Capítulo 2

2.4K 126 29
                                    


Cuarenta y cinco minutos después, —entre manejar con cuidado y comentando un tema común—, el auto, —con las dos amigas dentro—, se veía transitar por la avenida principal de la luminosa urbe para que cuadras más al sur, —casi colindadas a la vieja ciudad—, doblara a la izquierda de un callejón empedrado un tanto oscuro y muy solitario.

De pronto, y de una caseta, salió un hombre para hacerles un alto. La chófer, obedeció, indicándole a su amiga habían llegado.

— ¿Aquí es? — preguntó la copiloto mirando, con ceño fruncido, el lugar.

— Sí. El acceso está en la esquina.

Los ojos de la informada se dirigieron allá, pero sin ver nada. Por ende:

— ¿Estás segura que es seguro?

— Sí, lo es. Parece silencioso y poco concurrido, pero ya verás la sorpresa.

— Si tú lo dices — se contestó con resignación, sonriendo levemente a otro hombre que le ayudaba con la portezuela, y también le extendía su mano caballerosamente.

Ante ese gesto, ella la entregó y se dejó atender.

Estando fuera del auto, la fémina sintió una brisa fría y se abrigó. Su amiga, por su lado, habiendo sido atendida del mismo modo, daba ciertas indicaciones al valet parking.

Éste, con una llave en mano, les dio la bienvenida, pidiéndole a su compañero acompañarlas hasta el acceso.

Ahí, pongamos Anita, dio las gracias e indicó seguían solas el camino.

Éste era curioso. Bueno, era como si fueran a tomar el subterráneo. No obstante, sí, Candy, luego de que el veloz transporte pasara, preguntaba:

— ¿Hay que trasladarse?

— No. Ya casi estamos allá. Solo unos cuantos metros.

— ¿Hacia dónde? — preguntó una intrigante amiga que seguía también la indicación de un dedo.

— Hacia el puente. Lo cruzamos; y al bajar... en la primera puerta que veas... ahí será.

— Anita... — Candy, por instantes, se quedó muda de la impresión que también reflejaba al indagar: — ¿a quién se le ocurrió instalar un antro aquí?

— ¡Es de lo más loco, ¿no?! — la invitadora había sonado emocionada.

— Sí, algo sumamente descabellado.

— Pero como dije, espera a verlo.

Decir que Candy lo ansiaba con ganas... no en lo absoluto; al contrario, conforme caminaban, y el hecho de estar escuchando el eco de sus enzapatilladas pisadas, la ponía en alerta, tanto que, disimulada metió la mano en su bolso, y de un spray pimentado se hizo.

Anita, que la conocía de sobra, sabía lo que había hecho; y por ende, sonreía burlona.

— No te pasará nada, coyona.

— Pero prefiero prevenir. Esto está completamente solitario.

— Y por eso, el ambiente es mejor, ¡porque apesta a peligro!

— ¡Anita!

Ésta, —al imitar una tenebrosa voz—, primero estalló en carcajadas; y después, se colgó del brazo de su amiga diciéndole:

— ¿Crees que me arriesgaría a perder el pellejo? Hoy tu marido te dejó venir conmigo, sin embargo, me advirtió de que sí me lo quitaría si algo malo te pasara. Pero eso no pasará porque lo que más deseo es verte relajada, feliz y que te dejes llevar por el ambiente.

El costo de una infidelidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora