¡Aquí si hay CURVAS!

𝑼𝒏𝒂 𝒔𝒆𝒍𝒗𝒂 𝒈𝒖𝒂𝒓𝒅𝒂 𝒎𝒖𝒄𝒉𝒐𝒔 𝑺𝑬𝑪𝑹𝑬𝑻𝑶𝑺

El Amazonas, conocido como el "Pulmón del Planeta" por sus más de siete millones de Kilómetros de selva. Un lugar considerado como una de las siete Maravillas del mundo en 2011, cuya selva se desarrolla alrededor del famoso río Amazonas, el río más largo y caudaloso del planeta. Una tierra llena de biodiversidad abundante, misterios y sobre todo paisajes fantásticos.

El cabeza de una de las últimas familias Alangací de Ecuador tomó esta tierra como hogar, donde fundó un Santuario para animales y preservar este lugar tan maravilloso. Corría el año de 1951 cuando el hombre paseaba de niño por estas praderas, su nombre era Alberto Alangací y más tarde sería recordado como uno de los biólogos más importantes que ha parido Ecuador. Esa tarde estaba con su perro Saturno leyendo un libro a la orilla del río Amazonas, su padre supo de inmediato que su hijo tenía una conexión especial con este lugar por lo que siempre lo traía para verlo disfrutar y dibujar los paisajes.

La vida de Alberto cambiaría para siempre en el momento que se dio la vuelta y se encontró cara a cara con un Jaguar, el felino más grande de América. El perro gruñía con recelo a la par que su dueño retrocedía con el más mínimo cuidado de no hacer sentir amenazado al animal.

-¡Corre Saturno!- Gritó para comenzar a correr con mucha rapidez pero se olvidaba que era un jaguar, un felino que podía alcanzar hasta 50 Km/h, rápidamente se abalanzó sobre el chico de 10 años que dejó escapar un alarido de dolor al sentir las garras del animal tajearle la espalda. Su perro trató de defenderlo pero el jaguar lo mordió con fuerza en el estómago haciéndolo caer moribundo en el frío suelo. -¡Ayuda por favor!- Gritaba con lágrimas en los ojos pero era una selva ¿Quién te iba a escuchar? Nadie, al menos eso creyó Alberto.

-No deberías tratar así a los humanos que no son amenazas- Una voz masculina lo hizo voltear, fue allí donde sintió que todas las historias que su abuelo le contaba sobre seres del bosque cobraban sentido. ¿Un hombre? No sabía explicar a ciencia cierta qué era lo que pasaba a su lado sonriéndole con amabilidad, pero de algo podía estar seguro, no era humano.

El ser caminaba tranquilamente hacia el felino que al verlo instintivamente se puso como un gatito manso, las grandes manos del hombre lo acariciaron para luego decirle algo que Alberto no entendió. El animal se fue corriendo tranquilamente y miró como ahora Saturno reposaba en los brazos de aquel.

-Vamos pequeño amigo, despierta- Una luz rodeó al can para luego desaparecer dejándolo totalmente restaurado –Disculpa por el ataque, últimamente los cazadores están frecuentando la zona demasiado-

Aquel humanoide poseía una belleza descomunal casi ultraterrena, unos ojos rasgados tan dorados como el mismo sol que iban adornados de dos preciosas cejas negras bien delineadas, como si se las hubiesen arreglado junto a una nariz tan recta que sin duda alguna estaba hecha con escuadra. Los ojos de Alberto no podían dejarlo de ver, su cabello tan lacio y negro le caía en la espalda como la noche, sus orejas eran puntiagudas como las de un elfo del mundo de Tolkien, iba adornado en su cuerpo de muchas cadenas doradas como si fuese un rey o algo así. Vestido no iba, solo un pequeño taparrabos marrón lo alcanzaba a cubrir.

-¿Quién es usted?- El niño logró sentarse con la ayuda del ser.

-Mi nombre es Ikal Tanok- Nuevamente la luz apareció en su espalda para sanarla completamente –No deberías estar solo en el bosque porque puedes ser atacado nuevamente-

-Usted... no es humano- Se levantó algo asustado pero a su edad la curiosidad podía más.

-En efecto no lo soy pequeño, pero descuida que no soy malo ni tampoco quiero hacerte daño a menos que sean cazadores- Su expresión cambió a una muy malvada, después de todo odiaba a estos últimos.