Capítulo 9

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Candy, —habiendo acordado con Anita que efectivamente se sentía mucho muy atraída por "su sobrino"—, llamó al mesero para que le llevara un café, de preferencia bien cargado, a modo que la amarga y caliente bebida le ayudara a disipar las escenas de aquella atrabancada noche que todavía seguían frescas en su mente. En su piel continuaban debido a un reciente beso sin dejar de mencionar el previo roce de sus manos entre cintura y senos; y en su intimidad ¡ni se dijera! al habérsela dejado muy incómoda.

Porque así se movió en su lugar, Anita, que observaba a su silente amiga, sonrió; y lo hubo hecho al acordarse de lo renuente que Candy primero hubo estado; y que al final, a lo que según dijo "no iba en busca", terminó hallándolo por su cuenta y le gustó.

Lo malo que lo elegido por ella, tenía todo el color de prohibido y peligroso; dos adjetivos que ellos en lo absoluto notaron, sino la reacción de sus deseos que, por supuesto, debían ponerle un alto.

Además, a Candy todavía le costaba reconocer que no lo reconociera; y eso fue motivo para retomar su plática:

— ¿Cómo puede ser eso posible?

— ¡Sencillo! Desde que conociste a Andréu, todo hombre pasó a último nivel, porque ni al segundo o al tercero.

— De acuerdo con eso, pero... por más... algún rasgo de él me...

— Candy, si no lo notaste es porque Terry posee más genes de su padre que su madre. Y además, el día que tú y yo lo vimos, ¡hace veinte años! él estaba muy interesado en...

— ¿Quién? — preguntó una ansiosa mujer al haberse quedado callada la otra.

— ¿Recuerdas a mi prima Sandra, la que se fue a estudiar al extranjero?

— ¡¿Sandra?! ¡¿Ella era...?!

— Sí.

— ¿Y... qué pasó? — Candy se interesó. — ¿Por qué no se casaron?

— Por... diferencias económicas. El padre de Terry era un hombre súper orgulloso, e impidió rotundamente que su hijo siguiera relacionado con una mujer de mayor capital que él, ya que su función como hombre, era trabajar arduamente para mantener él solo su hogar. ¡Ideas estúpidas y retrógradas de algunos seres que son castigadoras para otros!

— Y eso conllevó a que Terry optara por vivir... soltero.

— Y de lo más amolado, porque su padre nunca hizo vida social, quitándole así a su hijo la oportunidad de relacionarse.

— Sí, algo parecido me comentó Andréu — comentó una pensativa Candy que se compadecía: — ¡Pobre! Ha de haber querido mucho a su padre para permitírselo.

— O debido a la tortura chantajista de... "Después de tu madre, eres lo único que tengo en la vida".

— Sí, quizá — dijo Candy, quien de repente reaccionaba: — Oye, ¿y por qué nunca me lo contaste? Sandra debió haber sufrido con su ruptura.

— No, para nada. Le gustaba el muchacho sí, pero... nunca se enamoró de él.

— Oh qué triste — se expresó; también lo siguiente: — pero aun así debiste advertirme de su presencia.

— ¿Lo siento? — pidió cuestionablemente Anita; y Candy, sarcástica respondía:

— No, veo que no.

— ¿Y sabes por qué? — inquirió Anita, la cual, al recibir una negativa de cabeza, decía: — Porque, a pesar de haber planeado ¡algo siniestro! contra ti, fuiste ¡tú! quien tomó la decisión de disfrutarlo.

El costo de una infidelidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora