❦Capítulo 2 •Esta Noche Me Perteneces

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Lucas:

Conduce.— le ordeno a mi guardaespaldas.

—¿Está seguro, señor?

La pregunta me fastidia, porque tiene razón en dudar, no sé lo que estoy haciendo. Recuesto la cabeza a la piel del asiento. Cierro los ojos y los puños para controlar la ira que me está quemando entre pecho y espalda. Volé nueve horas para estar aquí. No puedo irme, pero tampoco puedo volver ahí dentro con ella. Me conozco lo suficiente como para saber que lo voy a mandar todo a la basura, la paciencia no es mi mayor virtud.

El teléfono me vibra en el bolsillo. Levanto la llamada a regañadientes cuando hallo que se trata de mi padre, porque sé que no me está llamando para saber cómo estoy, si no como mi jefe, uno que ha de estar furioso.

—¿Pasó algo de lo que deba enterarme? ¿O acaso desde que le dicen El Huracán De La Mafia se cree que se manda solo?— pregunta lo último con sarcasmo.

—Todo está bajo control,— miento, —Volví a Miami para zanjar el problema de María. Luego me vuelvo a Brasil.

Todo está patas arriba, pero decírselo sería admitir que cometió un error al confiar en mi, no sólo no sé cómo sacarla de ahí sin levantar sospechas en ella, si no que provoqué un encuentro enteramente innecesario entre ambos.

—¿Estás seguro? Porque acaba de llamarme Carine. Mañana tenías una cita con su contacto, y los dejaste plantados. ¿Sabes todo el dinero que vamos a perder si toman tu desplante como una ofensa? Si la Mafia Anónima nos quita esos almacenes, vamos a perder terreno, y lo sabes. Una vez que sean de ellos, tenemos que cumplir con nuestro pacto y dejarles el camino libre... ¡Carajos, Lucas!— exclama sobresaltado. —Cualquier pendejo podía ir al hospital. ¿En qué musarañas estabas pensando?

—Tienes razón.— admito, presionando el puño contra el techo del auto. —Manda a Marcos, o a cualquiera que tengas a mano, todavía hay tiempo hasta mañana.

Nadie es más consciente que yo de los riesgos que conlleva haberme ido, «¿Pero qué hacía?» tampoco puedo revelarle que una niñata se me está saliendo de las manos.

—Mira, pendejo caribarbie, yo me paso por el orto...— cuelgo antes de que termine la frase.

En este momento solo tengo cabeza para una cosa. «Señorita de compañía.» me río para mis adentros. Me basta pensar lo que eso realmente conlleva, como para que la mandíbula me duela. Siento impotencia, rabia conmigo mismo.

—Acompáñame.— le ordeno a Ricky, saliendo del auto y tirando la puerta detrás de mí.

Me importa una mierda que La Mafia Anónima, La Italiana, La Coreana, o el gobierno se quede con lo que llevo trabajando hace más de dos meses, ahora mismo tengo rabia en contra de ella, por ser tan pésima tomando decisiones, por ser tan vulnerable, tan obstinada, impulsiva, inmadura, «¿En qué momento pensó que esta era la solución a sus problemas?» bufo caliente. «¿Venderse, en serio?»

Cuando ambas puertas del ascensor se abren, volvemos a adentrarnos en el club, esta vez me voy directo a la sala oscura, desde donde se puede ver cada rincón con claridad. —¡Lárguense!— me remito a los dos guardias de seguridad.

—Entendido.— acatan mi orden, pasando de prisa por el lado de mi guardaespaldas, que cierra la puerta detrás suyo, dejándome a solas.

Exclusivamente Tuya ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora