Capítulo 3

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Durante la primera hora, la transcurrirían entre bebidas, botanas y un plato fuerte.

Pero de éste, irían a la mitad cuando el lugar se inundó de música muy sensual. Las luces se tornaron más tenues, y de pronto, con el estruendo de una gruesa y pesada masa de hielo frio, aparecía un hombre guapo portando dos simples prendas de vestir: el corbatín y sus ajustados bóxeres; y que fungía como el presentador, lo que le permitía invitar a la festejada a subir a la plataforma con él.

Ya estando a su lado, segundos después, decía:

— A último momento me informan que son dos. ¿Dónde está la otra?

— ¡Acá! — gritó Anita, y un reflector siguió su dirección.

— Hermosa la dama — complementó el buen mozo, y que seductor sonaba al decir: — ¿Puede hacerme el honor de unírsenos?

La excusa de Candy era perfecta: estaba comiendo. No obstante; otro hombre, igual de bien parecido y con la misma vestimenta, venía a su encuentro para ofrecerle ayuda y escoltarla hacia el centro.

Candy no se mostró antipática y lo acompañó, pero pidiendo se dejara en una mesa más cercana.

El acompañante fue el primero en ceder ante su petición; y previo a soltarla, le besó el dorso de su mano y le guiñó coquetamente un ojo.

Obviamente, el varón pudo darse cuenta de la belleza de la mujer y, en su mente, maquinaba darle un buen espectáculo que, lógico, incluía el recibir una buena propina.

Pues bueno, con una sola mujer sentada en el ruedo, se daría el primer show, que como ingrediente principal, contendría, —al son de la música sensual—, toneladas de erotismo, suficiente para despertar las más bajas pasiones de las observadoras, que por supuesto, no perderían la oportunidad de tocar y ver el tamaño de un contenido oculto.

Presumiendo lo sentido y visto, la festejada, ya entrada en calores, invitó a su exótico bailarín ir adonde las demás damas para que también se deleitarán.

Porque ella en casa tenía lo suyo, Candy fingió ir en busca del baño que, en sí, fue otro lugar solitario.

Ahí se sentó para seguir disfrutando del siguiente evento realizado por tres, entre ellos: una mujer.

— Esto es un ejemplo de que no todas las mujeres son iguales, pero... no niego que me ha sorprendido la manera de rechazar los encantos de esos hombres.

— Será porque en casa tengo uno; y estos niños no tienen algo diferente a él — dijo Candy, y se giró a mirar al osado que le había dicho aquello muy cercanamente y se interesaba en saber:

— ¿Casada?

La respuesta de ella fue mostrar su mano izquierda.

— Y si lo eres, ¿puedo saber qué haces aquí? — él indagó.

— Solo mirando... como tú.

— ¡Por supuesto! Mis 47 años solo eso me permiten.

— ¿Tan viejo te sientes?

— Para hacer el split que aquel camarada — apuntaron hacia el poste que se sostenía— ¡ya lo creo! Así como los calambres que me engarrotarían completo.

Ante la puntada a unas propias costillas, Candy no pudo contener carcajearse, no solo al imaginárselo, sino porque el hombre había imitado una contorsión.

— Siendo seria te hace bella, pero riéndote... ¡enloqueces a cualquiera!

— Exageras un poco — dijo la mujer disminuyendo sus risas y sosteniendo la brillosa mirada de quien la viera desde una entrada y en el momento en que era llevada a la mesa para darle el show que efectivamente rechazó.

El costo de una infidelidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora