❦Capítulo 40 •Se Te Cayó La Vida

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LUCAS:

—¡Espera!— la tomo por la mano.

Ella tira de su brazo, y masculla alguna maldición en dirección a la salida.

Camino con pasos firmes detrás de ella, —Espera...— arrastro las palabras.

Linda gira la manilla, pero tan pronto como entreabre la puerta, coloco la mano en la hoja de esta, y vuelvo a cerrarla.

—¡Déjame irme!— me exige, forzando la cerradura, incluso ayudándose de las rodillas contra el marco, pero no se lo permito. De ninguna manera puedo dejar que se vaya así, porque conociéndola va ha hacer alguna cosa para desquitarse la rabia, y prefiero evitarnos problemas.

«¿Qué es eso en su muñeca?» ladeo la cabeza, deseando que las luces estuvieran prendidas, e inclinándome a un lado, para que la claridad que sale de la puerta del baño me facilite la visibilidad.

De golpe, siento que los bronquios se me dilatan, y la respiración se me acelera. Levanto la vista sobre su cabeza, y carraspeo sin mirar a ningún lugar en específico, —¡Linda!— gruño, sobresaltándola.

Linda levanta la vista, y se me para de frente, furiosa, sin embargo se le pinta un deje de preocupación en el rostro, a causa de mi cambio repentino de tono.

Con el rabillo del ojo noto que baja la mano con que sostiene la manilla, y la pone detrás de ella, —¿Qué? ¿Me vas a acabar de decir qué quieres?

Miro al techo, siento que me descargaron una Beretta en la espalda, —¿Qué es eso?— vuelvo a bajar la vista hasta su rostro.

—¿Qué?— levanta la barbilla.

—Linda...— paso saliva, —Muéstrame tu mano.— le exijo en un tono calmado, pero con la cabeza caliente.

—No, ¿por qué?

—Solo hazlo.

Ella mueve los pies, indecisa, luego abre sus manos, con el dorsal de frente a mis ojos.

Pese a que aún deseo equivocarme, mi mente va kilómetros frente a mí. Le sostengo la mirada, tomo su mano izquierda, y lentamente le doy la vuelta. Casi puedo tocar la desesperación que emanan sus ojos, y eso me enfurece.

Me limpio los pulmones, y sin darle vueltas al asunto, bajo la vista a su muñeca. La palma de su mano tiene algunas cicatrices poco visibles, y su muñeca... su muñeca... respiro, el mundo me aplasta los hombros.

Siento como por primera vez en toda mi maldita vida las piernas se me aflojan, y no me explico cómo, me dejo caer de rodillas, sin palabras para expresar la furia tan jodida que me vuelve incompetente.

Linda intenta desprenderse de mi agarre, pero la sostengo firme, abrumado a causa de la indefendible cicatriz frente a mí.

—¡Lucas, suéltame!

"Los hombres no lloran," "eres débil como tu madre," "tu madre se suicidó por tu culpa," "dispara Lucas, los traidores merecen la muerte," "no llores," "no llores Lucas, dispara." Las palabras de Thiago resucitan en mi mente, y los recuerdos del auto alejándose del lago donde se estaba ahogando Linda, también deciden reaparecer. El miedo a que Henry no quisiera ser más mi padre, por decepcionarlo después que le prometí que cuidaría a Linda.

Exclusivamente Tuya ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora