Capítulo 7

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Como todas las mañanas a las seiscientas horas, —a excepciones como el día anterior por haberse ido de farra—, Candy se ponía de pie para vestirse deportivamente e ir, —a lado de sus mascotas perrunas: dos hermosas border collie en color negro—, a correr por los alrededores de su lujosa comunidad.

Cuatro millas era la distancia que siempre recorría. Tres cuartos de hora las empleaba en ir al trote y media hora tranquilamente caminando para dejar en libertad a sus inteligentes, también atléticos y fuertes acompañantes: Noa y Bimba.

A la culminación de ese ejercicio, la mujer regresaba a casa para ahí, —o mejor dicho, en el espacioso jardín de su residencia—, jugar con ellas otra hora más.

El frisbee era el juguete favorito de aquel fiel par, e increíblemente las dos corrieron hacia donde lo habían dejado la última vez.

Los empleados jardineros tenían la orden de no tocarlo; sin embargo, los animales se veían desesperados corriendo de un lado para otro sin hallar su divertido objetivo.

Candy, al verlas en su fracasada búsqueda, las llamó.

Las perritas fueron a ella que se giró para ir a la próxima bodega y sacar de ahí u otro frisbee o una pelota de softball.

En sus años mozos, ella hubo sido una excelente jugadora de ese deporte. Así que, para recordar sus buenos tiempos, unos lanzamientos tampoco le caerían mal; no obstante, al estar moviendo una caja donde yacían las pelotas, un disco de plástico cayó, y por supuesto, las dos canes se apresuraron a agarrarla.

La ganadora, —en este caso diremos que fue Bimba nacida con un antifaz blanco en la cara— corrió hacia el área de juego. Detrás de ella, iban Candy y Noa, la cual tenía una peculiar nariz blanca.

Más, ésta animalito comenzó a ladrar al identificar al hombre que elegantemente se acercaba a ellas.

Andréu, a pesar de haber ido a dormir hasta muy altas horas de la noche, se le veía de lo más sonriente y extendía sus brazos para que una de ellas fuera la afortunada.

Bimba, desinteresándose de su juguete, corrió a lo que le ofrecían, causando ese hecho, un regaño por parte de Candy.

— ¡Oye, tú! Hoy amaneciste queriéndolo todo.

— ¿Por qué lo dices? — preguntó Andréu conforme acariciaba y jugaba pesadamente con la perra.

— Le ganó a Noa el frisbee y ahora a mí tus brazos.

— Será porque es la más joven, y con ello...

— ¡Andréu!

Debido a la "vieja" broma gastada del que era mayor que todos, —a pesar de verse sonriente—, Candy lanzó un ligero manotazo que cayó en la cabeza de su marido que reía mientras seguía jugando con Bimba.

Noa, por su parte, hubo ido por el frisbee para dárselo a la señora Greenham y que ésta iniciara el juego del que ellas dos no eran parte.

Lanzado el disco, las dos canes fueron por ello. En cambio, Andréu por su esposa para abrazarse y saludarse amorosamente.

— Buenos días, cariño.

— Buenos días — Candy correspondió al primer beso matutino que le daban.

Ella, acariciando un libre rostro de barba, quiso saber entre labios:

— ¿A qué hora fuiste a la cama?

— Tendrá dos horas.

— Y ya estás de pie — ella lo regañó.

— Sí, porque... necesito hablar contigo.

El costo de una infidelidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora