Capítulo 1

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EL COSTO DE UNA INFIDELIDAD

by

Lady Graham

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¿Qué ser, aburrido del mismo ritmo de vida, quiere darle un ligero desvío, cayendo pesada y totalmente en la tentación y arriesgándolo todo?

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Nuestra protagonista aceptaba que, al conocer a su esposo, varios años se llevaban. Él contaba con 45 años de edad; mientras que ella apenas había cumplido 25.

Por supuesto, que en aquel tiempo, ¡a nadie! le hubo importado esa diferencia de edades; y a ellos ¡mucho menos que a ninguno! porque, en cuestiones de sexo, la que siempre salía ganando era ella, al tener él más qué experiencia.

Con esa, vivieron practicándola muchos años, hasta que, ciertos problemas comenzaron a presentarse.

¿De amor? ¡Para nada! Porque él la amaba más que a su propia vida. ¿Monetarias? Tampoco, porque a manos llenas se lo daba. ¿Lujos? En una enorme mansión se reflejaban. ¿Viajes? El mapamundi de una biblioteca carecía de espacio para colocar una banderilla de visitado. ¿Guardarropa? Era una exageración, pero la mujer poseía dos armarios del tamaño de dos recámaras masters repletas de abrigos, vestidos, zapatos, y bolsos de todas marcas. Con respecto a las joyas...

Ella, conforme miraba fijamente tras el ventanal de su alcoba hacia la oscura calle, giraba su argolla matrimonial y el último anillo de diamantes que él le diera como regalo de cumpleaños pasado.

Porque otro estaba en la puerta, su amiga de toda la vida la había invitado a ir a visitar el nuevo antro que se había abierto en la ciudad.

Al principio, la protagonista se mantenía negativa tras negativa, hasta que, cansada de tanta insistencia hubo aceptado ir. Además, su esposo también la había instado. Los negocios, de un tiempo acá, lo tenían tan abrumado que, lamentaba no prestarle más atención.

Por eso, vestida para la ocasión, la invitada aguardaba a ser informada de una llegada.

Al arribo de ese momento, la mujer, —una muy bella de 45 años—, suspiró hondamente, pero lo hizo con cierto tono de resignación.

El bolso que yacía sobre su lecho acompañado de un abrigo, ella pasó a tomarlos al emprender sus pasos hacia la puerta de salida.

Al abrirla se topó con su esposo, el que la animaba a pasarla bien.

— No olvides tomarte el medicamento — ella aconsejó mientras arreglaba la solapa del traje masculino.

— No te preocupes por mí — él tomó las manos femeninas para besar sus tersos dorsos y decir: — Estaré bien.

— Cualquier cosa...

— Vida — el hombre sonó un tanto cansado, — ve y diviértete, querida.

— Cómo me hubiera gustado...

— ¿Que fuera contigo? Amor —, él se acercó a besar una frente, — mis años me estorbarían para bailar.

— No es cierto. Todavía eres excelente en todo.

— Gracias, yo también te amo. Pero ya, anda — atrevido, la nalgueó. — Tu amiga ya estará impaciente.

— Estaré en casa temprano.

— ¿Bromeas? Esta noche es tu noche; y prohíbo que dejes de disfrutarla.

— Está bien, señor, como usted ordene.

Acostumbrada, la protagonista se acercó a darle un beso a su marido, que a sus 65 años todavía gozaba de un esbelto buen ver, y besaba ¡tan bien! que la esposa se encendía con rapidez y...

— Me gustaría quedarme contigo — dijo ella con sensualidad y abrazándolo; en cambio, él...

— No — contestó alejándola, — no funcionará. Lo siento.

— Amor...

— Vete, por favor — indicó él, así como un camino a seguir.

Resollando con pesar, la forzada obedeció, marchándose de ahí, con paso lento.

Afuera, pero en el interior de su auto, su antaña amistad la esperaba. Y desde que la viera aparecer pudo notar su gesto molesto.

— Te aseguro que la pasaremos bien — dijo la amiga, mientras tanto la otra, conforme tomaba su asiento copiloto, respondía:

— No es eso, sólo que... no me gusta dejarlo solo.

— No le pasará nada, mujer. Tu esposo ya es un hombre bastante grandecito. Sabrá cuidarse. Además, el que te diviertas por tu cuenta, lo hace sentir mucho mejor.

— No estoy muy segura.

— Yo sí de que disfrutarás esta noche. ¡Mira lo que contiene el antro nuevo!

La invitadora entregó unos folletos.

Nuestra protagonista los tomó para verlos, diciendo de su atractivo contenido:

— ¡¿No pensarás...?!

— Nadie sabe — comentó una pícara amiga.

— ¡Oye, no!

— Relájate, histérica. Ellos no llegan lejos si tú se los pides. Aunque claro, yo no tengo intenciones de ponerles un alto

— ¿Te atreverías?

— Y tú también; porque entre tú y yo... tú eres quien más lo necesita. ¿O niégalo?

— Bien sabes cuánto amo a mi esposo.

— ¿Y eso qué tiene que ver?

— Le debo respeto.

— Oh sí. Pero te recuerdo que él te debe más; y con lujos y con dinero y todo lo que te ofrece a manos llenas, no es suficiente para tenerte satisfecha.

— Tuvimos buenos tiempos. Es normal que éste...

— Sí, haya hecho mella en él; pero tú lo necesitas, y más en esta etapa de tu vida, en la cual no pensaste al casarte con un hombre veinte años mayor que tú. Pero bueno, solo te mostré lo que una sección del antro contiene. No lo quieres visitar, no lo haremos, Mrs. Recatada. ¡Ay me chocas en serio! — expresó la amiga, poniendo en marcha su vehículo y dispuesta a llevarlas al sitio indicado.

El costo de una infidelidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora