CAPÍTULO XXVIII

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¡APETITO!

El residencial donde Betty y Amando habían comprado su nido de amor era uno de los más antiguos de Bogotá. La gente que vivía ahí, por lo general, eran los dueños originales o descendientes de éstos. Las edificaciones, por tanto, eran de puro concreto, antisísmicos, con excelentes acabados, la mayoría con techos y pisos de madera y cada una tenía un diseño diferente, tan único como el dueño lo había solicitado.

El residencial, con los años, se fue extendiendo hacia otras zonas que se pensaba, inicialmente, dejar como áreas verdes, por lo que, a sus alrededores, se fueron levantando otros edificios, centros comerciales y todo tipo de industrias que le agregaron selectividad y plusvalía a la zona, y que, finalmente, las volvieron en casas incosteables para la clase media alta que inicialmente había comprado sus viviendas ahí. En la actualidad era muy complicado adquirir una casa en esa zona, en primer lugar porque toda estaba habitada, y en segundo, porque las casas en venta eran bastante costosas y, cuando alguien decidía vender la suya, casi siempre se realizaba la venta sin demora, prefiriendo ofrecerla entre allegados o conocidos del o de los dueños.

En la entrada había una garita, donde siempre estaba un guarda de seguridad, tomando registro de quiénes entraban y hacia dónde se dirigían, así mismo, verificando que los visitantes estuvieran siendo aguardados por el o los residentes de alguno de los domicilios.

Armando había vendido finalmente su departamento de soltero en un precio justo, y todo ese dinero lo había utilizado para cancelar la deuda de la casa, que había acordado, en un inicio, pagar en tres años al banco que siempre financiaba los inmuebles de los Mendoza. Al principio estaba dudoso de venderlo o rentarlo, pero finalmente decidió que lo mejor sería venderlo, pues realmente nunca volvería a ese lugar, que justo en el presente, ya era demasiado pequeño para su familia que iba en rápido crecimiento.

Todo marchaba muy bien, el vecindario era tranquilo, a penas y se escuchaban los vehículos pasar por la avenida, y el resto era silencio absoluto.

Armando y Betty como casi no permanecían en casa, no tenían oportunidad de darse cuenta de lo que pasaba, pero doña Carmen les había comentado que en días pasados, había llegado una joven a querer saludar cordialmente.

--¿De verdad? ¡Qué amable! ¿Y usted qué le respondió, doña Carmen? –Inquirió Betty—

--Pues le dije que volviera un domingo, que ese día era el único que los podía encontrar... –Dijo doña Carmen, encogiéndose de hombros—

--Espero no lo hagan en horas de la mañana...-- Susurró Armando al oído de Betty—

Betty estuvo a punto de atorarse con la manzana que comía en ese momento por causa del comentario de Armando.

--Ya he tenido la oportunidad de saludar a la señora de enfrente, es bastante mayor, pero se ve que es muy activa. La veo que sale todas las mañanas a caminar. —Comentó Betty, después que se aclaró la garganta—

Una tarde de domingo, inesperadamente, la vecina de dos casas hacia el oeste (la que Nicolás había mencionado la otra noche que había visto haciendo "sus cositas" dentro de su carro y con el garaje abierto) se hizo presente en la casa de los Mendoza. Betty bajó de su habitación a abrir la puerta, encontrándose con un rostro extraño, pero que, en cambio, manifestaba reconocerla a ella. La mujer se presentó y Betty la relacionó con el suceso de la otra noche, así que le devolvió la sonrisa.

--Mi nombre es Gloria... ¿El suyo? –Dijo la mujer, ofreciendo su mano—

--Betty...Mi nombre es Betty—Dijo la aludida, extendiendo su mano para estrechar la de ella—

YSBLF_ El Matrimonio (Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora