Capítulo 5

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Reconocerla; ¿acaso Terry no lo había hecho? A primera de cuentas... ¡no!; y es que...

La noche anterior debido a la inauguración del negocio del que había pasado a ser socio, —gracias a la ayuda económica de su tío frente a esa oportunidad de hacer dinero más fácil y rápido y así devolverlo pronto—, el dichoso sobrino se dedicó a supervisar cada espacio visitado.

La sala privada donde la viera, apenas contaba con la presencia de 25 personas, suficiente para que ella pasara percibida por todos los varones, incluido él que, —una vez iniciado el espectáculo—, fuera a sentarse en un retirado reservado, así como ella al estar buscando alejarse y cayera en el mismo sillón.

Habiendo sido su espectador y después vecino de asiento, le dio la oportunidad de entablar conversación con ella que poseía una voz acorde a su cuerpo, es decir, mucho muy sexy.

Por un movimiento de ella, él la sabía casada ¿con quién? Terry no se enteraría, sino luego de fraguar un plan, hacerla caer en la trampa de la tentación y poseerla, quizá por el hecho, bueno, dos de ellos que eran, el primero: presumirle al marido, algo que hiere el ego de otro hombre; y dos: su desinterés por el sexo que, en ese tipo de establecimientos, era lo principal en ir a buscarse.

Por ende, sabiendo el varón que él también poseía sus encantos, con ellos la atraería haciéndola cambiar de parecer, es decir, ni su marido era "tan especial", y el sexo le era una necesidad.

Descubierta en su totalidad, —ya que ella así se hubo entregado—, el propósito de él fue no defraudarla; sin embargo, al culminar su lujurioso encuentro, ella, —no habiendo ocultado sus estallidos de placer— fue presa rápida del cansancio.

Al verla sumamente rendida después de haberlo estado ante él, precisamente Terry, —recostado a su lado—, se dedicó a mirarla. Debido a su inconciencia, le acarició finamente la cabellera, la espalda y un brazo. Al final de éste, pues estaba la mano; y entre sus dedos... los anillos, los cuales, con delicadeza quitó.

Mirándolos, Terry, con arrogante cinismo, sonrió diciendo quedamente:

— Veamos a qué pastel le quité tan delicioso pedazo.

La argolla de matrimonio podía decírselo; no obstante, había una leyenda que decía: "En tu corazón es mejor estar grabado".

Considerándolo de lo más cursi, el hombre se concentró en el anillo de diamantes, que igualmente, tenía un grabado: "Para mi amor Candy"

— Candy — Terry repitió mirando la joya y sus miles de destellos conforme la jugaba.

De repente, el tomador de lo ajeno se enderezaba para decir ciertamente alarmado:

— ¡Candy! ¡No eres la Candy de Andréu Greenham, ¿verdad?!

Al cuestionarlo, él la miraba a ella; y que para corroborarlo, solo era cuestión de despertarla y preguntárselo directamente. Pero no; no podía hacer eso, mejor buscaría entre sus pertenencias, las cuales yacían en el reservado que Candy siempre ocupara.

Seguidamente de vestirse a toda prisa, así de acelerado, Terry fue por ello, y efectivamente, la mujer que yacía en la cama y con la cual minutos antes retozara de lo más rico, ¡era su pariente! y nada menos que la esposa del hombre que aceptaba recibirlo en pocas horas en su casa.

Esas transcurridas y ya de frente a ella, justamente ella conforme seguía sosteniendo su mirada seria en él, su mente regresó rápidamente al pasado y... sí, ahí lo vio: cuando ella y Andréu se unían en matrimonio. Su hermana había sido invitada, y ella, —la cuñada—, se había presentado con su hijo, el cual también había llevado a su novia. Pero como en aquel entonces, él se había visto muy interesado en su pareja, y Candy, por supuesto, lo estaba de la suya, por lo tanto, no, jamás de lo jamases se hubiese imaginado que el día que ella cometiera adulterio lo hiciera nada menos que con el sobrino de su amado esposo que en breve había explicado:

El costo de una infidelidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora