Capítulo 24

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Con la inesperada irrupción del teléfono en la habitación contigua, en la puerta que los conectaba, un callado Andréu fijó su mirada. Él yacía sentado sobre su lecho; y su corazón, a pesar de temblarle fuertemente, la esperaba aparecer al ser enterado por Carl que Candy ya estaba en casa.

No obstante, la señora Greenham se había alejado de la puerta para ir a tomar su teléfono, y dejar a éste sonar.

Anita estaba del otro lado de la línea. Por medio de su prima Sandra, se había enterado del sucio plan de los Borisov y quería saber: ¿cómo estaba su amiga con la noticia?

Bueno, con la reciente, Candy, sosteniendo fuertemente su móvil en la mano y con la cabeza gacha, apretaba los ojos y hacía grandes esfuerzos por no llorar ni tampoco pensar, mucho menos en que su marido, amándola como lo hacía, estaba buscando la manera, y también un derecho, de acabar con su vida para que ella siguiera la suya y la viviera sin obstáculos y feliz. ¿Algo que ella iba a permitir? ¡Absolutamente no! y con Carl lo hablaría.

En ese momento no era apropiado hacerlo. Lo que sí, sería dejar, —poco a poco—, sus sentires a un lado para no descubrirse e ir finalmente a saludarlo.

— ¡Buenos días! — hubo sonado su cantarina voz al haberse anunciado previamente con unos golpecitos a la puerta a modo de permiso que no era necesario pedirlo cuando de ella se trataba.

¡Y cielos! Cómo iba a echarla de menos el señor Greenham que también sonreía y estiraba los brazos a quien rápidamente iba a su lado, para darle amorosamente un beso en la mejilla, preguntar por su estado y si había desayunado.

— Lo hice, claro. Terry me acompañó.

— Qué bueno.

Candy, habiéndose sentado a un costado del convaleciente, conforme sostenían sus manos, las miradas de ambos se encontraron, tratando de ver él algo en los iris de ella que, exitosamente, no dejaba ver para no consternarlo más; no obstante...

— Bueno, los voy a dejar. Iré a almorzar.

— ¿Vendrás después? — preguntó Andréu; y Candy aseveraba:

— ¡Por supuesto! Solo atiendo un... favor que me ha pedido tu sobrino.

— ¡Oh sí! Algo me comentó.

— Qué bien. Entonces, me retiro —, Candy se puso de pie, habiendo antes besado unos dorsos que posteriormente acomodaría con cuidado en un abdomen. — Carl — se giraron al médico para pedirle: — te lo encargo.

— Por supuesto, Candy.

Porque ella se aproximaba al doctor, él le ofrecía su mano que la mujer sostendría para obsequiarse entre ellos un beso en la mejilla.

Decirle que estaba interesada en hablar con el amigo, Candy no pudo, por saber que su esposo estaba atento en sus personas. Así que, con un ligero apretón de manos, ella se despedía y liberaba lo que sostenía.

Callados, los dos varones la miraron ir en busca de una puerta y salir por ella.

Para asegurarse de que estaban a solas, el doctor se acercó a la puerta para mirar por el pasillo. Así hecho, en lo que cerraba, inquiría a su paciente:

— ¿Crees que nos escuchó?

— Carl, se trata de mi esposa — comentó el experto conocedor de ella; y quien no tenía tan afinado ese "don", indagaba:

— ¿Eso es un sí?

— No pude captarlo en sus ojos, pero... no dudo que lo haya hecho. Así que, tendrás que escabullirte para salir de aquí y así mantenerte, porque... puede abordarte y preguntar hasta sacarte todo.

El costo de una infidelidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora