❦Capítulo 18 •Me Olvidaste...

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Me quito el casco tan pronto como la moto se detiene, las manos me tiemblan por la velocidad, y por encima de eso, tampoco entiendo qué hacemos en este lugar. A través del diluvio y las luces de los relámpagos, diviso el edificio donde nos vimos por primera vez, que por ironía de la vida también estaba lloviendo. Lucas se baja y yo lo imito, parándome a su lado.

—¿Por qué lo defendiste?— me dirige la palabra por primera vez desde que salimos, —No te entiendo, Linda, besó a tu mejor amiga cuando eran novios, lo perdonaste. Ahora te trata de besar a la fuerza, y lo proteges.

—Porque es mi amigo, cuando lo he necesitado a estado para mí. Tú has hecho peores cosas y mírame aquí.

Asiente, mordiéndose el labio inferior con saña, —Como quieras, sigue con tu alma samaritana, perdonando hasta a Lucifer si quieres, pero si te vuelve a poner un dedo enzima se lo corto, y te juro que la próxima vez ni tú ni nadie me va a impedir que lo lleve a conocer a sus ancestros.— me agarra de la mano y se dispone a cruzar la calle, en dirección al edificio.

—¡Lucas! Espera!— lo detengo, soltándome, —¿A dónde crees que vamos?

—A terminar lo que dejamos a medias.

Siento que el corazón me deja de palpitar. «¿Se refiere a la noche que lo conocí? ¿Voy a estar a solas con él de nuevo?» recuerdos de la noche anterior comienzan a pasar por mi mente, y sacudo la cabeza para alejarlos, —¿Lucas, tú quieres que Henry nos mate?, ¿dónde está él ahora?— le pregunto aterrada.

—Hablamos dentro, tenemos que cambiarnos de ropa y esperar a que escampe.

Niego renuente con la cabeza. Teníamos un auto, si no hubiera mandado a los guardaespaldas a que se fueran no nos hubiéramos mojado, pero él me toma el rostro entre las manos y me acerca al suyo. Su respiración y olor a lluvia me idiotizan por completo, y detesto eso.

—No te preocupes, chiquita, Henry está ocupado,— tuerce una sonrisa para tranquilizarme.

Pero lo que me hipnotiza es el "chiquita," con estrellitas, angelitos, y corazones alrededor.

Me besa, —No nos va a descubrir.— me vuelve a halar en dirección al edificio.

Cuando nos abren las puertas oscuras de cristal de la primera planta, todos los empleados saludan a Lucas, casi con reverencia. Él les devuelve el saludo, y pide que no lo molesten, llevándome casi a la carrera al ascensor.

—¿Por qué te tratan como si el edificio entero fuera tuyo?— bromeo, observando cómo las puertas se cierran frente a nosotros.

—Y tuyo,— me contesta, completamente serio, —¿Todavía crees que viniste aquí por coincidencia? ¿O que te fuiste de narices contra mi al azar?— se apoya a la baranda del elevador, sin cortar el contacto visual, —Tú eres hija de un Don de la mafia, Linda, nunca has dado un paso sin que antes no lo haya dado yo por ti.

Miro al suelo, y pensativa paso la suela del zapato por la gran L.G. dibujada en dorado, —¿Por qué tú? Cualquier otro se podía encargar de mi seguridad. ¿Quién se encarga de la tuya?

—Yo me sé cuidar solo.

—Te hice dos preguntas,— recalco, mirando las iniciales, todo este tiempo ha estado en mis narices y nunca me di cuenta de la más mínima cosa, ni del más mínimo detalle.

—Hice una promesa.

—¿A mi?— levanto la vista, curiosa.

—Antes del incidente en el lago, ya habían planes de enviarte lejos, tú no querías, y te prometí que fueras a donde fueras nunca ibas a estar sola.

Exclusivamente Tuya ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora