos días, pero sí recordaba su motivación para correr sin descanso: su bebé, su preciosa hija a la cual los cazadores matarían también si la encontraban. Aferró con fuerza sus brazos al pequeño cuerpo entre estos, mirándola con adoración. Su pequeña tenía los ojos de su padre, azules y brillante, y era tan hermosa y pequeña que no cabía en su cabeza la posibilidad de que los cazadores se atreverían a asesinarla siendo inocente y a penas una bebé de unos cuantos días, pero sabía que lo harían porque, después de todo, ella había asesinado a uno de los suyos y ellos la perseguirían hasta matarla y entonces matarían a su bebé, su hija, su mundo.

Los pasos apresurados resonaron en sus oídos, avisándole que el final estaba cada vez más cerca. Intentó levantarse y correr, pero el suelo resbaloso terminó por atraerla de nuevo. Su bebé lloró y entonces cerró los ojos, rindiéndose ante su destino.

Cuando ellos finalmente la atraparan y estuvieran por matarla, podría suplicar por la vida de su hija, rogar un poco de piedad. Su niña era un bebé todavía, no había pasado ni siquiera una semana desde su nacimiento y no merecía cargar con una condena de muerte desde tan pequeña; ella era inofensiva, inocente, débil. Sería humana hasta que la transformación sucediera y, si no heredaba sus genes licántropos, lo sería toda su vida. Ella no merecía morir, nunca su hija, jamás su bebé.

Luna soltó un sollozo lleno de dolor cuando percibió una presencia detrás de su espalda, asustada por su hija. Ella era tan pequeña y delicada, aún sin conocer el mundo. Merecía conocerlo, merecía crecer y ser una niña maravillosa, una chica fuerte y una mujer triunfadora. Tenía que vivir, debía hacerlo.

—Por favor —comenzó a rogar, temblorosa.

—Sigue corriendo —la interrumpió una voz masculina, tomándola por los hombros y ayudándola a levantarse—. Vamos, no te detengas.

Algo en su interior se sacudió cuando reconoció esa voz, sus pies nuevamente sobre el suelo. Sintió alivio de inmediato, tal vez, porque ahora veía una pequeña esperanza de que su hija sobreviviera.

Corrió tan rápido como pudo, manteniendo sus brazos sosteniendo firmemente a su pequeña para evitar que algo le pasara y sintiendo la ansiedad recorrer su cuerpo en el momento en que todo le pareció vagamente familiar. Quiso pensar que era porque había recorrido ese mismo bosque decenas de veces antes, pero había una alarma en su cabeza que le decía que algo andaba mal.

Un jadeo adolorido escapó de sus labios cuando una punta de flecha atravesó su pierna, enviándola al suelo bruscamente. El hombre a su lado también cayó, una bala dando en su muslo y otra en su brazo cuando intentó moverse. El miedo incrementó cuando escucharon pasos justo detrás de ellos y entonces miró a un costado, notando los emisores en la tierra.

Reconoció entonces que eso era lo que andaba mal, la razón por la cual la alarma de su cabeza no paraba de repetirle que algo malo sucedería; los cazadores los habían llevado a una trampa y no habían podido escapar de ella.

—Mátenlos. También al bebé —espetó uno de los cazadores, el líder quizá.

Ninguno podía verlos debido a que estaban de espaldas a ellos, tan incapaces de defenderse y correr. Mirando de reojo, pudo ver las heridas en el cuerpo del hombre sanar y, conociéndolo tan bien como lo hacía, supo que a diferencia de ella, él sí tenía la fuerza suficiente para salir corriendo y conseguir escapar.

Tomando una respiración inestable y oyendo las armas de los cazadores ser cargadas de balas, decidió actuar. Sujetó firmemente a su bebé con un solo brazo y con su mano libre tomó la muñeca del hombre, llamando su atención.

—Tómala, por favor —suplicó con los ojos llorosos, pasándole a la niña con cuidado de no ser vistos por los cazadores. Los seguros de las armas fueron retirados y tembló, anticipación recorriendo su cuerpo—. Iré detrás de ti, te lo prometo, pero no... no podré correr si la tengo conmigo. Cuídala, por favor. Es tu hija también.

Lo vio dudar, como si pudiera ver dentro de ella y supiera lo que estaba dispuesta a hacer, y sintió todo su interior estremecerse porque él era su última —y única— oportunidad.

— ¿Prometes que irás detrás de mí? —preguntó con preocupación.

Luna asintió. La mentira se sintió amarga en su boca y su corazón dolió cuando le entregó a su bebé con cuidado de que los cazadores no la vieran, pero no importaba que tan mal se sintiera porque todo terminaría pronto. Los hombres armados se acercaron y él se levantó bruscamente, sus heridas sanadas, corriendo lejos.

El líder del clan alzó la mano a sus hombres al instante, deteniendo sus intenciones de perseguirlo, curioso ante el hecho de que la chica a la que habían estado persiguiendo durante toda la noche ni siquiera se movió de su lugar, aún arrodillada en el suelo del bosque.

—Es a mí a quien quieren, ¿no? —preguntó, su voz temblando por el frío que comenzaba a calar en sus huesos y la sensación de su inminente muerte creciendo con cada segundo—. Estoy aquí ahora. Háganlo. Mátenme.

—Será un placer.

Un último estallido resonó en el bosque y entonces todo quedó en silencio, el cuerpo cayendo al suelo cuando la vida lo abandonó por completo; deteniéndose en su carrera en busca del camino lejos de los cazadores, todavía en el bosque, un lobo aulló desgarradoramente al sentir la pérdida azotarlo.

hopeless | #1 | teen wolfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora