Capítulo 28: Final Candy

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Noa y Bimba estaban de cumpleaños. Y debido a diversos estudios realizados donde hacen variar, con sus conversiones, la verdadera edad de un perro, diremos que, ellas por ya no correr, con el mismo interés, detrás de su juguete favorito o de una pelota, eran mayores.

Por esa razón, las dos pequeñas humanidades de tres años ambas y de leve diferencia en sus fechas de nacimiento, disfrutaban tumbarse encima de ellas y, como ellas, rodar por el colindante césped, no importando que las bonitas ropas del par de chiquillos se ensuciaran, y que así aparecieran a la hora de la foto y la partida del pastel que, por supuesto, había sido creado especialmente para las festejadas.

Para los invitados, sí, otra rica tarta con las figuras de Noa y Bimba en el centro; y que al menos, algunos mayores, sentados alrededor de una mesa instalada en un pedazo de jardín, degustarían.

Pero nunca faltaba la ocurrencia de un diminuto ser que, habiendo visto el gusto con que aquellas comían, de puntitas, miraba al especial pastel de las mascotas. Consiguientemente, estiraba su dedo para probarlo también. Por ende, desde cierto lugar, se le ordenaba:

— Aiken, no vayas a meter el dedo ahí.

— ¿Por qué, papá? — cuestionó el niño; y el mayor respondía:

— Porque estoy seguro no te gustará si lo pruebas, hijo.

— Sí, Aiken, escucha a papá. Te lo dice por experiencia — dijo una sonriente madre que se acercaba al timado padre que un año previo lo probara.

— Para no decir que tú fuiste la traviesa quien me lo diera.

— ¿Estás seguro? — inquirió una melosa mujer acercándose a los labios de quien la miraba serio.

— Tramposa — etiquetó él sí aceptando en el beso y recordando que con mentiras lo había hecho hacer eso.

Envueltos en su caricia, una manita golpeó el muslo del hombre. Era turno de lo que era una nena que, al interrumpirlos, pedía:

— Papá, quiero leche.

— ¿Y por qué me la pides a mí, Andrea?

— ¿Será porque sabe que fuiste tú el que pidió hijos? — hubo sido el comentario burlón de la madre; y el padre, en tono, quejoso diría:

— Pero yo solo te pedí uno.

— Sin embargo, adoras a los dos.

Y porque sí, Terry dejó su asiento para ir por la petición de su hija, la cual, al verlo de pie, dejó caer al césped el plato que sostenía en la otra mano para extenderle los brazos y que la llevara con él, el que daría un beso en la mejilla que la chiquilla, —por abrazarlo por el cuello—, justo en la boca la hubo puesto.

Pero Andrea no sería la única en ser cargada, sino Aiken que, al verlos partir, corrió a ellos para solicitar lo mismo: ir en los brazos de papá, aunque él no fuera por la leche.

Así, a los tres Candy se les quedó mirando, mientras que su mente la puso a retroceder en el tiempo...

Con la llegada de Anita, pero sobre todo con la noticia de haber conseguido lo único milagrosamente vivo que quedaba de su marido, —sus espermas—, al estar las dos en el despacho, Candy dio rienda suelta a su amargo llanto con su amiga.

Ésta, de momentos, la consolaba al decirle que, la muerte de Andréu, ese día o después, iba a suceder. Más, en otros, Anita se ponía a llorar con ella al escucharla recriminarse con dureza debido a sus faltas, ya que si ella ahí hubiese estado... él...

— No merecía morir así — comentó una dolida Candy, que al segundo siguiente amenazaba: — Pero te juro, Ana, que Rúen no tardará en irse también.

El costo de una infidelidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora