Capítulo 25

645 102 43
                                    

Con ciertos datos tomados; una tercera llamada realizada y con ella una encomienda hecha que debería ser inmediatamente ejecutada por Anita al ser la representante legal de Candy, ésta salió de su privado, encontrando en el contiguo, sí, a un nueva y perdidamente dormido Terry sobre las carpetas instructivas.

Esbozando una sonrisa burlona, la mujer se dispuso a ir hacia la planta alta de su residencia. ¿Exactamente? adonde su esposo que, habiéndose quedado sentado sobre su lecho —una vez que Carl saliera a toda prisa de esa casa habiendo prometido evadir llamadas o visitas inesperadas—, leía un libro; mientras que la enfermera a su cuidado yacía afuera en el balcón y disfrutaba el panorama del extenso y hermoso jardín de abajo y que era regado por la todavía lluvia pronosticada para ese día.

Con el nuevo saludo de la señora Greenham, la enfermera abandonó su lugar para también ingresar a la habitación.

De frente, entre ellas se dedicaron sonrisas para después solicitarse por parte de Candy se dejaran a los esposos a solas.

Andréu, ante la amable petición de su mujer, se quitó las gafas, cerró su lectura; y lo primero, encima de lo segundo, fueron quitados de sus manos para que otras depositaran esas dos piezas sobre el buró más próximo previo a abandonarse la alcoba.

Candy, por su parte, ya se había acercado a la cama, quitado su calzado y subía en el colchón para sentarse en ello y acurrucarse en los cálidos brazos que la recibían con gusto y amor. Muestra de afecto que empleaban al besar la coronilla de la cabeza de ella que, sonriente, con los ojos cerrados aspiraba el delicioso aroma que emanaba de la humanidad de su esposo y se aferraba a él, que optaba por no hablar, sino que aguardaría a que ella lo hiciera.

Eso sucedió a pocos minutos transcurridos, queriendo Candy saber:

— ¿Qué dijo Carl? — con respecto a la salud del convaleciente que respondía:

— Todo va bien.

— Me alegra mucho oírlo.

— Yo lo sé, amor.

Por lo cariñoso que él siempre hubo sonado y sido con ella, precisamente ella se enderezaba para mirarlo sonriente y directamente a los ojos claros que él poseía. Su femenina mano que yacía en el pecho masculino, ella levantó para acariciar una pálida mejilla, y luego los labios del vecino, los cuales, —a pesar de saber que los de ella ya lo habían traicionado y aun así le sonreían—, Candy se acercó a besarlos y a decirle sinceramente:

— Te amo, Andréu

Éste, aceptando la caricia, asintió con la cabeza y seguía prestando atención:

— Desde que te conocí, cada segundo, minuto, hora, día, semana y año por veinte juntos, has hecho de mí una mujer de lo más feliz.

— Me alegra todavía escuchar que lo conseguí, y no que te haya defraudado.

— En lo más mínimo, cariño — dijo ella, cuando quizá ella sí lo estaba haciendo por engañarlo con otro aunque lo supiera.

Sin embargo, como si Andréu la hubiese oído, diría conforme la apretaba contra su pecho:

— Tú tampoco me has defraudado. Desde que te vi, supe que eras lo que tanto estuve deseando, y no me equivoqué. Has llenado cada una de mis expectativas, pero también reconozco que me has demostrado que por tu cuenta, puedes salir adelante y lograr lo que te propongas, principalmente ser feliz.

— Me lo propuse contigo, y has sido lo más bello en mi vida.

— ¿Sabes lo que en verdad hubiese sido?

El costo de una infidelidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora