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ultraviolence 1

Es el día de San Valentin y Harry tiene los dientes encajados en el labio inferior y va sosteniendo un encendedor. Sus cejas están realmente fruncidas en una mueca de concentración y termina alzándolas cuando la llama por fin se enciende y él puede prender la dichosa vela roja. La deja encima de un pequeño envase de cristal y consigue encender la de al lado que está básicamente paralela encima de la mesa.

Harry hace todo lo posible por no respirar muy fuerte y que se apaguen y se endereza apagando el encendedor para ver que la mesa ha quedado un poco más bonita de lo que pudo haber llegado a imaginar. Es tan solo la mesa del departamento que antes solía ser de Louis y ahora es de ambos, y le ha puesto este gran mantel blanco por encima y unos platos de porcelana fina que se ha encontrado en los gabinetes, y ha colocado estas preciosas velas rojas que compró en el supermercado al igual que la carne que está en el horno para que no se enfríe y se mantenga en buen estado.

Es el día de San Valentin y Harry ha estado planeando esta cena para Louis desde su propio cumpleaños, aún cuando su precioso omega le había dicho tantísimas veces que debía concentrarse en él. Harry se la pasó preguntándole cosas como si le gustan las tarjetas ya hechas o prefiere las manualidades, que si trabaja hasta tarde ese día, que si le gustaría comer mariscos o carne roja o de pollo, y Louis se ha reído en voz alta y le ha dicho que está un poco bobo al planear una cena de san Valentin cuando aún faltaban varios días.

Pero el tiempo vuela y Harry es testigo y aunque había pensado en hacer espacio en algún restaurante que estuviera de moda recordó que ellos no iba a ser los únicos celebrando la fecha y que sinceramente no le apetecía ver como los demás se amaban con manos alrededor de cuellos y colores en su piel que solo le hacen sentir nauseabundo.

Harry ha tomado la mejor decisión al quedarse en casa, y también la de enviarle una tarjeta de San Valentin a su ya no vecino y no amigo Ed, al cual quizás echa de menos un poco por las mañanas al igual que bajar las escaleras y escuchar el crujir de la madera bajo sus pasos. Si, Harry echa de menos muchas cosas diminutas, detalles minúsculos, como el hábito de leer sus propias revistas una y otra vez y de ver por la ventana como una de sus vecinas saca a pasear a su precioso perrito, el cual siempre estaba cubierto de pelo y era tan gordo que parecía básicamente una bola con patitas.

Pero, aunque él extraña todas estas cosas, la vida con Louis es mucho mejor que cualquier otra cosa, que cualquier recuerdo, y Harry aún no puede creer que tienen tres años juntos y que van a cumplir cuatro algún día cercano a diciembre y que aunque aún faltan demasiados meses los siente a la vuelta de la esquina. Él puede incluso llorar ante el conocimiento de que está realmente enamorado y que aquel sentimiento es recíproco y siempre, siempre se le retuerce el corazón en el pecho de amor a cada segundo que ve a su omega en cualquier parte de su alrededor, de su mundo.

Harry es muy feliz, incluso sonríe muchas veces al día por culpa de Louis y él nunca pierde la oportunidad para celebrar su sonrisa y pincharle los hoyuelos de la manera más dulce posible. Harry siempre termina inclinando la cara a su tacto y besándole la palma de la mano.

Los ojos del alfa viajan hacia el reloj que está colgando de la pared de la sala, es justo el que solía estar en su habitación y aunque a veces se siente extraño no tenerlo allí no es tan importante, porque se encuentra el de Louis y todo está en orden. Las agujas marcan ‪las ocho‬ ya y Harry calcula que Louis debe de estar llegando en alrededor de cinco o seis segundos.

Tuerce la boca, se apoya un poco en el espaldar de la silla y cuenta, desde el seis hasta el uno y cuando va justo por el dos el sonido de las llaves se escucha y Harry se endereza respirando profundamente. Quiere sonreír cuando las fosas nasales se le llevan del glorioso aroma de su omega y siente cómo su corazón puede sencillamente explotar.