❦Capítulo 7 •Sí, Señor Gómez

4.1K 215 157
                                    


No tengo reloj, pero estoy segura de que ya pasó más de una hora desde que Lucas salió de la habitación.

Estoy en la cama, boca arriba, mirando al techo con las manos cruzadas en el pecho, convencida de que estoy cometiendo un error poniendo mi orgullo por encima de mi realidad, mas me enfurece obedecer a Lucas, todo mi ser se niega a seguir sus órdenes como si fuera mi dueño.

Suspiro sintiendo como los ojos me arden por la impotencia.

Mi tía me necesita, al menos tengo que encontrar la manera de llamar al hospital y saber de ella. En lugar de no bañarme solo para irle a la contraria al cavernícola desalmado de los tatuajes, debería estar pensando en soluciones.

Me molesta la picazón que tengo en todo el cuerpo y la cabeza. Involuntariamente hago una mueca cuando me volteo y olfateo un mechón de pelo que me cae en la cara, no sé qué había en ese maletero, pero realmente apesto como si llevara un mes sin bañarme.

Suspiro nuevamente y me levanto.

Camino por la habitación, observando todo a mi alrededor. El dormitorio es grande y lujoso sin la necesidad de ni tan siquiera un solo adorno que lo lleve a lo ostentoso, con las paredes y el techo en gris. La cama toda negra hace juego con el sofá frente a esta y con el suelo de mármol resplandeciente.

Corro una puerta de hoja doble de madera oscura, y me encuentro con un enorme closet lleno de ropa y zapatos de hombre, cuidadosamente organizados.

Pero lo que más llama mi atención es un enorme retrato colgado en una de las paredes.

«¿Los tatuajes cuentan como ropa si te cubren casi todo el cuerpo?» siento como todo el rostro se me enciende en llamas por la vergüenza de conocer en persona al hombre del inmodesto retrato.

«Bueno... es obvio que este es el closet de Lucas.» me palpo las mejillas con el dorsal de la mano y suelto el aire nerviosa.

Estoy metida en el mismísimo corazón de la cueva del león, y después de ver el peligro de sus garras, no me cabe la menor duda de que solo está jugando con su comida.

Trato de encontrar algo que ponerme, quizás aún tenga esperanzas de huir, pero todo lo que veo es ropa de hombre, y no puedo parar de mirar el enorme e intimidante cuadro.

Abro una gaveta que esta llena de corbatas y la cierro para abrir otra, así, hasta que encuentro una con camisas, me decido por una negra de algodón, y sigo mi búsqueda hasta encontrar un pantalón de chándal gris claro.

Después de media hora, salgo de la ducha, me seco, me desenredo el cabello y me visto con lo que traje, que me queda enorme.

Estoy hecha un manojo de nervios, mientras me bañaba me imaginé millones de escenarios y de formas para convencer a Lucas de que me deje llamar a mi tía, pero mi mente está tan atolondrada que ya no recuerdo nada de lo que planeé.

Me paro frente al espejo y tomo un mechón de pelo, me lo llevo a mi nariz y siento el aroma de su shampoo. Seguidamente hago lo mismo con su camisa e inhalo profundamente. El olor a él está impregnado en todo mi cuerpo, distrayéndome como si fuera una droga desconocida para mis sentidos.

Me miro en el espejo y comienzo a dudar de mi carrera... «¿De verdad quiero ser psicóloga? ¿Cómo voy a aliviar los trastornos mentales de alguien cuando ni yo soy capaz de mantenerme equilibrada en una situación de vida o muerte» estoy tan aturdida que no puedo razonar, estoy entretenida con tonterías para evadir el hecho de que estoy secuestrada por un tipo que acabó de matar sin titubear a otro hombre frente a mis propios ojos.

Exclusivamente Tuya ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora